Hermann Garmendia y la muchacha de la cabellera encendida

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Unas dos semanas atrás, mi hermana Milagro nos sorprendió con un afortunado hallazgo: la esquela que le remitiese a mi hermana mayor Francisca Wanda –mejor conocida por todos como Quiquina-, el poeta y escritor Hermann Garmendia, quien justo el pasado 7 de los corrientes alcanzase su centenario.

Es decir, esa inspirada misiva enviada por el destacado intelectual larense aparece en mis manos a los 68 años que la recibiese mi hermana. Antes de continuar este sentido homenaje, bien conviene reproducir el texto de la tarjeta personalizada, fechada y firmada el 5 de mayo de 1949:

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…Herman Garmendia: “Desde que compareció su imagen en la tarde del Estadium –el domingo pasado- me propuse enviarle estas flores. Desgraciadamente, las ocupaciones e inconvenientes no me lo permitieron en la hora oportuna. Nunca es tarde para rendir homenaje, una oblación a la Belleza, encarnada en una mujer como Ud. que en mi concepto representa lo más femenino y delicado que han visto mis ojos, habituados a la contemplación de la Belleza en todas sus formas. // No es mi costumbre rendir homenaje a nadie. Pero con Ud. hago una excepción por sus dotes de modestia y candor; virtudes tan raras que cuando las contemplamos de vez en cuando, no podemos menos que manifestar nuestra admiración. // Le pido mil perdones por esta libertad que me he tomado, pero no he podido evitar de hacer lo que hago cuando esto sale de la sustancia misma de mi sinceridad”. (Firma autógrafa, Barquisimeto, 5 de mayo de 1949)

Bien, en esas 23 líneas, Hermann expresaba no solo su profunda admiración por mi hermana Quiquina, sino también el deseo de establecer una relación que fuese mucho más allá, quizá una declaración de amor que no se atrevía a formular en este primer mensaje. Vale anotar que por esta misma época el poeta Garmendia le dedicase unas sentidas estrofas publicadas en este mismo Diario; si mal no recuerdo bajo el título de “La muchacha de la cabellera encendida”, pues su cabello era muy hermoso, de color rojo-zanahoria o mejor anaranjado.

Sin embargo, quienes bien conocimos a Hermann (tanto yo como otros de mis hermanos), sabíamos de su talante soñador, algo romántico y hasta bohemio, lo cual –lamentablemente para él- nunca convencieran a mi hermana. Antes de concluir tan gratos recuerdos, habría que añadir una simpática anécdota. Mi hermano el hoy arquitecto Pedro Furiati Manganelli, fue el joven amigo mucho más allegado al escritor Garmendia pues, debido a ser extraordinario dibujante, Hermann le encomendó las ilustraciones de la revista literaria “El Tamborcillo de la Farándula”, bajo su Dirección. Pero hubo más, Hermann aunque no sabía manejar automóviles, Pedro –a los 16 años- ya lo hacía. Entonces, se compró un formidable auto Plymouth verde oscuro y Pedro estuvo manejándoselo año y medio, hasta cuando Hermann aprendiese a conducirlo.

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La historia de aquel amor imposible que Hermann le profesase a Quiquina hubo de terminar, cuando el poeta convencido de la no correspondencia, dejó de enviarle sus románticos mensajes. Mi hermana aun vive y a sus 91 años, sin duda, debe conservar algunos recuerdos (gracias a su extraordinaria lucidez). de los sentimentales e inflamados arrebatos de aquel poeta cuyo centenario conmemoramos hoy con todo merecimiento.

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