El mismo día de la inédita procesión de la Divina Pastora circuló un texto que me fue atribuido. Es la versión de una peregrina de la que solo pude averiguar el nombre a través de quienes recibieron el mensaje firmado: Wilma. Ella expone como percibió la procesión, desde su ángulo personal. Cada quien tiene la libertad y el derecho de haberla interpretado de una manera particular, que dependió del lugar donde estaba durante el recorrido, de su edad, de su circunstancia emocional y de su religiosidad. Y eso hay que respetarlo.
No siempre hemos de estar de acuerdo en un mismo discurso y una misma visión. En el rebaño de la Pastora hay ovejas de variados tamaños, razas, pensamientos y colores. Y, como nuestra Santa Madre que es, aspira que sus hijos vivamos y convivamos en paz y armonía. Y ese fue precisamente el sentido de esta rogativa barquisimetana.
«En tantos años que tengo yendo a la procesión de la Divina Pastora, nunca había vivido algo como lo de hoy». Así se inicia el texto que les menciono, como comenzaría seguramente la narrativa de cada uno de los que presenciamos y compartimos la romería de carros que salió de Santa Rosa el miércoles, acompañando a la Pastora hasta la iglesia Claret. Y luego, el jueves, la salida de esta iglesia en una caminata hasta la Catedral, desde donde se regresó por la tarde a su santuario.
Lo que sentimos ese día fue una procesión distinta. Parecida quizá a las de los primeros años del siglo pasado, con el himno de la Virgen, con la música de las bandas y con la Mavare, sin tarantines ni ventorrillos. En el texto que se me atribuye también se lee: «Durante el recorrido solo se escuchaba mucha gente rezando rosarios y cantando canciones a Dios y a la Virgen». Y así fue. Me atrevo a afirmar que así es como lo quiere nuestra Patrona. Algo a considerar para la procesión del 14 de enero.
Vi grupos de familias y parroquianos que cantaban juntos sus alabanzas de fe genuina. Vi gente sola, concentrada en su rezo. Vi a representantes públicos y políticos en respetuoso anonimato, mimetizados con la gente que rezaba y rezaba. Vi a los bomberos y a los guardianes del orden observando en silencio el mar de gente que tomó las calles y avenidas. Vi a la Cofradía, a los orgullosos cargadores y a los civiles responsables del cordón, asumir con compromiso y voluntad la protección de la imagen. Vi jóvenes, adultos, abuelos y niños cobijados en el mismo ruego. Vi sacerdotes acompañando a sus feligreses en oraciones de esperanza. Vi una procesión tricolor clamando por la reconciliación y la paz de Venezuela. Vi la mirada de la Divina Pastora sobre su piadoso rebaño y recordé las palabras de Mateo (5:3-12): «Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.» Vi la sonrisa carismática del Padre Chulalo, uno de los promotores de esta rogativa, quien confesó después: «Cuántas emociones en la que ha sido -para mí- la procesión más hermosa, sentida y enfocada de la Divina Pastora».
Volví a estremecerme cuando tuve su imagen cerca. Recordé a mis afectos, presentes y ausentes, le hablé en el lenguaje del alma, con la plena certeza de que me escuchaba. Sentí de nuevo esas inmensas ganas de llorar que nunca he sabido porqué las siento así cuando estoy frente a Ella. Estoy segura de que cada pastoreño también sintió la dulce mirada estrábica de la Divina, entregándonos su inconmensurable amor y dispuesta a interceder ante su Hijo, Divino Pastor, por nuestras súplicas.
Mi lábil memoria trajo de repente las palabras del Cardenal Rosalio Castillo Lara, cuando celebramos los 150 años de la primera visita de la Divina Pastora a Barquisimeto: «Ayúdanos, Dulce Divina Pastora, a aprender la lección y dános a todos la claridad de la mente para conocer y evitar el peligro, así como la fuerza para superar democráticamente este momento difícil. Consíguenos el Don de la Paz, de la reconciliación, de la conversión y dános la alegría de recuperar la libertad. Amén.»
