Rómulo Gallegos, ciudadano ejemplar

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El mes de agosto es tiempo de lluvias, de reminiscencias, de recuerdos.

En nuestra adolescencia, en bachillerato, se nos dio a conocer parte de la obra y de la vida de ese gran ícono de la literatura universal: don Rómulo Gallegos Freire.

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Precisamente, el 2 de agosto de 1884, vio la luz el hijo de don Rómulo Gallegos Osío y de doña Rita Freire Guruceaga, de quien, en otro mes de agosto, pero el día 11, de 1929, a los 45 años de edad, la Editorial Araluce, publica la novela Doña Bárbara, la cual se ubica al lado de las mejores creaciones literarias de la lengua española, junto a El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de don Miguel de Cervantes Saavedra; Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo; La vida del Buscón, de Francisco de Quevedo; Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós.

El 5 de abril de 1969, faltándole cuatro meses para cumplir 85 años de edad, muere el autor de obras que pertenecen al alma del venezolano de a pie: Canaima, El último Solar, El forastero, Pobre Negro, La brizna de paja en el viento, La Trepadora, Sobre la misma tierra, La doncella y el último patriota, entre otros valiosos libros que nos legara como preciada herencia el trigésimo quinto presidente de Venezuela.

¿Qué le debemos a este gran escritor hispanohablante? ¿Su legado narrativo? A don Rómulo Gallegos se le debe el gran ejemplo de patriotismo, nacionalismo y rectitud que lo igualan a los más excelsos héroes que han dado sus vidas por el porvenir de estas nobles tierras: Fermín Toro, Simón Rodríguez, Andrés Bello, Francisco de Miranda, Cristóbal Mendoza, Juan Germán Roscio, Simón Bolívar.

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Es, al decir de Luis Beltrán Guerrero, “uno de los libertadores espirituales”, porque no se lucha con armas y balas solamente; también con las letras, con escudos de cartón, con lápices y cuadernos, tapizados con la bandera nacional, la misma que izó don Francisco de Miranda; como hasta hace poco lo hicieron los nóveles libertadores –estudiantes universitarios– frente a la ignominiosa dictadura que hoy vive y padece Venezuela, quizá mucho más terrible que la de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, regímenes con los cuales hubo de lidiar el maestro Rómulo Gallegos, apostando siempre por la democracia, por la creación de un mundo mejor donde reinara la igualdad social y la justicia, destinando su tiempo no a enriquecerse impunemente como lo han hecho muchos políticos que sitúan sus intereses particulares por encima de la gran familia que siempre hemos sido los venezolanos.

Digo que los sistemas de gobiernos a los cuales confrontó y resistió el autor de Doña Bárbara fueron menos malignos que el actual que demolió por completo los cimientos de la democracia que ayudó a construir y a renovar este hombre continental que bien mereció el título de Ciudadano Ejemplar.

Ni al general Juan Vicente Gómez ni al general Marcos Pérez Jiménez se les acusó de narcotraficantes ni de peligrosísimos delincuentes. Mi paisano y pariente, don Luis Beltrán Guerrero, nos recuerda en sus Candideces (Sexta Serie) que don Rómulo Gallegos “viene a decirnos que las tinieblas son pasajeras y advendrá la luz; que los conflictos de clases y castas son etapas transitorias que se resuelven con reformas económicas y sociales y unión de sangres; que Santos Luzardo hará huir a Doña Bárbara; que Cajuna desterrará a Canaima, dios del mal; que si a Marcos Vargas se lo come la selva, su hijo se salvará; que el sueño de Juan Parao de liberar a Venezuela, es realizable”.

La historia se renueva, se metamorfosea, revive… Hoy el espíritu del maestro Rómulo Gallegos se desdobla, acompaña a la juventud que se niega a claudicar frente a los procesos y maniobras incriminatorias de un sistema oprobioso y vejatorio que no cree ni respeta la Constitución y menosprecia los derechos humanos.

Don Rómulo Gallegos nos enseñó no sólo la hermosura de la tierra selvática; no sólo nos educó cuando nos mostró la geografía de los llanos; también nos enseñó que nunca debemos rendirnos, doblegarnos, ante ninguna tiranía; nos enseñó a perseverar, a persistir, a insistir, a seguir siempre adelante, como diría el maestro Don Cecilio Zubillaga Perera, “aunque sea con la fuerza magnífica del pensamiento”.

En la novela Doña Bárbara se palpa la diferencia entre la civilización y la barbarie. No se obedece la ley sino al miedo. Se erosiona la disciplina y la convivencia social. ¿Qué distingue la realidad actual de la historia novelada? ¿Acaso no se escupe la Ley y se rinde pleitesía al autócrata? ¿No se humilla al pobre y se galardona al capataz de Cuba? La degradación y la deformación de los valores y principios de los gobernantes existentes es, ciertamente, patética, luctuosa.

Tenemos un gobierno integrado por funcionarios que son acusados internacionalmente por delitos de narcotráfico y transgresiones a los derechos humanos; un gobierno que mantiene secuestrados todos los poderes, todas las instituciones, interviniendo el poder judicial cuántas veces le hambrea el automatismo criminal; sin embargo, hoy el ejemplo de don Rómulo Gallegos adquiere mayor relevancia, toda vez que las ideas y el prototipo epistemológico-filosófico gallegueano, se conserva indemne, intacto; por ello, lejos de la sumisión a la dictadura chavista-madurista-catrista, los jóvenes Santos Luzardo derrotan el miedo, se convierten en el paradigma ético, probo, moral, político del hombre moderno, sin pasado ni llagas purulentas; por el contrario, sus gritos de libertad, libertad, libertad, Venezuela libre de comunismo, ilustra el camino hacia la democracia, como lo imaginó el maestro Gallegos, al ilustrarnos el camino a los llanos venezolanos.

Ejercí la docencia en la denominada Educación Media, desde 1990 hasta 1997, en mi Carora de siempre; durante ese período, impartí la cátedra de Castellano y Literatura, y Educación Familiar y Ciudadana. Leer a don Rómulo Gallegos no era imperativo. La sagacidad, la familiaridad entre los estudiantes, hacía completamente placentera la lectura; ahora me comentan, por estas tierras de vivos, plagada de súbditos cual zombis, a quienes obligan a leer los Cuentos del Arañero, cuyo autor de semejante libraco es el padre de la más grande tosquedad, incultura y barbarie jamás vista desde la fundación de la Primera República de Venezuela (19/04/1810–25/07/1812) hasta la presente fecha.

Gallegos es conocido por ser el novelista más representativo de Venezuela, que no el mejor. Merecía el Premio Nobel de Literatura, que no obtuvo, no por las razones que revela el poeta chileno Pablo Neruda en su obra Confieso que he vivido, sino por haber sido presidente de los Estados Unidos de Venezuela (17 de febrero-24 de noviembre de 1948).
Es oportuno advertir que don Rómulo Gallegos fue un demócrata a carta cabal, de probada y comprobada honradez. Muestra de ello: renunció al doctorado Honoris Causa que la Universidad de Columbia le confiriera en 1948, cuando esta misma casa de estudios concede similar deferencia al dictador guatemalteco Carlos Castillo Armas.

El mes de agosto es tiempo de lluvias, tiempo de honrar a nuestros héroes civiles, para que nunca sean olvidados, como jamás debe olvidarse a los cientos de jóvenes que dieron sus vidas durante el año 2017, en defensa de la Constitución, en procura de recuperar la democracia que perdimos por no saberla valorar, y que en su honor, ensalzaremos sus memorias, cuando la infame dictadura caiga, porque ellos, heredaron las enseñanzas de uno de los libertadores espirituales que Venezuela y el continente americano ha tenido, como lo fue y seguirá siendo, ese gran ciudadano ejemplar, conocido, a secas, como Rómulo Gallegos.

(Palabras pronunciadas en el Centro Historial Larense, Barquisimeto, el 26 de agosto de 2017)

 

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