Editorial: Tenemos derecho…

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Resulta una humillante aberración ver cómo una imperturbable y satisfecha camarilla se aferra al poder, “como sea”, sin importar los medios ni las consecuencias, y no se molesta jamás en gobernar, en atender los asuntos que hasta la administración de una bodega supone; ni en rendir cuentas, ni mucho menos en procurar el bienestar, ni la paz, de una población que, o rezonga impotente sus lamentos aquí, o huye a diario en sorda desbandada hacia cualquier destino que, en el exterior, le asome algo de cobijo a sus sueños y postergue sus angustias.

Asaltadas todas las instituciones, cual corsarios del siglo XXI, con un CNE empotrado a los dictados de Miraflores, un TSJ que depravó el derecho hasta revocarlo, y, encima, un estamento militar que viste orgulloso los uniformes del deshonor, también le entraron a trompadas a la MUD, hasta disolverla, como antes lo hicieron con la Asamblea Nacional. A unos, en el seno de la coalición opositora, los amenazan, mientras a otros… ¿los compran?, cada quien tiene su cartilla. A los insobornables, como el gobernador electo del estado Zulia, Juan Pablo Guanipa, les desconocen su triunfo, luego de ser proclamado, o en pleno proceso de totalizar los votos, como le ocurriera a Andrés Velásquez, en Bolívar.

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Todo el poder para ellos, esa es la consigna. Pero, ¿para qué? Ahora la República se enfrenta al riesgo de no poder pagar su deuda externa, o hacerlo a un alto precio para la estabilidad de una nación sumida en la miseria, a las puertas de una emergencia humanitaria. Al cabo de casi dos décadas de despilfarro a manos llenas, repartiendo por un lado y saqueando por el otro los dineros públicos que, se sabía, en algún momento iban a faltar, se apeló a las reservas de oro, entregadas en vulgar empeño, luego le pusieron el ojo a las refinerías, se armó impúdica fiesta con el Arco Minero del Orinoco y se endeudó al país (a ésta y varias generaciones más) de la forma más irresponsable y hasta criminal que pudiera concebirse. Nada, ningún recurso, ningún hueso queda sano al paso de estos zánganos Atilas, autores del milagro de quebrar a Pdvsa, secar las reservas internacionales, y exponernos al fuego de la hiperinflación, sumada a una bestial contracción económica del 36% en los últimos cuatro años.

Así como en la política sólo caben ellos, ninguna hoja se mueve sin que lo autorice la inapelable burocracia, en ese frondoso e inauditable bosque económico, centralizado, militarizado. ¿Dónde están, pues, las obras y servicios que montos tan colosales de dinero esfumado pudieron hacer posible? ¿Se fundieron, acaso, los 15 Motores Productivos? ¿Dónde está la Venezuela “potencia” energética mundial, que ya ni gasolina produce? ¿Qué demonios pasó con la tan cacareada soberanía alimentaria? Tenemos derecho a saber por qué se contrajo una deuda de 8.000 millones de dólares con Rusia, principalmente en armamento, sobre todo si honrar esos gravosos compromisos repercute en hospitales desasistidos, en escuelas que se están cayendo, literalmente; en escasez de divisas para medicinas y alimentos.

150.000 millones de dólares de deuda externa, qué barbaridad. 45.000 millones en deuda de Pdvsa. 23.000 millones de dólares en deuda con China. Según la opaca contabilidad del Gobierno, desde 2014 han sido cancelados 71.700 millones de dólares en capital e intereses. En lo que resta del año Venezuela (la nación entera, entiéndase) deberá amortizar entre 1.400 y 1.800 millones de dólares en intereses de otros papeles. Las obligaciones pendientes sólo para el año 2018 suman unos 8.000 millones de dólares. Y, ¿qué podría depararnos un eventual default (impago) sino más recesión, más pobreza, más inestabilidad?

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Mientras el Gobierno se alarma por la situación de los presos políticos de Cataluña (¡se graduaron de cínicos!), los venezolanos tenemos derecho a exigir y saber cómo es que el destino de todos se juega en ruletas tan escabrosas, tan bellacas. Tenemos derecho.

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