#OPINIÓN Soberbia científica

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Me parece tan impertinente un fanático religioso como un fanático ateo. Ambos caen fácilmente en el plano de la irracionalidad. También es insoportable el fanatismo deportivo, quienes practican éste cambian el placer de un pasatiempo sano por una fuente de sufrimiento malsano.

El fanático es dogmático e impositivo. Quiere que el otro esté de acuerdo con su parecer porque sí, porque él es el dueño de la verdad. Rara vez sabe discutir, sólo quiere imponer. En la historia de la humanidad tenemos tantos ejemplos de las tragedias que ha provocado el fanatismo, sobre todo religioso, que ni siquiera vale la pena recordarlo, sino como ejemplo de lo que no se debe hacer. Si se trata de imponer la fe por la violencia, ya deja ser fe, se ha convertido en obsesión. Desgraciadamente, persiste en el mundo de hoy este desgarramiento de la paz, de la convivencia entre los seres humanos -que somos todos de una mima estirpe: hijos de Dios- por la visión desvirtuada de la religión. La premisa de la fe es la libertad y el respeto a la creencia del otro.

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También en la historia de la humanidad tenemos las idas y venidas de la ciencia. En medicina, no se diga. Un pequeño ejemplo: los huevos. Años atrás, alguien inventó que eran malísimos para la salud, aumentaban el colesterol y no sé que otros daños. Hoy: hay que comer huevos, ojalá diariamente y hasta varios por día, así se lo recetaron a un paciente de miastenia. Los médicos cayeron tarde en la cuenta de algo obvio: un huevo tiene en potencia un ser viviente completo, con toda su carga genética, ¿puede haber mejor alimento? En estos tiempos de grandes carencias, las familias con niños deberían poner su esfuerzo económico en procurarles un huevo diario -en lugar de llenarlos de carbohidratos- y así evitarles una desnutrición seria.

La física, en general, es la ciencia de las teorías entusiastas para explicar el mundo. Éstas se suceden y contradicen unas a otras. Cada época tiene su científico como monarca absoluto de la verdad. Newton, Einstein y el último grito de la moda: Stephen Hawking. Cambian los temas y los nombres: ley de la gravitación universal, relatividad, física quántica, astrofísica… El monarca actual murió hace un par de meses. Sobre todo conmovió al mundo por su esclerosis que lo redujo a silla de ruedas hecho un garabato y con una máquina para poder hablar. En ese estado, se divorció de su esposa, que lo acompañó en sus días difíciles y se casó con su asistente, una mujer que, sin lugar a dudas, se enamoró de un cerebro… o de una fama, porque no había por dónde. Su última teoría: el universo es finito.

No fueron Hawking, ni Hubble los primeros en hablar de la expansión del universo, los precedió el jesuita belga Georges Lemaître, astrónomo, profesor de Física en la Universidad Católica de Lovaina. Fue el primero en derivar y estimar las que hoy se conocen como ley y constante de Hubble. Lo hizo en 1927, dos años antes que Hubble. También propuso la teoría del Bing-Bang del origen del universo y le dio dos nombres: hipótesis del átomo primigenio o el huevo cósmico.

Hawking ahondó en su apasionante trabajo . Por supuesto que se encontró con todos esos descubrimientos o proposiciones que han conmovido la ciencia contemporánea: Bosón de Higgs, Partícula de Dios y de ésta dijo que era capaz de destruir el universo. El famoso astrofísico tullido ateo –condición que proclamaba abiertamente-, con sus altísimos conocimientos, no sólo llegó a los agujeros negros, archivos de la memoria del universo, sino al mismo Dios, ¡y no lo reconoció! O no quiso reconocerlo. Se hundió en el agujero negro de su soberbia. Pero quién sabe si allí lo esperaba Dios para darle una mano.

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