#OPINIÓN Sainete en cápsulas: Nuestro terrible “black country” #3Dic

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El consumismo que arropa a los últimos meses del año parece tan indómito, intransigente y de vértigo, que nos obliga a adquirir hasta lo que no necesitamos. Resulta inevitable no caer en ese tobogán de desquicio. De por sí, ya sabemos de antemano que provocará un sentido de culpa en los presupuestos vacíos de enero.

Es como una campanada que parece desgañitarse cual grito riguroso, cuando aparecen las primeras ofertas en las vidrieras acicaladas. Un comercio que perdió la dirección de los meses anteriores y nos quiere vender hasta el extremo de nuestra neurosis, cualquier friolera que posiblemente no necesitemos con premura o sólo nos sirva de excusa para convencernos que ya llegamos a los días festivos.

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Es notable e insólito lo que provoca el “Black Friday” en tierras norteamericanas. Se espera que en esta ocasión las compras desmesuradas de estos gringos insaciables hayan superado los 6 mil millones de dólares.

Muchos han decidido este año alterar la ceremonia de las colas a las puertas de los almacenes, locales de electrodomésticos y tiendas de grandes centros comerciales, para manejar sus determinaciones vertiginosas por comprar lo que se les antoja, desde el computador o a través de su teléfono móvil.

Todo este ruidoso y delirante rito anual está programado para las festividades de Acción de Gracias de los estadounidenses. Cada uno de los compradores gastará como promedio, alrededor de 420 dólares. Los imagino comiendo su pavo satisfechos, con las carteras agónicas y los espacios repletos de sus propios caprichos.

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Por supuesto, Venezuela no corre la misma suerte. En varias partes del mundo se ha propagado esta celebración de gastos subidos de montos, por razones similares y con ímpetu idénticos, pero en nuestro país sólo corremos para adquirir algún producto comestible que no se consigue en ninguna parte o ha llegado un medicamento en una farmacia tan distante a nuestro hogar, que no sabemos en qué trasladarnos para que no sea vendido antes de arribar.

En nuestros sitios de expendios existirán colas, pero para conseguir algo tan común como un kilo de harina o una carne que, por descuido, no ha sufrido la inflación del día.

Empuñando su propio diagnóstico de nuestra realidad de consumo, la presidenta de Consecomercio, María Carolina Uzcátegui, ha reconocido los sinsentidos de un mercado patas arriba y ha dicho con estupor que, para estas navidades próximas, se tendrán menos productos y calidad a ofrecer, así como usuarios con muy poca capacidad de compra.

En nuestra economía de restricciones en todos los ámbitos, ha cerrado sus puertas 40 por cierto de los comercios que existían el año pasado, mientras las importaciones han disminuido en más de 90 por ciento.

Es que, para nuestra historia particular, el hablar de viernes negro está relacionado con devaluación del dólar en los años ochenta. Por eso si nos mencionan esa frase temeraria y nebulosa, esperamos más noticias oscuras de nuestra ya turbia y complicada hiperinflación.

Pero tengo una fe inmensa que será ésta nuestra última Navidad de hinojos y pesares. Que copiaremos los malos modos de los compradores excesivos, que irá más allá de un refrigerador repleto de satisfacciones. Que el único rojo empecinado será un papá Noel con sus complejos de escrutador de chimeneas. Que el Niño Dios esbozará una sonrisa completa en el pajar del pesebre y los estrépitos en el cielo de los fuegos artificiales serán para celebrar una libertad espléndida.

El negro Oscar no sólo entonará su salsa los viernes, sino volverá todos los días de la semana con su cantar virtuoso para el baile de la democracia. Esperemos el retorno del millón 150 mil venezolanos que hay en Colombia, los 600 mil de Perú y los 240 mil de Ecuador, para gritarle al mundo desde esta nación gloriosa, que seremos la nación blanca y sinigual del continente.

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