#OPINIÓN Hechizo de Perla (Parte I) #30Sep

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A los ñeros y navegaos…

El Perla-Ñera y El Multiverso

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Tu concha de ostra, oculta la magia de perla, que llevas dentro

Qué mejor perla que la del amor

Anónimo mío

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Cuando la riqueza se ha perdido… nada se ha perdido,

Cuando la salud se ha perdido… algo se ha perdido…,

Cuando se ha perdido el carácter… todo se ha perdido…

Ralph Waldo Emerson

En la isla de Margarita en Venezuela, para nadie es secreto que el margariteño o el ñero e incluso el magari-ñero, es aquél indio Guaiquerí agreste costeño, porfiado como vascongado, flemático como Peñón de Gibraltar y no siempre, un haragán cual perro´e taller. Por demás podemos resaltarle lo de excelente pescador. En la zona hay una leyenda local de marinos, que como pescador de la novela de Hemingway había hallado en una faena de pesca afortunada una perla margarita alienígena que resurgía como cálculo nefrítico Talla XXXL ante la mirada abierta, exhausta y extrañada de los tres pescadores que la hallaron a mediados de siglo pasado.

-¿Es verdad la historia abuelo? pregunta pegando brinquitos al lado del viejo que casi se cae por la fuerza y por la agitación del nieto, quien lleva en su honor el mismo mote. Jesús Chuito Marín, no tiene a los ochenta-y-dele, ganas de ir tras el travieso chico hiperactivo, y menos estar echándole el cuento todos los días, pues el nene idolatra al héroe de costa brava y perlas mágicas…Chuito, como buen hijo-er-diablo, se dispuso a tomar respiro y alcanzar la hamaca donde se acuesta a enseñarle a diario al niño la leyenda de la perla mágica margariteña que sale de su boca como un hechizo de aquelarres, arrojándole hasta el infinito la contemplación imaginativa al futuro pescador de sueños. El abuelo tomó una bocanada e inicio el cuento al que como si fuera Las mil y una noches, todos los días, sumaba un capítulo que inventaba sobre la marcha, cosa que le fascinaba a Chuito Jr…

-Fue hace tanto tiempo en el cual el aire no dejaba respirar, y no había aún individuos como nosotros sobre el planeta Tierra, cuando aconteció. El excite del niño Jr. inmediato se atenuó. Puso sus brazos cruzados en jarras sobre las piernas del abuelo y no volvió a moverse y ni pestañar siquiera. Don Chuito prosiguió su tarea que disfrutaba enseñando al muchacho moralejas, al tiempo que aprendía, y como platillo adjunto, le servía como gimnasia cognoscente pues sobrellevaba problemas de memoria y de un lapso para acá, se le olvidaban las cosas y creaba otras sobre las ya relegadas.

-Pues bien, en aquellos días, cuentan los ancestros, que del cielo la bola de fuego se desplomó sobre la superficie terrícola. Todos los seres vivos del período fueron aniquilados al momento del impacto meteórico.

-¿También, los dinosaurios como los del cine y la tele? Elevó Jr. su duda entre los muslos del nono.

Si, entre otros…dijo con voz de afecto, a su amado pequeño, el abuelo Chuito. Solo se salvaron las bestias que crecían bajo el subsuelo, y el grupo de insectos que dicen heredarán el mundo cuando los seres humanos acaben con la última gota de vida en el planeta. Luego que la polvareda cayera lenta en el suelo y la vista aclarada hasta más de un metro, unos seres insólitos esparcieron en el fondo del mar, desde la nave oculta celeste una médula gris blanquecina. Esa materia viscosa y ablandada se puso dura como metra de nácar, que rodeada del escudo protector, segregaba una concha endurecida donde resistió la guillotina del tiempo.

Chuito Jr. pidió permiso para ir al baño y el viejo recorrió con la vista el montón de sotos, cardones, pitiguey y frondas áridas tropicales. El aro del sol, que ametrallaba el agua cristalina de la playa. Los ojos abiertos de las palmeras, peinando de sombras la ribera. Profundo el mar quieto bajo el rey sol. Fondo de arenas medidas en eras. Cerezas oscuras del uvero de playa y las entrañas de la arena bañadas por las sales de dios. Llegó riendo Jr. y el abuelo extendió, pleno de Caribe inspirador, el relato de la concha insólita y su perla ñera mágica.

Así creció hasta estos días y sólo dios sabe cómo se vino a parar entre nos, por aquí, en las costas del Caribe y América. En esos días que la moneda de cambio era el medio y con cuatro comprabas la cajetilla de cigarros e ibas al cine. Me tocó faena de pesca en el peñero tres puños de la comunidad de El Tirano, cerca a la Playa Parguito. Era Semana Santa del año de Rómulo Betancourt, padre de la democracia y era presidente constitucional de la República. Y podríamos decir con certeza histórica, que el período se ubicaba en el previo de la IV república, hoy en día, una desgraciada V, que no le entra la quinta velocidad. Caja de velocidad nula..

En la madrugada, las nasas, los chinchorros, el palangre y todas las artes de pesca reposaban como cuerpos de camposanto sin cruz santificada. En el tres puños íbamos, yo como capitán de la embarcación, mi asistente Chichito Marval como primero de mando, y como marino de planta el colaborador, Cheo Macanao. Otras embarcaciones partían juntas a la mar serena, hasta las aguas picadas piélago adentro, donde todos van encomendados a la Virgencita del Valle. La tres puños de siglas ARSH-La-Perla-Ñera, zarpó con los alisios soplando desde popa a proa a tres nudos de marcha náutica estándar. El GPS y la radio, hacían ese ruido foliar de hojas secas crujiendo y los tres pescadores margariteños llevábamos el aire puesto hasta el alma sembrada por el yodo curador y el viento de la expectativa sin afán. Esperamos con paciencia que solo experimenta el pescador ducho en la rutina normal y nada es más importante que intuición y paciencia cuando buscas bancos de peces que dios tenga que dar.

Gaviotas y Tijeretas afilaban la malla de azul edén. Mientras volábamos en la fantasía con los planos de los plumajes con que desafiaban la gravedad y se unían con clase suprema al glóbulo atmosférico cristalino. Con el sol en el techo y el ardor pegajoso raspando la piel seca por el salitre, espiábamos cada uno un costado de la embarcación a fin de precisar el trofeo de pesca y observar cómo hacerle al arte que dependía del tipo de especie a capturar. Cheo Macanao avistó un grupo de delfines nariz de botella que perseguían olas que dejaba la barca en medio del mar abierto. Chichito creyó ver un banco de atún aleta amarilla pelágicos que mostraban la aleta dorsal como periscopios de submarino. Y yo con larga vista moderno, medía objetivo en un panel virtual verde, donde miré con gozo de biólogo marino las orcas que iban por los océanos sin fronteras que las contengan, ni limites que las detengan.

Al fin llegamos a un bajo citado el Bajo de las Caracas, aun sin saber por qué llevaba ese nombre. El primer oficial sacó el palangre para echar el arte de pesca para cazar escualos como el cazón y la gata. El ayudante iba soltando la línea de a poco para que no se enredaran los anzuelos, que solía suceder si se hacía con mucha prisa. Los peces empezaron a picar y el día empezó a regalar bienes pesqueros. A las tres de la tarde, teníamos el cupo necesario. La cava se rebosó de captura y nos dispusimos a ubicar los paneles de hielos secos y a los individuos que todavía agonizaban fuera de su mundo acuático.

Las nubes empezaron a amontonarse naturalmente notificando la apertura del ocaso con el rey sol en papel estelar y las aguas del océano que saltaban del casco del tres puños salpicando gotas saladas a la ardiente piel full Coppertone factor 40. Una suerte de zombi o guerrero zulú terminaba la cara cremosa y blanca de los tres mosqueteros del mar. Como si fuera de película, se estancó la brisa frente a nosotros, con un celaje tupido y nos envolvió como un nubarrón de nuebla.

La cara de Cheo fue un poema de miedo, la de Chichito de asombro, y a la mía se le borró la sonrisa. Entramos con el motor apagado a la calina y todo se puso gris y nublado. Ahí si nos chorreamos. Que vaina es esta?. No hay otra forma de decirlo. Qué berenjena es esta?. Jr. soltó la carcajada.  La hamaca se meció como un Barquito pequeño y el pequeño se meció como un barquito en la hamaca.

El barco se detuvo al frente de un círculo brillante. El fulgor nos cegó por momentos hasta que se fue aclarando la vista, poco a poco. Al centro del destello estaba la mini isla como un Cayo del Parque Nacional Morrocoy y en el medio, como de comics, una concha extraordinariamente preciosa con surcos acanalados de marrón y crema, brotó su pulpa blanca asomada como si  guardara secretos que chillan cual niños. En ese minuto tocaron todas las interpelaciones que el nono Chuito no permitió hacer a Jr. ¿Una luz. Un túnel del tiempo… Thor, dios del trueno… Qué es todo eso abuelo… Me quieres abuelito?…prosiguió contando Chuito

Acerqué el tres puños a la playa cristalina de solo tres metros del Cayo. Redondo como el anillo de la trilogía de J.J.R.Tolkien, la perla estaba titilando opaca, todo al mismo tiempo. Más bien sería como un pulso, latidos regulados por un encanto universal y vaga mundos. El corazón consciente de una bola de cristal astral. Los tres tuvimos duda de si la revisión de los recuerdos sería irrefutable, debido al caso inesperado. Ninguno se bajó del peñero excepto yo. Me acerqué con miedo y toqué la concha rápido a ver si estaba tibia o ardiente y entonces, viva. En efecto, ni fría ni caliente. Una temperatura agradable al tacto, casi como tocar nubes pero como masas de algodón sólido, firme. Nada fácil explicar. Pero sin duda no sabíamos qué es y qué representa, de dónde venía, por qué el tamaño, por qué neblina y misterio y por qué aquí en ñero-landia y un número tan grande de porqués, que por qué no mejor sigo contando. Jr. volvió a soltar la risotada…

Al tocarla, fui transportado al otro universo. Muy parecido a este pero diferente. Allí me esperaba un ser cabezón sin voz pero si habla que hacia por la frente y eso no supe explicarlo. La voz era una onda de calor que salía como sudor por la frente y no por la boca, que sólo era para nutrir. Lo que si era claro es que la voz sonaba y nada tan raro para mí. Sin embargo, entendía todo, y no hubo nunca un idioma que entender. Si me explico. Había una trasmisión de pensamientos. Tal cual. A Jr. poco le hacía caso entender los detalles, se conformaba con sentir lo que no importaba entender. Entender lo que no sabes, era como saber el doble.

La madre del niño vino por Chuito para llevarlo a cenar, lavarse los dientes e ir a la cama. Don Chuo al fin estiró las piernas, se puso cómodo y trató de rememorar el primer contacto extraterrenal que lo tuvo transportado a la nueva dimensión, a ese otro universo escindido, pero junto al resto de los otros cosmos, es decir, sin comprender cómo el otro ser de ese otro orbe, le dijo frente a frente que todos somos un multiverso.

Chuito quedó dormido y dejó el memo para cuando volviera Jr. por su relato de las mil y una noches ñeras para seguir transportados en el hechizo de perla mágica espacial con el que el misterio quedaría solo en la imaginación de un niño al que se le puede contar esa verdad tan pequeña que chilla y que apenas entienden los infantes, me confesó el filósofo de voz-frente, porque al creer en todas estas realidades paralelas, las hacen posibles y es solo en este universo experimental humano donde sucede que aquello en lo que se cree, casi nunca lo es…

Marcantonio Faillace Carreño

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