#OPINIÓN El pueblo #12Sep

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¡Gloria al Bravo Pueblo! empieza la primera estrofa del Himno Nacional. Así, directo, sin la postiza introducción que quiso agregarle la que llamábamos la última dictadura. “¡Gloria al Bravo Pueblo!/que el yugo lanzó/la ley respetando/la virtud y honor”. La canción patriótica empieza con una proclama y una definición. Celebra al pueblo valiente que se sacudió del yugo tiránico y define que lo hizo con base en el respeto al Derecho y a base de condiciones tan exigentes como virtud y honor.

Tanto lo repetimos y como tantas otras cosas, tan poco lo escuchamos y lo pensamos, al menos para que nos sirva de guía cuando no sabemos por dónde dirigir nuestros pasos.

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Cuando hablo del pueblo al que pertenezco, lo hago sin idealizarlo ignorando sus carencias. Digo pueblo sin desprecio y sin demagogia que es otra forma de despreciarlo. Pueblo que se convierte en ciudadanía cuando consciente de sus derechos los defiende y consciente de sus deberes los cumple. Cuando se sabe igual y por tanto actúa ni por encima ni por debajo de nadie.

Y ¿por qué el himno no empieza ¡Gloria al bravo ciudadano! No fue cosa de meras métrica y cadencia del compositor cuya identidad discuten los historiadores. Es que la ciudadanía es un ejercicio, un menester. Ya Bolívar, tan manoseado y adulterado por el culto y el interés, lo decía, “Ejercer el oficio de simple ciudadano”. La ciudadanía es un nivel que se alcanza actuando, no una condición por derecho de nacimiento.

El pueblo venezolano padece cada hora de cada uno de sus días, el dramático empobrecimiento de su vida. ¿Siempre ha sufrido el pueblo? Sí, a veces más, a veces menos y unos más que otros. Pero también ha logrado, ha podido ver que su trabajo rinde, que su esfuerzo vale la pena. Y ese derecho al logro se lo han ido expropiando, sea por decisiones equivocadas, por incompetencia, por corrupción o por la tóxica combinación de esos tres ingredientes.

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Democracia, se sabe, viene de “Demos”, pueblo y “kratos”, gobierno. En la intachable palabra de Lincoln, “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Los obstáculos para que se exprese significan, no nos engañemos, miedo al pueblo. Cada obstáculo removido es retroceso del miedo y avance del pueblo. ¿Serán suficientes? ¿Habrá tiempo? El tiempo es el único recurso natural no renovable. El pueblo, en cambio, no. Aún envejecido por estímulos perversos a la forzada emigración, no pierde su capacidad de renovarse. Por eso es mi esperanza.

Ramón Guillermo Aveledo

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