#OPINIÓN Gramáticas mexicanas #20Sep

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Cuando en una fría y brumosa mañana de marzo de 1972,en la merideña Universidad de Los Andes venezolana, recibí de las hermosas manos de mi compañera de estudios Giovanna Higuera un pequeño libro llamado El laberinto de la soledad, quedé deslumbrado, por no decir atónito desde entonces después que hicimos una lectura en común. En una Facultad de Humanidades y su Escuela de Historia, de signo marcadamente marxista, leer una obra del mexicano Octavio Paz era poco menos que un sacrilegio, una ofensa. Era literatura burguesa, se decía con acritud, escrita por un hombre, un poeta que se había alejado de su pasado revolucionario, un apóstata del que ni siquiera su nombre podía ser mencionado.

La Escuela de Historia, donde quien escribe estudiaba con gran entusiasmo y entrega, estaba por entonces como secuestrada por otro pequeño y muy admirado texto: Los conceptos elementales del materialismo histórico, escrito en 1969 por la psicóloga y socióloga chilena Marta Harnecker. Se usaba en casi todas las asignaturas generales de nuestro plan de estudios: Introducción a la Historia, Sociología, Filosofía, Economía Política. Ambos textos representaban para el adolescente que era yo, dos maneras de comprender la realidad y la vida, dos maneras completamente distintas y hasta antagónicas, por lo que mi mente maravillada sufrió una especie de “esquizofrenia intelectual” que no atino entender completamente todavía después de aquel encuentro con el mexicano y la chilena en los pasillos de la Facultad de Humanidades emeritense de hace media centuria.

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Dos libros de bolsillo ambos, que habían logrado lo que no pudieron hacer los pesados volúmenes que consultábamos en la Biblioteca Gonzalo Rincón Gutiérrez de la Facultad día y de noche. Pensaba en la relación base-superestructura marxista y simultáneamente en el “pachuco” mexicano, lo que me provoca una enredona intelectual gigantesca, pero que fue muy fructífera y estimulante. Se trataba de un encontronazo del marxismo althusseriano con la filosofía de Ortega y Gasset, como comprendí después, de la lucha de clases marxista y la circunstancia mexicana.

Si nos ponemos a ver, ambos textos tienen una genealogía distinta. La de Los conceptos elementales de materialismo histórico deviene del filósofo francés Louis Althusser, quien hizo una lectura no sovietizante de Karl Marx, a lo que se debe atribuir su popularidad entonces en aquellos años, época en que nacía el Movimiento Al Socialismo (MAS)partido político de Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, un partido con muchos intelectuales en su seno, que fue duro crítico de la Unión Soviética y Cuba, pero también del capitalismo, que tuvo resonancias mundiales desde su fundación en enero de 1971.

La genealogía de El laberinto de la soledad deviene de tierras de habla castellana, lo que es meritorio destacar, la muy original filosofía del español José Ortega y Gasset, según dice Octavio Paz. Su Raciovitalismo, expuesto en 1925, comenzó a difundirse en toda América Latina. Pero fue en México donde se formó un movimiento orteguiano, con José Romano Muñoz y principalmente Samuel Ramos. “Era, dice el francés Alan Guy, una reacción al bergsonismo, caro a la Generación del Centenario. Ortega concilió racionalismo y vitalismo, que impacta a los filósofos españoles del exilio y que combinaba la fenomenología de Husserl y el existencialismo de Heidegger. Lo que les sedujo, en El tema de nuestro tiempo, fue la síntesis hábil de la razón y de la vida, la atención prestada a las circunstancias hic et nunc, el carácter concreto del perspectivismo y el rechazo de toda metafísica, en beneficio exclusivo de cierto relativismo.”

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El orteguismo impacta a Samuel Ramos(El perfil del hombre en México), al eminente pensador Leopoldo Zea, y su idea de que la filosofía debe nacer desde la circunstancia, es decir de México(La filosofía americana como filosofía sin más), Luis Abad Carretero (Una filosofía del instante), Emilio Uranga (Análisis del ser mexicano), Salvador Reyes Nevares (El amor y la mistad en el mexicano), Fausto Vega y Francisco López Cámara, La ultima Thulede Alfonso Reyes, y La invención de América de Edmundo O’ Gorman. En la Patria de Bolívar el orteguismo impacta al eximio ensayista Mariano Picón Salas en su De la conquista a la independencia, 1941, en Argentina a Victoria Ocampo, fundadora de la sin par Revista Sur.

Sobre el orteguista Octavio Paz se extiende el filósofo francés Alan Guy: “Ni siquiera el filósofo poeta mexicano Octavio Paz dejó de ser tocado por esta preocupación orteguiano-mexicanista, en su bello ensayo El laberinto de la soledad y sus otros trabajos El arco y la lira, y Claude Levi-Strauss o el nuevo festín de Esopo. Para quien escribe el mexicano y Premio Nobel es un autor esencialísimo y es una de las influencias más destacadas de mi pensamiento. En mi biblioteca gozan de lugar de privilegio El ogro filantrópico, el muy erótico librillo La llama doble, la apasionante biografía que no dejo de releer Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, El arco y la lira, El laberinto de la soledad, que le dio gran notoriedad desde su aparición en 1950.

Tuve el privilegio de conocer a la autora chilena muchos años después, en la ciudad del semiárido de la cual soy su Cronista, Carora, Venezuela, cuando fue invitada a dictar conferencia en la Alcaldía del Municipio Torres en tiempos de la Revolución Bolivariana poco antes de su fallecimiento en 2019. Ya no era la que conocí en mis lecturas en Mérida, una adelantada discípula de Louis Althusser en los años de la gran revuelta estudiantil parisina del 68 y de la horrorosa Masacre de Tlatelolco en México. Medio siglo después era una mujer distinta, comprometida con vivencias concretas con los movimientos revolucionarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela, asesora del presidente Hugo Chávez Frías. Hablaba de hechos concretos de la vida y no de las abstracciones del materialismo histórico que creyó interpretar de manera antidogmática, lejos de la paralizante y mineralizada interpretación soviética que entonces campeaba a finales del siglo pasado en los institutos de educación universitaria. Era una mujer muy crítica de los dogmatismos de toda laya, en su juventud se enfrentó a los dictados de la Juventud Católica chilena en la que militaba, y enfrentó con valentía y audacia ese fósil antediluviano que era el marxismo soviético, del que nos habló el tan mencionado entonces filósofo alemán Herbert Marcuse, gran gurú e inspirador dela gran revuelta estudiantil del Mayo de 1968.

Había un sesgo estructuralista en Los conceptos fundamentales del materialismo histórico, que fue producto de la notable influencia que recibe Harneckeren Francia de manos de Louis Althuser, el redescubridor de Marx y que termina su vida víctima de la esquizofrenia como su camarada Michel Foucault. Ese texto fue escrito para orientar al movimiento obrero y campesino latinoamericano y creo que no tuvo impacto en las investigaciones históricas concretas. Era, pues, sólo eso, un manual. Toda esa discusión que generó el pequeño libro de la chilena hace media centuria ha quedado casi en el olvido y hogaño preferimos estudiar a nuevos marxistas y sus nuevas interpretaciones de Marx, tales como la muy interesante de los españoles Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, quienes hacen referencia muy oportuna a las experiencias revolucionarias latinoamericanas en su obra El orden de El Capital. Por qué seguir leyendo a Marx, Akal, 2010.

Medio siglo luego de mi insólito e infrecuente encuentro entre las obras de la chilena y el mexicano, hallo en la obra del Premio Nobel de Literatura Octavio Paz una perennidad, una como infinitud que el texto de Harneckerno tiene, lo que deviene quizás de su fría y cientificista intelectualidad afrancesada. Todo lo contrario de El laberinto de la soledad, que es una preocupación por comprender el tiempo detenido y el instante eterno del díscolo y festivo pueblo mexicano y por extensión latinoamericano. Es un verdadero monumento literario, una obra maestra que comparo a Casa grande y Senzala (1933) del brasileño Gilberto Freyre y a la novela Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos, obras que le dieron consistencia histórica y psicológica a los pueblos y que se pueden leer con provecho en cualquier latitud y momento. Gracias a Octavio Paz, y más recientemente al antropólogo comparatista británico Jack Goody (El robo de la historia, 2006), hemos podido entender finalmente que el marxismo es una teoría fuertemente eurocéntrica y etnocéntrica, que las desconcertantes vicisitudes latinoamericanas, su originalidad étnica, su inmensa literatura, no tienen lugar en el seco esquema explicativo marxista que nos ofreció la sureña Marta Harnecker hace ya diez largos lustros en aquella Escuela de Historia emeritense que rememoro hogaño con inmensa nostalgia.

Luis Eduardo Cortés Riera

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