#OPINIÓN Gaveta Azul: Gratitud (o el grácil vuelo del albatros) #4Oct

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Eventos circunstanciales de actividades culturales en una ciudad de provincia me llevaron a establecer relaciones de trabajo con un grupo de jóvenes, incluidos unos dos o tres adolescentes, liceístas de último año. Como es de rigor todos deseaban acomodar el mundo. El ímpetu apasionado de su discurso y actitudes presagiaba que deseaban emprender la tarea cuanto antes, y seguros estaban de lograr éxitos en breves semanas. Alocada ilusión albergada en los corazones juveniles de cualquier época. La conformación era variada, había pichones literatosos; tres de los más maduros cursaban artes plásticas, uno que otro teatrero, aspirantes a poetas de vanguardia y algún indeciso buscando una rama para colgarse (según autoconfesión).

Mi trabajo periodístico y las actividades de promotor cultural en las que estaba involucrado fueron estrechando algunos lazos y surgieron amistades, algunas resistieron el tiempo y soportaron las diversas vías de separación abierta por los caminos que tomó la vida de cada uno. Al retomar la profesión de marino que me llevó a surcar los mares del planeta otros veinte años, se mantuvo la comunicación por un lustro más, en particular con los pintores y dos colegas excompañeros de trabajo. La errancia natural del hombre de mar, desató los últimos lazos.

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De los aspirantes a cultivar las musas, el más inquieto se rindió a Clio, con todas las de la ley. Su Licenciatura en Historia lo llevó a la docencia y en paralelo a gestiones gerenciales relacionadas con la promoción cultural. De los aspirantes al Nobel literario, uno se licenció en comunicación y se sumergió en una mezcla de farándula con actividad reporteril del mundo teatral y de la música. La vanguardia poética de entonces se mantuvo en sus trece, dando testimonio de las angustias y soledades humanas, incluido un poeta gris, saturniano por naturaleza, alma atormentada etiquetada siempre en el grupo de los “malditos”. De un par de niños músicos,. varias veces presentes en notas de la Página de Arte de este diario, uno se ha convertido en un director de valía y prestigio internacional bien ganado y sudado. Pocos, como los artistas saben que la maestría es el logro de trabajo duro y más trabajo y un poco más. En la correspondencia que cubre diez años del mecenazgo de la Condesa Von Meck al célebre compositor ruso Peter Illich Tchaikowsky, el músico respondiendo una pregunta de la condesa, afirma categórico: “Cierto, la inspiración existe, pero una obra concluida es por lo general 90 % de sudor”.

De muchas otras formas se ha dicho lo mismo, una de mis preferidas y prometo no volver a citar, se le atribuye a Miguel Ángel. El célebre artista, figura preminente del renacimiento, poeta, pintor, escultor, arquitecto, todo en grado superlativo, bocetaba mucho al carboncillo: Escorzos, manos, rostros, etc. Cuando consideraba suficiente el trabajo realizado, en realidad estudio y entrenamiento, tomaba el fajo de papeles y los arrojaba al fuego de la chimenea al tiempo que decía, arrogante: “El vulgo debe creer que ser genio es fácil”…

Volviendo a los lazos de mi trabajo, allá durante el primer “calderato” y luego deshechos en el tiempo, hubo en el grupo del que hablaba, cultores de Talía y Melpóneme. Uno de estos teatreros, fue reclutado por la troupe del del Ateneo de Caracas donde se dedicó a la dirección escénica. De los pintores, los más comprometidos vocacionalmente con su trabajo, todos se mantuvieron en la lucha. Trabajaron y expusieron en París y siguen con el mazo dando, e indudablemente dolidos al contemplar las ruinas y cenizas actuales, y compararlas con la riqueza de la vida artístico cultural en aquellos felices días de constante actividad teatral, pictórica, recitales y presentación de figuras de la música, solistas famosos, festivales. Un trabajo de promoción cultural realizado en conjunto por todos los factores de la actividad. Las casas superiores de estudio, la Biblioteca Pio Tamayo, el Ateneo de la ciudad y la Casa de la Cultura, sin preminencia protagónica. Todos eran importantes en una tarea realizada con dedicación y constancia, voceada y divulgada en las mismas condiciones y con el mismo interés por la Página de Arte del diario de la ciudad, este vocero de más de un siglo de existencia cuya historia está a la espera de una densa tesis sobre comunicación capaz de mostrar la especial importancia y significación regional del que ha sido heraldo-espejo de la vida de la ciudad, del estado y la región, reflejando casi un siglo y cuarto de anhelos, dolores, carencias, aspiraciones, evolución, institucionalidad, progresos, alzas y bajas; cimas y abismos de millones de vidas, gravitando sobre un territorio cercano a los 100 mil km2…(Lara, Yaracuy, Portuguesa, Falcón y Trujillo).

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El tiempo devorador nos traslada 47 años después a un reencuentro y de seguidas a éste unos dos más y luego otro, vía redes. Todos en la misma tónica, palabras de gratitud y reconocimiento a quien consideran guía y mentor de una buena parte de sus vidas y realizaciones. Alguien recuerda no una o dos, sino varias frases a las que otorgaron calidad de faros o luminarias borrando oscuridades del camino emprendido.

Citaron algunos los libros y lecturas recomendadas y hasta la música que debían oír. Haciendo un esfuerzo de evocación y rebobinando añoranzas, observé que nada de aquellos recuerdos por los que me otorgaban un reconocimiento tan espontáneo había surgido bajo la intención de pontificar.

Sencillamente conversábamos, intentaba dar una respuesta más o menos satisfactoria a una inquietud planteada o discutíamos acerca de lo más relevante o apropiado en una de las tantas circunstancias afrontadas por los jóvenes, en la creencia certera que afrontan algo de vida o muerte. Una buena práctica recordatoria de trozos de existencia casi olvidados, revividos en el recuerdo para comprender la intención y propósito de las palabras de estos adultos, algunos ya setentones o un poco más que me consideraban y reconocían como una influencia positiva y en parte una densa contribución en logros obtenidos en su vida activa.

Comprender la actitud e intención de aquellos testimonios generó un profundo impacto emocional. Me sentí grácil, con un grado de liviandad que imaginé al del vuelo del albatros, ese emperador del aire que permanece horas dejándose llevar por las más sutiles corrientes de aire, sin un batir de alas. De pronto, un soplo lo baja más allá de lo permisible hasta acariciarle el plumón del pectoral unas burbujas de suave espuma oceánica. No se extraña ni sorprende, mueve ligeramente una tercera o cuarta remera del plumaje de un lado y se eleva varios centímetros adicionales al nivel anterior. La grácil alada operación, apenas advertible, es casi un testimonio de agradecimiento a la madre naturaleza, dotándolo de tan especiales facultades.

Una expresión de gratitud logra revivir la experiencia interna de una sensación de pureza y liviandad semejante al grácil vuelo del albatros, emperador del aire.

Pedro J. Lozada

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