#OPINIÓN En el silencio Jesús nos habla #9Ene

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Los cristianos siempre recordamos a Jesús entre multitudes. Los evangelios son precisamente testimonios vivos de su palabra y el relato de sus episodios existenciales más notorios. Pero sobre las reflexiones de Jesús en verdad poco sabemos. Los exegetas han tratado de explicarnos y conducirnos hacia presumibles  meditaciones de nuestro Señor Jesucristo, pero con todo y el esfuerzo de inteligencia y múltiples y repetidas lecturas de la  Biblia debemos asumirlas como especulaciones, santas especulaciones pero al fin y al cabo especulaciones.

Lo que si en verdad parece lógico pensar que Jesús, poseedor de un conocimiento  completo y profundo de la realidad humana en tanto tenía  el don  de la omnisciencia divina, debía sufrir como hombre de una gran soledad al no poder compartir con sus semejantes las ideas y visiones del mundo que estaban fuera de los alcances de personas comunes y corrientes.

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De esta forma sus enseñanzas fueron acomodadas según los niveles de entendimiento promedio de sus contemporáneos y más específicamente de la gente que lo seguía, pastores, pescadores, campesinos, gente humilde y como es dable suponer con un grado  muy elemental de preparación educativa. De esta manera tenemos que asumir que los Evangelios representan una verdad divina pero una verdad que contiene significados profundos que en su momento no fueron revelados por la carencia de un auditorio suficientemente preparado para recibir mensajes más complejos.

Precisamente por no entender los contenidos verdaderos de su mensaje de amor y paz Jesús se convirtió en el gran enemigo de las autoridades religiosas de su época quienes veían en él un poderoso rival que en determinado momento podía socavar el poder social que lleva implícito el ejercicio de un sacerdocio que se reserva el dominio y la administración de las normas morales mediante las cuales se establecen las relaciones entre Dios y los hombres. Y por ser peligroso para la estabilidad y permanencia de los cargos de representación divina dentro de la sociedad, Jesús fue enjuiciado, condenado y  crucificado como un delincuente. Todo lo sufrió en la soledad de un tormento en el cual sus verdades no podían ser reveladas a plenitud porque su pensamiento  estaba fuera del alcance de la inteligencia humana de aquellos tiempos.

Jesús fue el más iluminado místico que haya conocido la Historia, fue también un líder religioso a quien las multitudes seguían con respeto y admiración y fue además  portador de un mensaje revolucionario que subvirtió los paradigmas teológicos de su momento al mostrarnos a un Dios sentado sobre un trono de amor, distinto a la visión del Dios castigador inferido del Viejo Testamento.

Sobre el Jesús místico las diatribas de los teólogos y teósofos nunca acaban. Buena parte de la literatura cristiana tiene que ver con las particulares  lecturas que se le ha dado a la condición divina de este hombre que dividió la Historia, pero dentro de los centenares o miles de estudiosos podemos extraer una frase desesperada de uno de los mas piadosos intelectuales quien pretendía llegar al convencimiento de Dios mediante la razón, John Eckard, quien luego de interminables análisis basados en la lógica exclamo: Dios no existe, ayúdame Dios mío. Con lo cual quedaría demostrado que al Jesús místico no se le puede llegar sino exclusivamente por el camino de la fe, sencillamente porque la inteligencia humana no tiene categorías eficientes para desentrañar lo que llamamos misterios divinos.

Sobre Jesús líder religioso y revolucionario también han existido interminables desencuentros. Y así quienes asumen a Cristo como una fuerza social lo convierten en emblema de sus luchas por lograr un mundo de justicia e igualdad entre los hombres. A este respecto en Latinoamérica tenemos quizás a los más brillantes exponentes de esta tendencia, baste citar al eterno Arzobispo de Recife Don Helder Cámara, un gran santo que debe ser llevado a los altares.

Pero colocado al margen de todas estas polémicas humanas Jesús aun está solo. Su mensaje de amor ha sido proclamado por muchos pero realizado por muy pocos, hombres y mujeres santas que por ser precisamente quienes mejor lo han entendido han sufrido la soledad y la incomprensión de sus semejantes. Dos ejemplos bastan para comprender como los intereses materiales mantienen en condición de soledad arrinconada la vida  y el ejemplo de Jesús, San Francisco de Asís y San  Pio de Pietralcina. Tanto se aproximaron a la luminosa soledad de Jesucristo que ambos sufrieron sus estigmas y ambos fueron maltratados por quienes les debían admiración y respeto.

Jesús sufrió y sufre de soledad, por eso lo mantenemos colgado de una cruz. Así lo adoramos, como el cordero inocente y bueno que pague nuestras cotidianas culpas. Allí se mantiene con su corazón sangrante y con los clavos hundidos en sus manos. Y cada vez que alguien en su nombre lo reclama para una causa política no hace otra cosa que tomar prestada la lanza de Longinos para clavarla nuevamente sin piedad sobre su pecho. Jesús esta solo pero quiere hablarnos, pongamos en silencio nuestro corazón para poder escucharlo.

Jorge Euclides Ramírez

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