#OPINIÓN Por la puerta del sol (141): A esa mujer irremplazable llamada mamá #7May

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No se puede vivir a la sombra de la felicidad si no se cultivan en el hijo las virtudes y se crean los hábitos necesarios para actuar en el mundo del bien.

Ningún niño en el mundo se sentirá solo, desprotegido, hambriento, detestado ni infeliz si tiene una madre a su lado.  Hay padres excelentes, pero es la madre quien toma las riendas de enseñar el niño a escrutar el alma, es la que reconoce y aplaude sus buenas acciones con un guiño de ojo o un abrazo, es ella la que siembra en el hijo el sentimiento hermoso de la piedad y del amor a los demás, incluidos plantas y animales, es la que le enseña a rezar las primeras oraciones e incentiva en él la fe en Dios.

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La madre se ata al hijo en cuerpo y alma, aunque sabe que es su madre no su dueña, que puede darle todo el amor, pero él tiene su propia manera de demostrar el suyo, sabe que cuida su vida no su alma. Florecer es aprender a amar desde el regazo de la madre; fina o tosca, sabia o ignorante,  negra o blanca, rica o pobre, bonita o fea, casada o soltera, ella nunca olvidará su responsabilidad hacía el hijo. Es ella la que con su idioma, constancia y cariño  borda con aguja de sabiduría el mejor camino para el hijo. Es el único ser en el mundo que prodiga el amor más puro, es la que vela su sueño y crecimiento desde el instante en que nace.

Por mucho que rebusquemos otras cosas diferentes en la vida, para reconocer realmente cuales son nuestros símbolos, no hallaremos nada que exista en nuestro sentir que simbolice tan cumplidamente esta expresión como la patria y la madre. En ningún otro símbolo se encuentra cuánto hay de dulce y caro para el individuo y la familia, desde la oración aprendida de labios maternos y los cuentos leídos al calor del hogar, hasta la desolación que con su ausencia dejan los padres al morir.

A mi madre Aminta de Niño (+)

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Aún reverdecen tus macetas, los helechos y el rosal. Llena esta la vieja casa de los ecos de tu voz, de ti. Tu estelar brillo cual luminosa estrella subsiste hoy  como eterna luz, en ese amado rincón llamado Colombia.  

¿Qué mejor día que hoy  para recordarte? Fuiste la imagen plena del sentimiento, raíz inagotable de nuestras esperanzas, poblaste de auroras lo sombrío. Al morir cargaste con todas mis alegrías. 

La ovación que hoy consagro a tu memoria, es un tributo religioso, un inmenso suspiro en este mar de llanto. 

Vaya un fuerte abrazo desde Barquisimeto para mi hija Ivette, para mi nuera María Eugenia,  para mis hermanas, mis sobrinas, mis vecinas Iraima, Alicia, María y para mis amigas siempre recordadas con cariño.

Amanda N. de Victoria

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