#OPINIÓN Barquisimeto 2050 #4Ago

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El año 2003 fue promulgada en Venezuela la ley contra los ilícitos cambiarios, un tradicional artificio de origen comunista, con la intención de regular a través de mecanismos estatales, la compra y venta de divisas. En esencia, esa ley fungió como camisa de fuerza para todos los venezolanos que quisieran efectuar operaciones en divisas y eliminó de cuajo la posibilidad de ahorrar en moneda fuerte. No obstante, el 2 de agosto de 2018, dicha ley fue derogada, permitiéndose una serie de operaciones que anteriormente eran penadas jurídicamente, y es vox populi a escala nacional que ese fue el punto de partida del pequeño, tibio, e inconsistente resurgir económico que ha experimentado el país en los últimos tiempos.

Por lo tanto, una certeza salta a la vista: la libertad para realizar transacciones en divisas, trajo beneficios para los venezolanos. Esta es la enésima prueba concreta de que la libertad en materia económica tiene una relación directa con el bienestar de la gente. Los comunistas soviéticos de la mano de Lenin, descubrieron que un gobierno no puede controlar la economía sin controlar a la gente. Y sabían que cuando un gobierno se decide a hacerlo, debe usar la fuerza y la coerción para lograr su objetivo. Y estos métodos, copiados por Cuba y ejecutados en nuestro país por las viudas irredentas de Karl Marx, produjeron la debacle de un aparato productivo de élite en la América Latina, como lo era el aparato productivo venezolano en el apogeo de la democracia.     

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A todos nosotros, a escala regional, la propaganda socialista global nos ha dicho que se debe escoger entre izquierda y derecha, pero la pura realidad es que, en materia política, no existe izquierda ni derecha. Sólo existe arriba y abajo. Arriba está el milenario sueño humano de la máxima libertad individual posible manteniendo el orden, y abajo el infierno del totalitarismo. Siguiendo los esquemas fracasados en el planeta entero y con el objetivo inocultable de atiborrarse de poder, la pandilla gubernamental eligió desde el primer momento ese camino descendente, y con ello Venezuela entera se desbarrancó en el sótano de la miseria y la ignominia. Plutarco, ese agudo filosofo moralista griego, advirtió que «el verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquel que reparte botines, donaciones y regalos».           

Parafraseando a Ronald Reagan, hay que decirlo alto y claro: el gobierno no es la solución a nuestros problemas. El gobierno es el problema. De vez en cuando, hemos estado tentados a pensar que la sociedad se ha vuelto demasiado compleja para ser manejada por el autogobierno, que el gobierno en manos de una elite es superior al gobierno de, para y por las personas. Pero si nadie de nosotros es capaz de gobernarse a sí mismo, ¿quién de nosotros tiene la capacidad de gobernar a otro? Los soviéticos y los cubanos lo sabían: hay que crear dependencia para garantizar poder. Un ciudadano libre es un ciudadano perdido para las tenazas metódicas e insaciables del comunismo.

Escribo estas reflexiones en la querida Barquisimeto. La maltratada pero inmortal Barquisimeto, en los albores de agosto de 2022. Y cuando veo los destrozos causados por 24 años de economía estatista, no puedo dejar de pensar en el porvenir de la ciudad. Para dar una cifra aleatoria, me viene a la mente Barquisimeto en el año 2050. ¿Qué ciudad será? ¿Como será tratada en ese futuro lejano? Debo decir que no tengo la menor idea. Pero hay una pista bastante concreta. Es muy claro que nuestros problemas actuales son paralelos y proporcionales a la intervención e intrusión en nuestras vidas que se derivan del innecesario y excesivo crecimiento del Estado. Por tanto, es crucial que los barquisimetanos nos demos cuenta de que debemos actuar sin requerir nada del estado. La independencia de las dádivas y las subvenciones gobierneras, nos hará más libres y más prósperos. Somos un gentilicio capacitado para trazarnos grandes objetivos. No estamos condenados, como algunos quisieran hacernos creer, a un declive inevitable. No es verdad que existe un destino escrito, que vaya a cernirse sobre nosotros, hagamos lo que hagamos. Pero si existe un destino que se cernirá sobre nosotros si no hacemos nada. Y ese destino si está escrito y es oscuro. Así que, con toda la energía creativa a nuestra disposición, empecemos una era de renovación local y nacional. Renovemos nuestra determinación, nuestro coraje, nuestra fuerza. Y renovemos nuestra fe y nuestra esperanza. Y con ello, la perla del turbio, la ciudad engendrada e imaginada por Juan de Villegas en el ensueño de los crepúsculos, tendrá un 2050 luminoso, como lo merece.       

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Félix O. Gutiérrez P.

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