A Páez lo invadía el miedo y seguido la epilepsia #12Nov

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Es un hecho conocido que, desde la guerra de independencia de Venezuela, José Antonio Páez sufría, con más o menos frecuencia, de ataques nerviosos de forma epiléptica, en una que otra ocasión, al comienzo o fin de los choques terribles que, contra las caballerías de López, de Morales, de La Torre y de Morillo, protagonizó el centauro llanero.

«El modo de batirse los llaneros consiste en dar repetidas cargas con la mayor furia a lo más denso de las filas enemigas, hasta que logran poner en desorden la formación y entonces destrozan cuanto ven en torno suyo. Al principio de estos ataques, son tan violentos los esfuerzos de Páez, que le acomete un vértigo y cae del caballo, el cual está tan bien enseñado que se detiene en el momento que siente que el jinete se ha desprendido de su lomo; el hombre queda en tierra hasta que algunos de sus compañeros vienen a levantarlo. Llévanlo entonces a retaguardia y el único medio de hacerle recobrar el sentido es echarle encima agua fría, o si se puede, sumergirlo prontamente en ella, sacudiéndolo al mismo tiempo».

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El párrafo anterior corresponde al libro intitulado: Recollections of a service of three years during the war-of extermination in The Republic of Venezuela and Colombia. London, 1828”, citado por el Dr. Raúl Ramos Calles, uno de los fundadores de los estudios universitarios de Psiquiatría de Venezuela, en una conferencia pronunciada en Barquisimeto, estado Lara, el 20 de abril de 1991, en la V Jornadas Nacionales sobre epilepsia, organizada por la Sociedad Venezolana de Neurología.

Pero dejemos que sea el propio José Antonio Páez, el mítico general llanero, héroe de la Guerra de Independencia cuyo poder e influencia gravitó sobre Venezuela durante más de medio siglo, y quien era «poseído» constantemente por ataques: «Al principio de todo combate, cuando sonaban los primeros tiros, apoderábase de mí una violenta excitación nerviosa que me impedía lanzarme contra el enemigo para recibir los primeros golpes, lo que habría hecho siempre, si mis compañeros, con grandes esfuerzos, no me hubiesen contenido».

Asaltado por el terrible ataque

En el Banco de Chire, desarrollada en los llanos de Casanare, el 31 de octubre de 1815, Páez confrontó con el ejército realista al mando del coronel Sebastián de la Calzada que, al momento de adentrarse con la caballería, con las primeras descargas de artillería, «me acometió dicho ataque al entrar en el combate de Chire, cuando ya me había adelantado y tenido un encuentro con la descubierta. Mis compañeros, que forcejeaban por sujetarme a la espalda del ejército, tuvieron que dejarme para ir a ocupar sus puestos en las filas, cuando oyeron las primeras descargas de los realistas».

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Un realista lo salvó en Carabobo

El historiador Luis Heraclio Medina Canelón, refiere que el 24 de junio de 1821 en pleno fragor de la batalla de Carabobo, luego de que Páez con su caballería logra la rendición del batallón Barbastro, este general llanero, junto a otros 300 jinetes se enfrenta a los escuadrones de Morales en el “Zanjón del Guayabal”, pero sucede que en pleno combate le sobreviene un ataque de epilepsia y Páez pierde el sentido.

Es allí donde el comandante realista Antonio Martínez logra sacar a Páez del tropel, sujeta por las riendas el caballo del general y lo lleva hasta donde se encuentra un teniente republicano llamado Alejandro Salazar, conocido como “Guadalupe” y lo hace montar a la grupa del caballo de Páez para que éste no cayera, y entre ambos lo llevan a salvo tras las líneas republicanas, donde se recupera para luego volver al combate. El propio Páez reconoce que, si Martínez no acude en su auxilio, lo más posible es que hubiera muerto en el sitio. 

El coronel británico Gustavo Hippisley, quien combatió junto a Páez, apuntó en sus memorias el siguiente relato: «En la acción de Ortíz, Páez por orden de Bolívar cubrió la retirada y una o dos cargas bastaron para salvar la infantería de su total aniquilamiento. Después de la última carga, dada por él personalmente, fue víctima de un acceso epiléptico y cayó al suelo echando espuma por la boca. Presencié el hecho y al verlo en aquel estado, corrí hacia él, aunque algunos de sus subalternos me instaban a que no me ocupara del general, asegurándome ´que pronto estaría bien´; que a él a menudo le ocurría aquello y que no se atrevían a tocarlo hasta que no se le pasara completamente». 

En aquella ocasión Hippisley, sin embargo, se aproximó a Páez, le roció la cara con agua y le hizo tragar algunos generosos sorbos, lo que lo restableció inmediatamente. Al volver en sí le dio las gracias, diciéndole que se encontraba un poco cansado por el día de fatiga, habiéndole dado muerte con su propia lanza a treinta y nueve enemigos y al atravesar al número cuarenta le acometió el síncope. A su lado se hallaba la ensangrentada lanza.

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Pánico a las serpientes

Un dato revelador es el aportado por el mencionado Dr. Raúl Ramos Calles, cuando expone en su discurso que Páez tenía la peregrina idea fóbica, de que la carne de pescado se le convertía en carne de culebra en el estómago, induciéndole una crisis convulsiva.

A juicio del médico, naturalista e historiador larense Dr. Lisandro Alvarado «La causa de estos ataques de gota coral deben ser atribuidos a causas hereditarias, pues el género de vida que llevó el general Páez desde niño fue de lo más a propósito para aguerrir y fortalecer su constitución. Se corrobora esto con la obsesión que lo acompaña de creer que al tragar carne de pescado se convertía, una vez en el estómago, en carne de serpiente, y por la impresión de terror y espanto que la vista de un ofidio le causaba, hasta producirle, aún a la edad de ochenta años, un acceso de epilepsia inmediatamente. No es de extrañar que, en estas condiciones, tanto las causas determinantes del mal como las obsesiones variasen hasta imitar bastante bien un estado histero-epiléptico».

En una carta de H. Nadal dirigida desde New York al Dr. José M. Francia, yerno de Páez, leemos: «Ayer le dio Phelps una comida: el General tomó pescado y le dio una revolución que le acomete cuando come aquel alimento…».

Según lo ocurrido en el Banco de Chire, no fue ocasionado por las descargas de la artillería realista, sino más bien que uno de los lanceros de Páez se topó con una serpiente la cual intentó aplastarle la cabeza con su lanza desde el caballo, lo que generó que el animal se enrollara en la punzante lanza. El llanero siguió su camino hasta donde se encontraba Páez y mostrándole el réptil abrazado a la lanza le increpó: 

«Aquí está mi jefe, el primer enemigo aprisionado en el campo de batalla» Páez miró el arma del jinete y «al instante fue víctima del mal».

Por su parte, el célebre cronista Arístides Rojas inserta en sus “Leyendas Históricas”: «Cuando llega el momento de la célebre acción del Yagual, (1816), en la cual figura Páez como jefe Supremo, el general Rafael Urdaneta estaba a su lado en al momento de comenzar la batalla, cuando Páez es víctima de fuertes convulsiones».

Rojas también menciona que otro episodio se escenificó años más tarde cuando ya el prestigioso general pisaba los ochenta años, cuando asistía a una exhibición de enormes boas (serpientes) en el museo de Barnum. 

Toma de las flecheras. Tito Salas, detalle, 1921. Colección Casa Natal del Libertador.png

«Uno de sus amigos lo invitó una tarde a que le acompañara al museo, donde iba a sorprenderlo con algo interesante. Páez, al ver los animales, se siente indispuesto y se retira; llega a su casa, ya a la hora de comer, se sienta a la mesa, cuando al acto pide que le conduzcan a su dormitorio. Allí, se presentan las convulsiones y de una manera tan alarmante, que el doctor Beales, célebre médico de New York, amigo de Páez, es llamado al instante. Sin perder el uso de la razón, Páez le asegura al médico que muchas serpientes le estrangulaban el cuello. A poco siente que le bajan y le oprimen los pulmones y el corazón y en seguida la región abdominal. Y a medida que la imaginación creía sentir los animales en su descenso de la cabeza a los pies, las convulsiones se sucedían sin interrupción. El doctor Beales quedó mudo ante aquella escena y no podía comprender cómo una monomanía podía desarrollar en el sistema nervioso tal intensidad de síntomas. Páez que había revelado los diversos síntomas que experimentaba, a proporción que los animales imaginarios pasaban de una a otra región, pedía a gritos que le salvaran en tan horrible trance. El doctor le hace varias preguntas al paciente y éste le responde con lucidez.

General, le pregunta el doctor, ¿me conoce usted? ¿Quién soy? 

– Sí: usted es el doctor Beales, uno de mis buenos amigos. 

– Pues bien, como tal, le aseguro a usted que no hay ninguna culebra en su cuerpo. 

No había terminado de pronunciar la última palabra cuando las convulsiones toman creces, llenando de espanto a los espectadores… A poco todo desapareció, y Páez continuó en perfecta salud…»

Ni el tiempo, ni los viajes, ni los esfuerzos de la voluntad más firme, lograron extinguir en Páez, el mal convulsivo que se apoderó de su organismo desde los días de su fogosa juventud.

Luis Alberto Perozo Padua

Periodista y cronista

[email protected]

IG/TW: @LuisPerozoPadua

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