#OPINIÓN Gaita con sazón (Parte II) #24Dic

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El sonar de las gaitas despierta a los marabinos el 18 de noviembre de cada año, proclamando así su incondicional devoción por su venerada Chinita y a la vez decretando con ello el inicio de las fiestas navideñas. Con el retumbar de los furros y las tamboras se despierta también el sentir de un pueblo apegado a sus tradiciones y a los recuerdos resguardados en la memoria de los abuelos. En esta segunda entrega de gaitas cargadas de información gastronómica estará centrada en personajes que jugaron un papel importante en el día a día de las rutinas hogareñas, especialmente en la de las cocinas que requerían de los deliverys de la época para aligerar la carga del trabajo de la jornada.

Las misas de aguinaldo en la madrugada y las patinatas a las afuera de los templos son dos de esas tradiciones que rememoran y extrañan quienes las vivieron hasta las postrimerías del siglo XX, cuando la inseguridad fue mermando la asistencia de los feligreses a los templos que abrían sus puertas a las 5 de la mañana para venerar al misterio de la Natividad a través de la interpretación de aguinaldos y parrandas propias de nuestras fiestas decembrinas. El sonido del conjunto de aguinalderos que cantaba en el interior del templo era opacado a momentos por el trepidar de las ruedas metálicas de los patines que de tanto en tanto pasaban justo en frente de la iglesia en su incansable transitar por la manzana circundante.

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Muchas son las anécdotas que atesoran quienes formaron parte de la cuerdita de patinadores que se reunían en cada comunidad y que en su camino al sitio escogido para la patinata podían cometer algunas tropelías que, a la luz de nuestros días, pudieran resultar hasta cándidas pero que para la sociedad de mediados del siglo XX eran escandalosas. Las víctimas más reseñadas de este grupo de zagaletones urbanos en ruedas eran los lecheros, personajes que en las madrugadas se encargaban de dejar en la puerta de las casas las botellas de leche fresca que serían consumidas por las familias a lo largo de ese día. 

Una pieza compuesta por el maestro Enrique Gotera, conocido también como el Fabuloso de la gaita, nos deja una breve pero detallada reseña de la las quejas frecuentes de la ciudadanía debido al hurto de las botellas de leche por parte de los traviesos muchachos que se desplazaban velozmente sobre ocho ruidosas ruedas metálicas al amparo de las oscuras y frías madrugadas decembrinas. Bajo el título de Los patinadores, esta gaita fue compuesta en 1965 y grabada en la voz de su propio autor con la agrupación Los Compadres del Éxito.

Cuando llega Navidad salen los patinadores

a convertirse en terrores de la leche en la ciudad,

por eso la vecindad pela el ojo a estos señores.

Otros despachadores a domicilio que recorrían Maracaibo, y algunas otras poblaciones venezolanas a lo largo del siglo pasado, fueron los recordados aguadores, personajes que en los últimos años han recuperado su protagonismo con el recrudecimiento de los problemas de distribución del vital líquido en los grandes centros poblados del país. Con sus mulas cargadas de vasijas o latas, o en rudimentarias carretas de tracción humana, muchas personas se ganaban la vida surtiendo de agua a los hogares en tiempos en donde los sistemas de distribución eran inexistentes o limitados a ciertas zonas urbanas.

En Maracaibo particularmente, proveerse de agua potable para el consumo humano siempre fue un problema desde su misma fundación. La primera solución a tal situación surgió con la construcción de pequeños aljibes hogareños en los que se recolectaba el agua de lluvia. Durante mucho tiempo se planificaron proyectos para la construcción de acueductos para satisfacer las necesidades de la creciente ciudad portuaria, pero no fue hasta el gobierno de Guzmán Blanco cuando se construyó el primer acueducto ubicado en el sector Bella Vista, complementado a lo largo del siglo XX por diferentes proyectos que, al parecer, no llegaron a mitigar del todo la sed del pueblo marabino puesto que los aguadores siguieron prestando sus servicios hasta casi finales del siglo XX.

Tal era la importancia de estos personajes que hay tres gaitas dedicadas a los aguadores, en cuyas letras podemos rastrear sus métodos de trabajo, sus rutas comerciales, los manantiales de los que se surtían y hasta los nombres de los más memorables del gremio. En primer lugar tenemos Los aguadores, grabada por El Gran Coquivacoa en 1981, compuesta e interpretada por el gran Abdenago Borjas, mejor conocido como Neguito Borjas:

La competencia Bartolo, se la hace María Boscán,

la que vende con afán el agua de polo a polo

sus burros vienen y van, sucios, flacos y virolos,

y tienen el rabo bolo de los palos que le dan.

En los tiempos de mi abuela siempre un burro se veía

con un hombre que vendía agua en una botijuela.

Me dijo el viejito Alcides (Marcos Ramírez) que fueron los aguadores,

de agua dulce vendedores por la carencia de aljibes.

Con el tiempo tanta plata dio el negocio que hasta Cleta

le echó al burro una carreta pa’ vender el agua en lata.

Al igual que los lecheros, los aguadores recorrían la ciudad de polo a polo, con la diferencia que estos últimos lo hacían a plena luz del día, bajo el inclemente sol mararacaibero. Nombres como el de María Boscán, Bartolo, Alcides, Marcos Ramírez, Cleta, están vinculados a este negocio, y al parecer varios de ellos acaparaban el mercado gracias a sus cuadrillas de burros que los ayudaban a cargar las botijuelas de barro cocido o las latas en las que portaban el vital líquido. Como lo describe el texto de la gaita, los pobres animales presentaban un aspecto físico deplorable por el excesivo peso que eran obligados a llevar a cuestas durante las largas jornadas diarias. El “rabo bolo” se refiere a los hematomas que oscurecían la piel por los golpes que les daban con varas para que aceleraran el paso. En el Zulia se conoce como bolo a una torta elaborada con frutos secos macerados en licor, harina de trigo, huevos, papelón y azúcar, que suele repartirse en las bodas. Es decir, que los pobres burros tenían el rabo negro, del mismo color de la torta. 

La agrupación Gaiteros de Alitasia también dedicaron en 2001 un tema a Los aguadores, en la que hacen referencia al lago como el Manantial del cielo, de donde los marabinos se proveían del vital líquido para los quehaceres diarios y para el consumo, recordando que la salinidad de este cuerpo de agua no es muy alta según lo refiere Argenis Ortiz Malavé relata en su libro Maracaibo, ciudad de 3 fundaciones de 2015: “sin ser dulce como la de pozos, el agua del lago en un tiempo fue bebible. La salinidad del lago, como lo ha demostrado el Iclam, aun estando en su mayor apertura la barra de navegación, nunca ha sido mayor a un 4%, y es que además de la barrera natural que representa la barra, al lago le tributan 135 ríos, y 200 riachuelos los cuales le aportan en la actualidad la cantidad de 1.900.000 litros de agua dulce por segundo, razón para suavizar su salinidad, eso sin sumar los depósitos subterráneos existentes alrededor del lago mismo.” Durante los últimos años, el deterioro de la salubridad del lago ha sido un tema de discusión constante, lo que hace impensable recurrir nuevamente a la sana práctica de usar sus aguas para el consumo doméstico como se hacía hace apenas 80 años.

Si vuelven los aguadores, seguro de pena se morirían

al ver esa porquería que hoy es el lago, Señores.

Si vuelven los aguadores, a deambular calle abajo,

se quedarían sin trabajo porque el Manantial del cielo,

dónde bebían los abuelos, no es el de otrora encantado.

Ay, Dios mío quién diría que en el antaño los aguadores

eran fieles surtidores del manantial que el lago tenía.

Bartolo y María Boscán se dejarían de la competencia

al ver que tanta indolencia sigue minando su manantial.

La tercera gaita dedicada a los aguadores, es también de la pluma de Neguito Borjas pero interpretada por Los Gaiteros del Pillopo. Su título, Los burreros (1988), no alude directamente a los personajes en cuestión pero por la manera de trasladar las pesadas botijuelas llenas de agua en lomo de burros, también se les conocía popularmente con este apelativo, que no era exclusivo para ellos sino que abarcaba cualquier comerciante que usara recuas asnales para trasladar sus mercancías. 

Desde la Nueva Zamora llevan erguidos garrotes,

sobre un burro al pasitrote venden agua a toda hora.

¡Del agua de la playa! gritan los burreros vendiendo como en quincalla

dulce manantial del cielo que sus botijuelas cargan.

Señora llego el agüero, compre que se va a acabar

es del dulce manantial del lago maracaibero.

Llevan agua en botijuelas hechas de barro cocido

van orgullosos y henchidos visitando su clientela.

Siempre llegan las pandillas de jinetes por montón

con chamarro y pantalón remangado a la rodilla.

Los populares vendedores usaban botijuelas de barro que con el tiempo cambiaron por latas de 25 litros cada una. Los pesados recipientes eran transportados en burros, en una especie de estera de tela que colgaba de cada lado del animal. Ya más avanzado el siglo XX, el aumento de la competencia entre comerciantes del ramo y se llegó a usar carros tirados también por mulas para el transporte del preciado líquido.

Este recorrido por el viejo Maracaibo nos deja muchas imágenes memorables de la tierra del sol amada, especialmente esas que nos vinculan con el día a día de personas cuyos oficios facilitan la vida de los demás. Aún resuenan las voces de muchos lecheros o aguadores en las historias narradas por quienes recuerdan con gratitud su noble oficio o en el canto del trovero que les rinde homenaje con sus versos llenos de nostalgia.

Miguel Peña Samuel

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