¡Me encanta el sol! Pero ¡cómo quema! #9Feb

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Por: Violeta Villar / www.lawebdelasalud.com

Era la primera vez que Rebeca iría al mar. Sus primos la habían invitado a pasar el fin de semana en la playa. Tan solo de pensar en las olas, nadar y jugar todo el día con Sara y Daniel, se le dibujaba una gran sonrisa en el rostro y daba pequeños brincos de emoción.

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—Prepara una lista con lo necesario para el viaje —indicó la mamá— y recuerda anotar el protector solar para tu piel; también ese lindo sobrero de ala ancha que utilizas cuando vas a las excursiones, y los lentes oscuros ―añadió.

Rebeca hizo la lista y puso las cosas sobre la cama. Cuando terminó, se las mostró a su mamá:

—¡Mira, tengo todo listo!: Traje de baño, sandalias, sombrero, lentes oscuros —leyó mientras se iba poniendo encima cada cosa que mencionaba―; por supuesto, ropa limpia para cada día y ¡ya está! —exclamó dando una vuelta sobre sí misma.

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¿Y el protector solar? —preguntó la mamá—. Recuerda que el sol es muy importante para la vida, pero también puede hacernos daño si estamos demasiado tiempo expuestos a él. Puede ocasionarnos insolación, quemaduras en la piel, manchas e incluso cáncer, y no quiero que nada de eso te pase.

—¡Ay, mamá, pero si es tan rico jugar al aire libre bajo el sol!

—Nadie dijo que no se pueda, pero debes protegerte adecuadamente. Ah, y preferentemente, evita estar bajo el sol directo entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde, que es cuando los rayos llegan con más fuerza —dijo enfática la mamá—. Vamos, no pongas esa cara. Sin duda te vas a divertir. Déjame ver esas gafas de sol.

—Son muy bonitas —exclamó Rebeca.

—Sí, pero no basta con que sean bonitas y oscuras, deben tener protección contra los rayos ultravioletas.

A la mañana siguiente, los primos pasaron a recogerla. Durante todo el camino fueron hablando, cantando, contando chistes y adivinanzas. Fue tan divertido que se les hizo corto el trayecto.

Una vez instalados en los bungalós, se cambiaron de ropa y fueron directos a la playa. Raquel tardó en entrar al agua porque se maravilló al ver, por primera vez, la enorme extensión del mar y el vaivén de las olas.

—¡Vamos, Raquel, métete! —gritaron Sara y Daniel.

—¡Allá voy! —contestó al tiempo que, poco a poco, se iba adentrando en el mar hasta alcanzar a los primos.

Con certeza y alegría le dieron sus primeras lecciones para que las olas no la revolcaran. Raquel sabía nadar muy bien en piscinas, pero hacerlo en el mar era otra cosa.

Estuvieron mucho rato en lo bajito de la playa, donde las olas eran pequeñas. Cuando se sintió confiada, dijo:

―Estoy lista para ir a lo hondo y nadar sobre las olas más grandes.

—¿Segura? —preguntaron a coro Sara y Daniel.

—¡Claro! ¡Vamos!

—Está bien, pero sigan mis indicaciones —ordenó Daniel, quien era dos años más grande y adoptó el rol de líder—, si les digo «por abajo», deben sumergirse y esperar a que la ola pase por arriba sin llevárselas; si digo «ahora, a nadar sobre la ola» deben bracear y llegar hasta la playa sin que la ola las revuelque. ¿Entendido?

Las chicas asintieron y comenzaron las prácticas. Sortear las olas era un reto muy entretenido. Estuvieron horas nadando sin percatarse del tiempo.

Cuando Sara observó a sus papás llamándolos desde la playa, les avisó, pero Raquel propuso:

—Cinco olas más y salimos, ¿les parece? Y, en cuanto podamos, regresamos al mar.

Los tíos habían colocado una gran sombrilla de playa. Los invitaron a sentarse un rato bajo la sombra, refrescarse, tomar agua y comer ensalada de frutas con trozos de coco.

—¡Están todos colorados! —exclamó la tía—. Quédense bajo la sombra hasta que baje el sol. Es más, regresemos a los bungalós.

¡Nooo, tía, por favor! Es la primera vez que vengo al mar y quiero aprovecharla al máximo. Quedémonos aquí un rato más.

—Sí, mamá, por favor —suplicaron Sara y Daniel.

—Está bien. Nosotros iremos al restaurante, desde ahí los podemos ver. Por favor, quédense jugando bajo la sombra hasta que haya bajado la intensidad del sol. Recuerden volver a untarse protector solar, utilizar sus gafas polarizadas y tomar agua.

―¡Gracias! Así lo haremos ―contestaron a coro.

—¡Hagamos figuras con la arena! —propuso Sara.

Al principio, modelaron pequeñas esculturas: una tortuga, un caracol, un pescado, pero pronto Daniel propuso:

―Hagamos una serpiente enorme.

Claro está que, poco a poco, el cuerpo de la serpiente quedó fuera de la sombrilla. El sol estaba muy fuerte.

Sara y Daniel se pusieron sus camisas de manga larga con filtro de protección solar. Cuando les dio calor, corrieron de nuevo al mar a jugar con las olas.

—¡Hey! ¿Se van a meter con ropa al mar? —preguntó Rebeca.

—Sí, es ropa especial para meternos al agua y protegernos del sol. ¡Vamos!, alcánzanos.

Aunque varias veces terminaron dando piruetas acuáticas por la fuerza de las olas, digamos, bien revolcados, nada de eso los desanimaba. Por el contrario, lo asumían como un reto, así es que siguieron mucho tiempo en el agua.

Había sido un día maravilloso. Fue en la noche, cuando Raquel intentó untarse crema y vestirse con ropa limpia, que comenzó a quejarse de dolor. Tenía la cara roja. Los hombros y la espalda, rojísimos;  además, se le estaban levantando unas ampollas pequeñas.

—¡Rayos, Raquel! Estás muy quemada ―exclamaron los tíos al mismo tiempo―, parece que tienes fiebre. Te llevaremos a la clínica.

Los recibió una doctora especialista en el cuidado de la piel. Tenía a la vista una serie de distintos protectores solares y, en la pared, una lámina que explicaba los efectos de los rayos UVA y UVB en la piel.

—¡Ay, me duele!, ¡me arde! ¿Por qué me quemé tanto si usé protector solar?

—¿Cuánto tiempo estuviste bajo el sol, Raquel?

—Mmm, mucho —contestó en voz baja y con una lágrima a punto de recorrerle las mejillas.

La doctora procedió a darle una explicación.

El sol emite 2 tipos de rayos. Aunque no los vemos, los UVB provocan el bronceado y causan quemaduras como las que tienes hoy. Los rayos UVA penetran hasta las capas inferiores de la piel y pueden causar daños muy graves. Dependiendo de tu tipo de piel y el tiempo que estarás expuesta, deberás escoger el factor de protección ideal para ti. Entre más alto sea el factor, por ejemplo 50 o 70, te protegerá durante más tiempo. Aplícalo 30 minutos antes de exponerte al sol para que su efecto sea el adecuado. Además, es mejor evitar su luz directa entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde, que es cuando los rayos UVB y UVA llegan con más fuerza.

—Ya me lo había advertido mi mamá —dijo entre sollozos Raquel—, pero estaba tan contenta nadando sobre las olas que me olvidé del tiempo.

—Además hay lentes y ropa especial que también ayudan a evitar los daños por la exposición directa. Ahora ya sabes cómo protegerte del sol para disfrutar las actividades al aire libre de manera segura.

—Gracias, doctora. Les contaré a mis primos lo que he aprendido hoy, porque ¡me encanta el sol! Pero, ¡cómo quema!

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