A escasas horas del Día del Trabajador, Maduro anunció un nuevo ajuste en los bonos que entrega a empleados públicos y pensionados disfrazándolos de aumento. Lo presentan como una conquista social bajo el llamado “decreto de guerra económica”, pero lo que realmente ofrecen son paliativos vacíos que no resuelven nada. Lejos de proteger al pueblo, esta política sólo profundiza la precariedad y la desigualdad. Lo que el régimen no dice es que la pobreza alcanzó el 86% de la población en el 2024, según el Observatorio Venezolano de Finanzas.
Mientras los anuncios oficiales celebran estas asignaciones como si fueran avances, la realidad es implacable: el salario mínimo en Venezuela permanece congelado desde hace tres años, y ronda hoy en día menos de dos dólares mensuales. Ni siquiera alcanza para comprar medio cartón de huevos. En realidad, no alcanza ni para cubrir el pasaje público mensual de los trabajadores. Los bonos, por su parte, no tienen carácter salarial. No se computan para las prestaciones sociales, no se incorporan a las vacaciones, ni fortalecen la caja de ahorro ni la seguridad social. Es decir, no construyen derechos. Solo sirven como un parche temporal, precario y discrecional.
Llamar “logro” a estas medidas es una burla al trabajador venezolano. Es disfrazar de generosidad lo que en el fondo es otra muestra del fracaso rotundo de un modelo económico que ha destruido el poder adquisitivo de millones, liquidado las conquistas laborales y sustituido los salarios por asistencialismo político. El gobierno mutila el ingreso y luego reparte limosnas como si fueran trofeos. ¿Quién puede ser feliz viviendo en precariedad, mientras los responsables se lavan la cara con discursos llenos de mentiras?
La verdadera dignidad laboral no se construye con bonos efímeros. Los venezolanos necesitamos empleos dignos, con sueldos justos, con respeto a la ley y a los derechos adquiridos. Un trabajador necesita estabilidad, previsión y calidad de vida, no depender mes a mes del capricho del poder para sobrevivir. Se autodenominan un “gobierno obrero”, pero el trabajador venezolano jamás había estado tan golpeado. Hoy, millones deben tener dos o más empleos para apenas cubrir lo básico. Hacen malabares cada quincena para llegar a fin de mes, mientras se les niegan conquistas históricas como las prestaciones, el ahorro y el descanso digno.
Hoy, más que nunca, es urgente un cambio estructural. Venezuela necesita salir del ciclo de pobreza inducida y construir un nuevo modelo donde trabajar no sea sinónimo de miseria, sino de esperanza y progreso. Los venezolanos no queremos migajas, queremos un trabajo con un salario digno, que permita vivir con calidad de vida. Queremos lo que es justo. Porque la verdadera justicia social comienza con un salario que alcance para vivir. Y ese, lamentablemente, es un derecho que hoy sigue negado.
Venezuela necesita con urgencia un cambio real, donde trabajar vuelva a ser sinónimo de bienestar y no de sacrificio constante. Debemos seguir trabajando y presionando para lograr un cambio de modelo, uno que sí permita las reivindicaciones laborales y garantice el progreso social.
Stalin González