Me encuentro perdida, no sé por dónde empezar. En este Mar de los Sargazos en que está convertido nuestro país y el mundo, en general, uno se encuentra estancado y sin horizontes. Hay la ausencia de actuar, como si nos hubieran acribillado también la esperanza. Así no podemos vivir, hay que buscar un fin, una meta, una estrella polar que nos guíe. No puedo conformarme con esta falta de ilusiones. Debemos sacudirnos este marasmo, esta inercia. Si la audacia de la juventud no aparece para rescatarnos, busquémosla nosotros amparados en el único baluarte inconmovible: la fe.
La fe mueve montañas, dice el dicho común. No sé, lo que sí sé es que mueve corazones. Quizás lo que a nosotros nos falta es poner amor en todo lo que hacemos. Actuamos con mucha ciencia, mucha tecnología, mucha preparación y eso está mu bien, pero desenamorados. Hemos visto el trabajo como un mal necesario y no como lo que es: un bien insustituible de llevarnos a Dios. ¡Pero es que no creemos en Dios!
Te invito a Dios. Él es el Amor. No te invito a Yahvé, ni a Alá ni a mi Dios cristiano. Dios no admite posesivos que lo empequeñecen, él es universal. Mucho menos es “mi Diosito”, como dicen algunos, hasta clérigos, con una cortedad de miras impresionante, como si poniéndolo tan mínimo lo pudieran aprisionar. ¿Muestra de cariño? ¡No, de sonsera!
Te invito al Dios orbital, el que hizo y mantiene el universo en sus infinitas maneras de ser. El Dios que ama, cuyo hábitat es el Amor y quiere hundirnos en éste para llevarnos a él. Que el Amor sea para nosotros como el aire, sin el cual no podemos vivir.
Enamorados de Dios, ¿Quién contra nosotros? ¿Acaso puede la brisa romper al huracán? El amor es fuerza, potencia, triunfo, podemos perder batallas amparados en su escudo, pero jamás la guerra. Quien se viste de Amor se reviste de fe y se engalana de esperanza.
Dirás: palabras bonitas, Alicia, pero vacías para mí; no creo ni quiero creer en ese Dios, ni en ese Amor, tan vacíos de contenido para mí. Déjame en el no ser. Al final, cuando todo se haya consumado en el “no fue”, me golpearé menos que tú, que habrás caído de mucho más arriba…
Deja a un lado la soberbia y pide la fe a ese Dios en quien no crees. La fe es un don divino, Dios se lo da a quien quiere, pero estoy segura de que no se lo negará a un corazón sincero, que pone al lado su soberbia y dice con humildad: quiero creer. Qué inefable momento cuando caen de los ojos del alma esas como escamas que impedían ver la verdad y se llega al solaz de creer amando, con la nueva y eterna dimensión de Dios.
Venezuela necesita salir de esta gran mentira. No podemos aceptar un gobierno espurio que perdió las elecciones con el 70% de los votos. Un régimen que en 25 años sólo ha destruido el país y provocado la más grande emigración de sus hijos que se haya visto, pero ahora dice que construye un futuro. ¿Qué futuro se puede esperar de quien no ha sabido, podido o querido construir un presente?
Yo me siento optimista a pesar de esta cerrazón de horizontes, porque la fe me dice que todo mal tiene su fin y este “daño” que sufre nuestro país no va a ser infinito. Dios tiene su momento y, como él está en la eternidad, no le importa el tiempo o nos da éste para purgar nuestros pecados. Digamos que la Venezuela actual es un purgatorio. No podemos prever cuánto más durará. Pero sí podemos implorar al Altísimo que achique las distancias. Que abrevie la espera, que haga saltar muy pronto la chispa que encenderá y destruirá los muros que aprisionan nuestra libertad.
¡Y tenemos Papa! Que como sus primeras palabras lo preconizan, nuestro ya amado León XIV sea, ¡el Papa de la paz!
Alicia Álamo Bartolomé