¡Qué bonito cuando una pareja matrimonial se entiende! Cuando viven en una armonía de gustos y renuncias. Porque el verdadero amor es un mutuo renunciar por complacer; se renuncia, pero con placer, a una preferencia por darle gusto al otro. Hoy veo el partido de fútbol a tu lado; mañana veremos juntos al cine. No me gusta el fútbol, me fastidia el cine, pero uno y otro saben complacer, con placer, no con murmullos de descontento. Eso es armonía. Eso es un buen matrimonio. Le decía un viejo amigo a mamá: Doña Iginia, quien acierta en el matrimonio acierta en todo. Debe ser verdad.
Los pueblos del mundo podríamos vivir en armonía si respetáramos las diferencias. Cada uno tiene su idiosincrasia, su tradición, su cultura, sus rasgos étnicos, pero nos iguala algo que debe ser el fundamento de nuestra armonía: todos somos hijos de Dios y él nos ama por igual, sin acepción de razas, colores, nivel social, cultural o económico. Dios ama en plural e infinitamente. Luego, si Dios nos ama por igual, también nos habla por igual, en un lenguaje que todos podemos comprender. ¿Pero cuál es ese idioma universal de Dios? ¡El amor! Hay que aprender a amar.
Es tan cierto esto que, de las tres virtudes teologales, columnas de nuestra vida espiritual, la única que permanecerá es la caridad, el amor; al llegar a la eternidad son superfluas la fe y la esperanza; la una, porque ya alcanzamos la visión beatífica y, por ende, la verdad; la otra, porque justamente su razón de ser era esperar esto. Si todos llegáramos a amar, hablaríamos la lengua de Dios y viviríamos en armonía.
Curioso, la palabra que vengo usando como eje de este artículo es armonía, de origen musical. Armonía o harmonía, porque de ambas maneras se puede escribir. Curioso, porque de los lenguajes que tenemos por inventados por el hombre, el que parecería más de Dios, es la música. Al menos es el más universal. Por la música nos entendemos de norte a sur y de este a oeste. Un intérprete oriental, aparentemente tan diferente a nuestra cultura occidental cristiana, como Lang Lang, nos deleita interpretando al piano las polonesas de Chopin, o piezas de Liszt y Mozart, como deleita a su público oriental. Nos comprendemos a través de la música.
¿No sería la música un punto de partida para intentar la paz universal? Parece una utopía, pero recuerdo un hecho. Cuando viví en San José de Costa Rica, entre 1936 y 1941, se hablaba allá de que el Liceo de Costa Rica, prestigioso instituto docente público de formación secundaria, había tenido una reciente crisis de disciplina, los estudiantes parecían indomables, un verdadero desastre. Vino un nuevo director y tuvo la inspiración de encarar la crisis poniendo a los rebeldes muchachos a cantar. Organizó el coro. Las notas musicales aplacaron el oleaje. Mi hermano Antonio, estudiante destacado de ese Liceo, formó parte del coro, que se hizo famoso. Lo recuerdo en una función pública cantando en el Coro de Gitanos, de la ópera El Trovador de Giuseppe Verdi.
¿No será la música el lenguaje de comprensión entre los pueblos? ¿Un otro lenguaje de Dios? Mozart llegó a decir que él no componía nada, que simplemente la música estaba allí, en el aire, en la atmósfera y él la tomaba. ¿Será el idioma de los ángeles? Lo cierto es que tiene una gracia divina, porque nos sentimos mejor, como renacidos, después de un buen concierto. Nada calma mejor una crisis de nervios que el ungüento espiritual de una melodía. San Ambrosio puso a cantar a sus feligreses de la catedral de Milán ante la persecución de poderosas sectas anticatólicas que los amenazaban. Hasta en la Mitología, está la presencia mágica de la música: Orfeo logra llegar al Hades, para rescatar de la muerte a su amada Eurídice, por las notas que emitían su instrumento y su voz.
Y ahora que hago una alusión a la magia: para mí la música siempre ha sido algo mágico. No entiendo cómo se pueden sacar esos sonidos celestiales de unas partituras con rayas y notas, de simples cosas como son los instrumentos y de gargantas humanas. De pequeña, mamá me puso a estudiar piano, pero cuando oí a una prima casi analfabeta, sacar del piano de juguete de mi hermana, las notas de una canción, misión imposible para mí, le dije a mi madre que no gastaran ese dinero inútilmente. Me quedé enamorada de la belleza de la música, pero sabiéndome incapaz de producirla. Toda la vena musical que venía en los genes Álamo, -tuve una tía, que no conocí, la excelente pianista larense Berenice Álamo- se la robaron los Asuaje Álamo: Alfredo Rugeles es hijo de la compositora y prima hermana mía, Ana Mercedes Asuaje Álamo de Rugeles. Alfredo tiene, además, la herencia poética de su padre Manuel Felipe Rugeles.
Magia o lengua de Dios o de los ángeles, la música podría cambiar el caos de este mundo. Si trompetas tumbaron los muros de Jericó, la insistencia en una melodía universal, ¿no podría derribar barreras de incomprensión, odios y fanatismos? La armonía que reinaba en el Edén, ¿no podría ser rescatada? Y en nuestro país, ¿no sería la música un factor de cambio? Un espasmo musical puede sacudir los cimientos de un régimen. ¿Por qué se convirtió el “Va pensiero”, el Coro de los Hebreos de la ópera “Nabucodonosor”, de Verdi, en el segundo himno de Italia? Porque representó un grito de libertad, de rebeldía, en un momento difícil de la historia italiana.
Nosotros vivimos una etapa muy crítica, muy desesperanzadora, como si se nos hubiesen agotado todos los recursos para alcanzar la libertad. Hay un silencio de protestas, un vacío profundo, una tiniebla de consignas a seguir, pero eso no quiere decir que haya cesado la lucha, nuestra líder máxima no se rinde, trabaja en silencio, en la oscuridad. En cualquier momento habrá el estallido. ¿Será en el lenguaje que Dios prestó a los hombres? ¿Será musical? ¡Gabriela Montero, ven!
Volverán renacidas la democracia, la libertad, la justicia y la paz al territorio nacional y, con ellas. ¡la armonía!
Alicia Álamo Bartolomé