#OPINIÓN Rumbo incierto #7Ago

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“…Zygmunt Bauman, filósofo polaco del que ya hemos hablado en artículos anteriores, acuñó el término Modernidad Líquida, para definir una época en la que todo lo sólido se disuelve…”

Jorge Puigbó

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Hay piezas que ayudan a completar los rompecabezas, en este caso nuestro mundo. Las palabras dichas por grandes hombres, aquellos que sufrieron en carne propia el dolor de la persecución, la prisión o la supresión de la libertad y los valores, nos pueden ayudar a entender. Ya todo está dicho, repetido hasta el cansancio, pero se olvida por comodidad, pareciera que hay cosas más importantes, como convertirnos en ecos vivientes que repiten sin analizar, cuestiones que otros afirman para manipular a la sociedad. El mundo vive desde hace décadas una significativa pérdida de los valores, aquellos que por siglos se consideraron una conquista del ser humano y contribuyeron a consolidar y cohesionar a nuestra sociedad. Europa, la civilización occidental, fue por diversas razones el lugar en el cual se crearon, absorbieron, conservaron y fundieron un cúmulo de principios y culturas que produjo finalmente una civilización mucho más organizada y enfocada en la búsqueda del bienestar y el desarrollo armónico del ser humano, y todo ello a pesar de las catástrofes naturales y los conflictos bélicos que se dieron en el tiempo. Nadie puede negar que los principios cristianos, transformados en normas de conducta, fueron la base esencial de este fenómeno social.

Hoy el mundo se debate en medio de una creciente incertidumbre provocada por la quiebra de valores, de crisis en los paradigmas. Zygmunt Bauman, filósofo polaco del que ya hemos hablado en artículos anteriores, acuñó el término Modernidad Líquida, para definir una época en la que todo lo sólido se disuelve. Las bases que sustentaban y le daban sentido a la sociedad, el trabajo, la familia, las iglesias, en general las instituciones consideradas fundamentales, han sido erosionadas por un maremágnum de ideologías, luchas políticas, manipulaciones y sobre todo por erigir cínicamente a la mentira como elemento para convencer, renombrandolo como posverdad. Toda inestabilidad e incertidumbre trae consecuencias: “La angustia que afecta a los jóvenes no es un fenómeno aislado, sino la consecuencia lógica de habitar un mundo donde el futuro ya no se construye: se improvisa” (Las generaciones sin certezas. Eduardo Turrent Mena. Letras Libres.16 julio 2025). Esto ha sido el resultado de un proceso político-social largo y complejo.

El premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn, meses ante de ser detenido en la Unión Soviética, publicó clandestinamente un texto «No vivas de mentiras», el cual, un año después, en 1974, fue reproducido por el Washington Post, nunca debe ser olvidado por lo certero de su contenido y análisis, en uno de sus párrafos dice así: “…Las cosas casi han tocado fondo. Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física pronto se inflamará y nos consumirá a todos y a nuestros hijos -pero seguimos riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin mordernos la lengua. ¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza?”. Son afirmaciones hechas en otros tiempos y que nunca han perdido su vigencia, es más, en algunos lugares sometidos a regímenes autoritarios y de imposición de ideologías, se acrecienta la importancia de releer el escrito con la debida atención. Es evidente que, además de una deriva a la autocracia, estamos viviendo una “muerte espiritual universal”, sobre todo en Occidente, la familia ya no tiene importancia, el matrimonio es una institución que estorba, los hijos se sustituyen por sucedáneos, las iglesias cada vez están más vacías, la educación y la cultura cada día se alejan más de lo esencialmente humano, etcétera, etcétera. Con una visión realista y dura, el cardenal africano Robert Sarah, entrevistado por el periodista Nicolas Diat, en el libro “Se hace Tarde y Anochece”, expresa al respecto: “…En la raíz de la quiebra de Occidente hay una crisis cultural e identitaria. Occidente ya no sabe quién es, porque ya no sabe ni quiere saber qué lo ha configurado, qué lo ha constituido tal y como ha sido y tal y como es. Hoy muchos países ignoran su historia. Esta auto asfixia conduce de forma natural a una decadencia que abre el camino a nuevas civilizaciones bárbaras…”, claramente expresado. Se están olvidando las raíces.

Observamos todos los días como la violencia entre pueblos, por razones políticas y religiosas, primordialmente, crece sin parar y el número de víctimas pareciera no conmover, se vuelve cotidiana y lo peor es que, impulsado por una polarización absurda se relativiza el análisis, aplicando como justificación que, el pecado de los míos siempre es venial y se disculpa por el interés de la causa y los objetivos sublimes. Volvemos a recordar a Alexander Solzhenitsyn: “La violencia sólo puede ser disimulada por una mentira y la mentira sólo puede ser mantenida por la violencia. Cualquiera que haya proclamado la violencia como su método está inevitablemente forzado a tomar la mentira como su principio”, cuando se lee un pensamiento como ese, solo es posible estar de acuerdo, su contenido reafirma lo que venimos expresando: un mundo sin valores humanos verdaderos, construido sobre bases falsas seguirá derrumbándose. Hay quienes afirman, para completar, que, ante la imposibilidad del ser humano de dejar de creer en algo religioso, sagrado, mágico, lo que ha hecho es crear nuevas deidades, “…no estamos en una era secular, sino profundamente religiosa: el mundo moderno no ha perdido la fe en Dios, sino que ha abandonado el cristianismo por muchos dioses falsos o ídolos…”, eso afirma provocadoramente, el profesor de teología católica, el estadounidense, William T. Cavanaugh. Los partidos políticos y sus ideologías se han impuesto, conjuntamente con la visión de un estado omnipotente, en los nuevos ídolos. De acuerdo a esta visión son los nuevos salvadores y proveedores, apertrechados con su carga de nacionalismo, de banderas e himnos y si constituyen una iglesia doméstica y subordinada, mucho mejor. Finalmente citamos otra vez al Cardenal Sarah: “El mundo, hoy tan civilizado y comedido, solo ha sabido oponerse al brutal resurgimiento de la barbarie con sonrisas y concesiones. El espíritu de claudicación es una enfermedad de la voluntad de los pueblos pudientes. Entre quienes se han entregado a la búsqueda de abundancia a toda costa, entre quienes han hecho del bienestar el objetivo de su vida en la tierra, se ha instalado la indiferencia. Son hombres —y en el mundo de hoy hay muchos— que han optado por la pasividad y la retirada para alargar un poco más su placer cotidiano y eludir las dificultades del mañana. El precio de la cobardía es siempre el mal. Solo nos alzaremos con la victoria si tenemos el coraje de hacer sacrificios…” 

Jorge Puigbó

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