#OPINIÓN El cambio en Venezuela debe construirse desde adentro #16Ago

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En los últimos días, el gobierno de Estados Unidos ha emitido una serie de declaraciones sobre Venezuela que, lejos de ofrecer salidas concretas a la crisis, han generado más incertidumbre en un país que ya vive entre la pobreza y la desesperanza. Lo más preocupante es que desde Washington se mantienen varias retóricas distintas sobre Venezuela, cada una contradictoria con la otra, causando aún más vacilación. Este vaivén solo debilita cualquier intento serio de generar un camino coherente hacia el cambio.

A esto se suma que, como respuesta a cada gesto de presión externa o discurso altisonante, la represión del gobierno se recrudece aún más contra quienes pensamos distinto. Cada detención arbitraria, cada acto de censura y cada amenaza contra líderes sociales y políticos termina cerrando más los espacios de participación ciudadana. Es un patrón que se repite: mientras afuera se habla de sanciones o salidas rápidas, adentro se multiplican las restricciones y la persecución. En medio de esta dinámica perversa, los que más sufren son los venezolanos de a pie, que terminan pagando dos facturas: la de un poder indolente que les da la espalda y la de políticas extranjeras extremistas que empeoran su situación.

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La historia reciente demuestra que ningún acto de violencia ni plan que prometa una “solución exprés” ha logrado cambiar el rumbo del país. Tampoco lo ha hecho la política de presión constante aplicada durante años, que solo ha incrementado el costo de vida, deteriorado los servicios básicos y limitado aún más las oportunidades. La persistencia en fórmulas fallidas es, en sí misma, una renuncia a explorar alternativas reales. Quienes insisten en estos métodos ignoran que la crisis venezolana no es un tablero de ajedrez geopolítico, tampoco es un juego de suma cero. 

La salida que Venezuela necesita debe ser construida por los venezolanos, con acuerdos políticos serios, mecanismos transparentes y una hoja de ruta que no dependa de voluntades foráneas. Eso no significa cerrar los ojos ante el apoyo internacional. La respuesta es canalizar el apoyo internacional de forma que fortalezca el diálogo y no sirva como excusa para endurecer la represión. Sin respeto a la soberanía popular y sin participación de todos los sectores, cualquier intento de cambio será frágil y vulnerable a retrocesos.

Es hora de comprender que nadie vendrá a resolver los problemas por nosotros. Debemos tener la madurez política para entender la realidad a la que nos enfrentamos y actuar con base en ello. Hoy, el reto está en transformar la indignación en organización y las diferencias en consensos. La esperanza no es un recurso infinito: la convertimos en acción colectiva para reconstruir el país o la veremos desaparecer, dejando paso a la resignación, y esa resignación permitirá que quienes desean perpetuarse en el poder tengan el camino libre para lograrlo. 

Stalin González

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