Desde hace muchos años había un ejemplar en mi casa de Carora, Venezuela, de este memorable libro que escribiese con gran éxito editorial el aventurero y etnólogo noruego Thor Heyerdahl. Me ha sorprendido que haya fallecido en 2002 a la provecta edad de 92 años en Italia, país al que amaba entrañablemente. Era tapa dura, de color verde, mas no recuerdo dónde fue editado. Muchas veces estuvo entre mis manos acicateando mi imaginación juvenil ese libro que tenía unas magníficas fotografías en blanco y negro tomadas por su autor, a lo que debemos agregar mapas y cartogramas que nos explicaban tan deslumbrante aventura del noruego y sus cinco acompañantes. Kon Tiki goza de un extraordinario récord editorial: ha sido traducido a 66 idiomas y vendió 50 millones de ejemplares.
Pero, ¿cuál fue la extraordinaria y maravillosa proeza épica y científica de este hombre? A bordo de una primitiva embarcación hizo una travesía inimaginable hasta entonces desde Perú hasta la Polinesia, al otro lado del inmenso océano Pacifico. Fue una expedición casi suicida la que emprendieron seis arriesgados hombres en aquella oportunidad. Un noruego loco atraviesa el Pacifico decían los teletipos de la época. Así es como nacen la mayoría de las grandes aventuras humanas, así es como Thor Heyerdahl se subió en 1947 a la balsa precolombina Kon-Tiki para recorrer 7000 kilómetros y demostrar su teoría. Le llamaron loco, le tildaron de inconsciente. Pero él perseveró en su idea y salió un poco más que airoso: el libro más vendido de la historia escrito por un noruego, un Oscar de la Academia de Hollywood al mejor documental, y la satisfacción de haberse salido con la suya, que vale más que cualquier premio, ¿no?
Algunas de las historias que escuchó en la Polinesia giraban en torno a Kon-Tiki, un personaje semi-divino que habría llegado a las islas… desde “donde se pone el Sol”: desde América donde se le llamaba Viracocha, y no desde Asia como la tradición antropológica siempre había defendido. Así fue como Thor empezó a estudiar la cultura precolombina de América del Sur y de las islas del Pacífico buscando similitudes sociales, religiosas y agrícolas para reforzar su loca teoría. Y las encontró. En la actualidad contamos con los estudios del ADN mitocondrial, lo cual ha facilitado la comprensión de antiguas huellas genéticas comunes a ambos lados del océano Pacífico.
El 28 de abril de 1947. El Callao (Perú). Thor, Erik, Bengt, Knut, Tortstein y Herman suben a bordo de la Kon-Tiki, la balsa que los debía llevar a más de 3500 millas náuticas de distancia. Pero no podía ser cualquier balsa, ni llevar un motor escondido, por si acaso: el reto era viajar en una balsa construida con los medios que podían usar los habitantes de los imperios precolombinos. Ni clavos, ni alambres, solo madera balsa, lianas y cuerdas vegetales de cáñamo.
La Kon-Tiki comenzó a tomar forma en Ecuador, de donde proceden los nueve troncos que serían la base de la embarcación. Cada uno medía 14 metros de largo por 60 cm de diámetro. Transversalmente se colocaron otros troncos de 6 metros x 30 cm de diámetro. La vela fue pintada por Erik Hesselberg con el emblema de Kon-Tiki, el dios solar que supuestamente era adorado a ambos lados del Pacífico y que justificaría la teoría de Heyerdahl del antiguo contacto entre tan distantes y remotos lugares.
Heyerdahl sostenía que pobladores procedentes del Perú podrían haber llegado hasta la Polinesia ya en tiempos precolombinos. El propósito de Heyerdahl era demostrar la posibilidad de que el poblamiento de la Polinesia se hubiese llevado a cabo por vía marítima, desde América del Sur, en balsas idénticas a la usada durante la expedición y movidas únicamente por las mareas, las corrientes y la fuerza del viento, que es casi constante, en dirección este-oeste, a lo largo del Ecuador. No obstante, la expedición dispuso de ciertos elementos como una radio, relojes, mapas, sextantes y cuchillos, aunque estos no fueron relevantes a la hora de probar que una balsa como la utilizada podía realizar la travesía.
En aquella arriesgada travesía se toparon con pulpos gigantescos, amigables cachalotes, y, lo más sorprendente, monstruosos peces de las profundidades marinas que por las noches emergen para exhibir sus luces y señuelos fantasmales. Después de 101 días de navegación llegan a la Polinesia francesa, atolón Rairoa, sanos y salvos.
Sin embargo, la expedición de los noruegos no derriba la historia oficial de entonces, pero recientes investigaciones demuestran fehacientemente que sí hubo un poblamiento inverso desde América a la Polinesia. Algunos arqueólogos han considerado la posibilidad de que los polinesios —cuya habilidad como navegantes de altamar es bien conocida— hayan llegado a América antes del viaje de Colón; o bien, según una hipótesis peruana, que los sudamericanos pudieron haber llegado a Polinesia en la época precolombina. Estas hipótesis se apoyan actualmente en el parentesco genético entre indígenas americanos del grupo mapuche y los habitantes de la Isla de Pascua, la semejanza entre vocablos de las lenguas malayo-polinesias y de la región austral y en varios hallazgos materiales.
Estudios genéticos que abarcaron a 807 individuos de 17 islas en la Polinesia, así como el análisis de al menos 15 pueblos nativos americanos costeros, arrojó evidencia concluyente de que hubo flujo genético desde América a la Polinesia alrededor del año 1200. El Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad del CINVESTAV, en Irapuato, México, identificó ascendencia nativa americana en Rapa Nui, pero también en personas de islas más lejanas, como las Palliser, Mangareva, Nuku Hiva y Fatu Hiva en las islas Marquesas. Los investigadores estiman que personas de la remota Polinesia oriental se cruzaron con sudamericanos entre los años 1150 y 1230 y los de Rapa Nui cerca del 1380; pero los polinesios que se asentaron en Rapa Nui alrededor del año 1200 ya tenían antepasados sudamericanos. El pueblo Zenú de Colombia lleva el ADN más parecido al que se encuentra en los polinesios.
Heyerdahl, que no conoció en 1947 de estos enormes descubrimientos del ADN, se crece en la memoria de la humanidad por haber tenido tan excelentes intuiciones que lo llevaron a demostrar el encuentro humano, aprovechando las corrientes marinas, a ambos lados del gigantesco océano. En mi corazón juvenil que aún conservo intacto a los 72 años, el recuerdo del libro y la hazaña inmortal del noruego perdurarán en mi imaginación para siempre.
Luis Eduardo Cortés Riera