Aquella oscura noche del 18 de abril del año del Señor de 1810, señalado en el calendario como Miércoles Santo, en la casona del médico barquisimetano José Ángel Álamo, se dispusieron seis candelabros de 18 velas cada uno, en cuatro sitios diferentes del amplio salón cuidadosamente amueblado. En su interior, un nutrido grupo de hombres revisaron los detalles de última hora, todos convocados y animados por la chispa que encendería los concluyentes sueños de libertad.
El país despertó aquel 2 de febrero de 1984 sumido en una crisis profunda. Asumía el mandato presidencial el médico pediatra Jaima Lusinchi (AD). Durante la última década los venezolanos fueron testigos de la llamada fiebre «saudita» de grandes exportaciones, abultados presupuestos y viajes de derroches, pero la realidad para el nuevo gobierno sería otra, que a juzgar por los primeros meses de aquel año, el país estaba sobre una bomba de tiempo al que se sumaban los bajos ingresos petroleros y una bien crecida deuda externa, obligando al Ejecutivo nacional a ejercer ajustes e imponer un modelo económico que implicaría control de cambios, entre otros
La hora final lo encontró en la Cartuja de Farneta del Espíritu Santo, convento de la Orden de San Bruno, construido en 1903, un lugar olvidado del mundo exterior, donde el tiempo pasaba casi inadvertido, en un claustro perpetuo alejado del contacto profano, en estricta pobreza monástica, apartado de toda tentación irreverente a Dios en aquel aciago año del Señor de 1944, en horas del mediodía del 6 de septiembre, cuando el mundo presenciaba con horror la devastación de la Gran Guerra.
En el Lugano existía un secreto sumarial a bordo. Desde el puerto de Génova hasta el puerto de La Guaria, transportaba los restos mortales de un santo, Monseñor Montes de Oca, quien fue fusilado por los nazis en la 2da Guerra Mundial.
Un barquisimetano y un cabudareño sobresalieron con su accionar desde sus curules en el Congreso de la República en dos épocas de encendido escenario político.