#EspecialdeReligión: Se cumple medio siglo de la coronación canónica de la Chiquinquirá

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En Venezuela,  11 advocaciones marianas han sido exaltadas con la corona canónica, una distinción otorgada por el papa como reconocimiento de una devoción arraigada en determinadas regiones del mundo.  De estas declaraciones pontificias dos están ancladas en el estado Lara. Una pertenece a la Divina Pastora y la otra a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Aregue, cuya ceremonia de coronación cumple hoy 50 años de haberse concretado por aprobación del papa Pablo VI.

Hace medio siglo, el 2 de octubre de 1966, una muchedumbre fue testigo cuando sobre el rostro moreno y de sonrisa dulce de la Chiquinquirá el primer cardenal venezolano, José Humberto Quintero, posó la diadema de oro decorada con zafiros, esmeraldas, aguamarinas y rubíes  para el beneplácito de monseñor Críspulo Benítez, obispo de la arquidiócesis de Barquisimeto de ese entonces y principal gestor ante el santo padre para que concediera tal dignidad. Los obispos de Los Teques, Cabimas, Maracaibo, Trujillo, San Cristóbal y Caracas; autoridades políticas y de las Fuerzas Armadas acudieron a presenciar el rito litúrgico.

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La corona pontificia de la Chiquinquirá fue la octava del país. El honor fue concedido porque la devoción cumplía  con los requisitos fundamentales exigidos por la santa sede: una antigüedad no menor de 50 años, un valor artístico, una historia documentada sobre el origen de la creencia en la advocación y la existencia de milagros comprobados, tal como lo detalla el párroco de Aregue y vicario general de la diócesis de Carora, José Gregorio Quero.

De las intervenciones de la Virgen en la vida de algún fiel cobró mayor peso el que bendijo al comerciante español Cristóbal de la Barreda, quien naufragó y antes de dejarse derrotar por el miedo invocó a la Virgen de Chiquinquirá, tuvo una visión de su imagen en medio del mar y sobrevivió.

Adicionalmente, el 02 de octubre de 1966 monseñor Benítez decretó a la Virgen de Chiquinquirá de Aregue patrona de la jurisdicción torrense, por una propuesta hecha en 1957 por Eduardo Herrera Riera, párroco de Aregue en ese periodo, otros sacerdotes y  feligreses. Luego, en 1992, cuando Carora se desprendió como territorio diocesano de Barquisimeto, Herrera Riera la nombró patrona de  la recién creada diócesis de Carora.

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Contados recuerdos

Hay quien se aventura a decir que  aquel 02 de octubre un rocío de pétalos de rosas lanzados desde una avioneta bañó a los devotos, pero intrincado ha sido comprobarlo porque el registro fotográfico recabado es escaso y los recuerdos de buena parte de los aregueños parecen haberse opacado por la sombra del olvido.

De la memoria de Luis Rodríguez, un profesor que en el 66 era un  muchacho de 20 años, salta  el recuerdo de una mañana húmeda por la lluvia caída a cántaros la noche anterior. Rodríguez es de los pocos lugareños capaces de recordar lo sucedido aquel día de octubre. Él y su juventud vieron de puntillas cuando  el cardenal  Quintero impuso la diadema dorada diseñada por Enrique González y  elaborada por el orfebre barquisimetano Nerio Morlet sobre la cabeza de la Virgen, durante una eucaristía celebrada  en la calle Cristóbal de la Barreda, frente a la plaza Bolívar y a pocos metros de la entrada del santuario donde hoy reposa el lienzo.

A la misa le sucedió una procesión con el trono que sostiene el lienzo sobre los hombros de quienes eligieron la honorable tarea de cargar la imagen de la Madre María.

Otros residentes del pueblo como Elvira Piñango dan fe de que  la magnitud del acontecimiento convocó  a una multitud, como la que puntual llegaba anualmente al pueblo en burros desde Siquisique y Baragua, municipio Urdaneta, mientras que otros se trasladan desde Coro y Churuguara, estado Falcón, cargados con  las provisiones necesarias para pernoctar los ocho días de las fiestas patronales.

Las casas del pueblo, ubicado a unos 08 kilómetros de Carora, capital del municipio Torres, se convertían en posadas. La cantidad de foráneos era asombrosa, cuenta Rodríguez. Para contextualizarlo explica  que a la anchura del sector actualmente llamado Chiquinquirá se le conocía antes como “Churuguarita”  porque los feligreses falconianos ataban allí las bestias mientras acudían a los actos religiosos.

De allí que Quero, atribuya a los contados recuerdos  conservados por  los aregueños  al hecho de que se han dedicado a contemplar y atender a  las oleadas de devotos y se han concentrado menos en vivir la fe.

Personas nacidas en el pueblo y cuya cotidianidad aún transcurre entre sus tejados, como Piñango, lo asumen:  “El aregueño no le rinde mucho honor a la madre. Le rinde más honores la gente de Siquisique y Coro, le tienen más fe que la misma gente de Aregue”.

Rodríguez, por su lado,  resalta el cuidado demostrado hacia el lienzo por las primeras familias creyentes. El celo era tal que impedían peregrinajes a otros pueblos: “Anteriormente, los aregueños la querían más (a la Virgen). Hay una historia que dice que en siglo XIX se corrió el rumor de que la Virgen se la iban a llevar para Carora y los aregueños de ese entonces cerraron el templo, vigilaban noche y día para que no se la llevaran”.

Él defiende que por estos días entre los habitantes del pueblo mariano sí existe fe, pero no la manifiestan con gestos notables.

Con  todo, el administrador del santuario encuentra en la celebración de los 50 años de la coronación pontificia y el inicio de las fiestas patronales 2016 una ocasión idónea para abonar la fe: “Ciertamente, es un momento muy particular para fortalecernos en la fe, renovarla, para dar una catequesis mayor y hoy que hay mejores medios, tecnología para grabar lo que acontece será mucho más fácil recordar para presentar este evento a las generaciones futuras”.

Los cimientos de la historia

Don Cristóbal de la Barreda, después de haberse salvado del accidente marítimo, le confió lo sucedido al sacerdote Ignacio de Hoces y decidió desprenderse de todo cuanto poseía de valor para que se  construyera un templo en honor la Chiquinquirá.

Por la venta de esos bienes se obtuvieron 16.246 pesos de plata, monto con el cual se comenzó a erigir, en 1741, el santuario conocido hoy como iglesia pequeña.

De Hoces, un sacerdote con dotes innatos de arquitecto, se encargó del diseño y de dirigir la obra para que al cabo de cuatro años se materializara el deseo del comerciante español.

Un huracán de críticas apareció dos  siglos después cuando la obra fue alterada por una ampliación. Pero en la actualidad esas reformas siguen haciendo del templo un  proyecto arquitectónico admirable.

En el interior de la cúpula, por ejemplo, se pintó la imagen María en el cielo envuelta en ternura angelical, una obra singular porque, se dice,  es de las primeras iglesias de Venezuela donde se interpretó a la Virgen acompañada de ángeles de piel morena, una particularidad que podría interpretarse como símbolo de la bondad de Dios porque “en el cielo no hay discriminación. La discriminación la hacemos los hombres”, analiza el presbítero José Gregorio Quero.

También, las paredes hablan del inicio y las últimas luces de la carrera artística de Juan  de Jesús Espinoza, un artista nativo de Río Tocuyo, municipio Torres, que elaboró en 1953 los vitrales de la paredes laterales que ilustran el milagro de la Virgen a Cristóbal de la Barreda, a la Virgen de  Coromoto y a San José, del lado derecho; y la Chiquinquirá,  San Andrés y San Antonio, en el izquierdo.  Los últimos, elaborados en 2007, son de San Pedro y San Pablo y están ubicados en la fachada.

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