Jesús Antonio Herrera, «Toto»

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Tenía vocación de maestro, no solo para ilustrar la mente con los tesoros de las ciencias, sino también como lo afirma el “Hacedor de Lluvias”, formaba en el arte de creer en la virtud de los poetas.
Queremos mirar tus pensamientos, uno por uno y en ellos vemos la expresión de un hombre inteligente que nunca conoció la maldad.

Enseñaba que los muros se construyen piedra sobre piedra, que los ríos se forman con los hilos de las vertientes.
Enseñaba que la hoja de papel una vez doblada, conserva por la inercia la inclinación a la doblez, por ello sabia que la educación es una espuela en el flanco que nos estimula a alcanzar las metas, a soñar a volar, a tener acceso a lo inaccesible, por ello decía que estacionarse en la enseñanza es un contrasentido, porque el tiempo corre y no puede malgastarse la vida en un comenzar continuo.

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Enseñaba que un soneto inmortaliza a un poeta, que la expresión de condolencia no puede ser artificial y previsible, y que cuando se encuentran dos soñadores, el uno le dice al otro, ahora vamos despacio, vamos a contar mentiras, como expresión de aquellos que crean con las palabras, que hacen lluvias y que luego la recogen; es decir de aquellos que sueñan.

Enseñaba que el cielo de su tierra natal (Carora) era el más grande y más azul que el azul cielo, pero era el más cercano y lo media con sus ojos, a pesar de que ese cielo se extendía sobre los desiertos y los cujíes y al cual los gigantes andariegos lo surcaban.

Enseñaba que los espacios no tenían nombres, que las estrellas no se encienden solas, ni la flor se perfuma asimismo; es necesario que los poetas surquen los cielos enciendan las estrellas y perfumen las flores; montados sobre las nubes blancas viajeras.

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Enseñaba que al artista lo inspira lo desconocido y extraño, que no se conjugan los verbos en pasado, que la historia no se repite, porque es otro sol que alumbra el camino y otro el aire que respira la vida; que la vida es una vigilia y el sueño es el final de la vida.

Enseñaba que cuando encienden las estrellas, al hombre se le enciende el corazón y allí está la esperanza, que no se queda en la palabra, traspone la música, canto y poesía , que electriza la aridez del pensamiento y llama de nuevo a vivir sin el rubor de la culpa, elevando el pensamiento con alas de grandeza por todos los parajes del sentimiento desde las playas de la vida, hasta los linderos de la muerte.

Enseñaba que todo vuelve, pero no se repite, vuelve el hambre, la sed, el llanto y las lluvias, como vuelve el recuerdo en silencio y camina por los vasos sanguíneos, se difunde el recuerdo que incrementa la musa creadora de lo lírico y hace que se le cante a la verde esperanza, a la límpida justicia, pero sobre todo a la hermosa y blanca libertad.

Enseñaba que la tristeza desgarra, retarda el deseo de vivir, que era necesario penetrar con los ojos al mundo espiritual, y llegar hasta la suprema luz, donde reposan las musas creadoras de los sueños, de los ideales, de la simbólica visión de la verdad que no es un presente que huye, sino un pasado que enseña.

Toto, los poetas no mueren, tiene el atributo divino de vivir, lo alcanza la sombra larga de aquellos que salieron al encuentro del sol.

Tu discípulo Leonardo Pereira Meléndez, nuestro “hacedor de lluvias” con los ojos copados del líquido cristalino denominado lágrimas, me manifestó que lanzáramos incienso al espacio y que su perfume era simbología del recuerdo que te convierte en permanente.

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