Una canción de libertad y otra de muerte

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Hace muchos años -siempre llega un día en que es mejor no sacar cuentas- escuché, por primera vez, la voz de Nana Mouskouri, la exquisita cantante griega que vocaliza en español con una dicción tan limpia que supera a la de muchos de los intérpretes criollos y envidiarían, sobre todo, los puertorriqueños y su espantoso spanglish. Y sin ir muy lejos, nuestros margariteños, que en ocasiones «no van para el mal porque se sienten mar».

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Fue en el hogar del periodista Euclides Ramírez y su indivisa Yoli, en Cabudare. Una velada rociada en buen vino, que pareciera no haber vino malo, y en la inteligente conversación con ese colega, terreno y espiritual, tan ancho y espacioso como su inmensa bonhomía. La nostalgia de la dueña de la casa por la Italia de sus ancestros, jalonada por el recuerdo intacto de su nona, viva por siempre en su amor y en su devoción, se entremezcla de continuo con la infaltable evocación de Carora, sensible y cara para todos los allí presentes, como si se tratara de un reducto de desterrados. Un sentimiento que llega a su clímax cuando hace su abrupta aparición Lalín Izcaray, vecino del chato Euclides. El poeta Lalín siente fobia por los espacios cerrados y para llegar al lugar de la casa donde Euclides y Yoli suelen departir con sus amigos, un balcón en que uno convive con un bosque de papagayos de madera, es preciso subir por una angosta escalera en forma de caracol. Lo vieran trepar, en un ruidoso santiamén, lívido, vuelto un ovillo de nervios, cual si lo persiguiera un espanto, hasta que aterriza en el salón y, desesperado, abre todas las ventanas de un solo golpe, como si pretendiera desgañitarlas para que nos penetrara todo el liberador oxígeno del mundo. Luego de esto Lalín vuelve a ser lo que es. El poeta denso, fantástico, apacible y cuerdo que es. El autor de la mejor canción que jamás se le ha podido dedicar a un padre ausente, al suyo, don Eduardo, el pianista genial y sordo, como Beethoven, que conocimos, ¡hace cuánto ya!, y ¿dónde más que en Carora?: «El viejo mío/ es un pájaro extraño en el planeta/ disparando ternura/ sonrisa y fiesta». Esa letra, en la voz de otro grande de la dinastía Izcaray, Nacho, es algo que, lo juro, roza ya la excelsitud.

En ese ambiente, decía, escuché por primera vez a Nana Mouskouri. Una canción, otra, otra. La carátula, allí, con el rostro de la artista de las eternas gafas negras, que ha vendido más de 300 millones de copias. En griego, en inglés, en español, en francés, en italiano. Dulce la voz, afinación prodigiosa que eleva y somete con ternura, Yoli ponderando la infinita cadencia de su discurso melódico, impecable, sublime, hasta que surge, de improviso, la canción. Guardé, en lo más profundo de mi ser, una íntima bocanada de silencio, para escuchar y sorber Libertad: «Cuando cantas, yo canto con tu libertad/ Cuando lloras, también, lloro, tu pena/ Cuando tiemblas, yo rezo por tu libertad/ En la dicha o el llanto, yo te amo».

Conocí allí mismo, de boca de Euclides, la historia entera de esa canción (búsquenla en Youtube). Hierático, retaco, sentado recto, con barba reverencial, en la más augusta semejanza de un Buda tropical, el querido colega me habló con fruición de ese himno, así como de su autor, Verdi. Y desde entonces quedé prendado de este cántico, con una pasión tal que jamás he podido zafarme de sus garras. Es un embrujo que, me temo, habrá de acompañarme, desde aquella ocasión primigenia, hasta el fin mismo de mis días. No sé cuántas páginas he devorado para saber más, cuántas versiones intemporales he escuchado del «Va, pensiero», coro de esclavos que, no podría decir cuándo lo supe, pertenece al tercer acto de la ópera Nabucco, de 1842, inspirada en el Salmo 137

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El tema es apasionante, como pocos lo han sido. La «obra judía de Verdi», así se le conoce, narra la historia del duro y humillante exilio hebreo en Babilonia, luego de ocurrida la pérdida del Primer Templo de Jerusalén. Es comprensible que los patriotas italianos se hayan aferrado a ese himno como a un agónico emblema de unidad nacional, al punto de que pasó a convertirse en canción popular y fue propuesto, insistentemente, como Himno Nacional.

Pero la libertad es un valor y un sentimiento universal, así como la tiranía es semilla susceptible de germinar en cualquier sociedad desprevenida. Se cuenta que en 1990 esta canción fue interpretada por un público exaltado en el Estadio Nacional de Chile, tras dejar el poder el dictador Augusto Pinochet. Es cuando uno descubre cuánta razón tenía el poeta León Felipe al profetizar que «algún día la política será una canción». A fe que hablamos del mismo León Felipe nacido en Tábara, Zamora -como nuestro recordado padre Jerónimo Vara- y quien, a fuer de irreverente, negó ser el filósofo que sin duda era: «Yo no soy el filósofo. El filósofo dice: Pienso, luego existo. Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo, luego existo».

La música, pues, le ha cantado a la libertad, al amor, a la fraternidad, con Verdi, con Beethoven y su Himno a la Alegría, considerado patrimonio intangible de la humanidad. «Escucha hermano la canción de la alegría/ el canto alegre del que espera un nuevo día/ (Coro) ven, canta, sueña cantando/ vive soñando el nuevo sol/ en que los hombres volverán a ser hermanos». Una nota musical, un acorde, basta para infundirnos fuerza, valor, o para forzarnos a llorar. En la guerra convencional, los redobles y las trompetas con sus fanfarrias inflan los pechos de soldados que van al frente de batalla a jugarse la vida por el honor de sus países. Percatado de ello, Napoleón Bonaparte exclamó en relación a La Marsellesa, como elemento de resistencia a la ocupación nazi: «Esta música nos ahorrará muchos cañones». También es recurso de propaganda. En las campañas electorales, puede convencer y estimular más que los discursos del propio candidato. Entre nosotros, Alí Primera ha sido puesto a glorificar con sus canciones de protesta una revolución que, si estuviera vivo, no estamos seguros si acompañaría, como no la han acompañado sus hijos. La letra de una canción tiene el misterioso poder de concentrar todo el amor que uno siente por su tierra. Ocurre con la canción Venezuela («Llevo tu luz y tu aroma en mi piel/ y el cuatro en el corazón/ Llevo en mi sangre la espuma del mar/ y tu horizonte en mis ojos».) Curiosamente, obra de dos españoles, Pablo Herrero y José Luis Armenteros. Mientras que Granada, otro tema inmortal, fue compuesto por el mexicanísimo Agustín Lara, sin pisar sino muchos años después ese suelo español.

La música, asimismo, acompaña el dolor, la tragedia. Nuestras miserias. Es capaz de servir de marco a los peores horrores de la humanidad. Ocurrió en las ascuas de la Guerra Civil Española. Ocurrió en el Holocausto, y un músico, Wagner, cargó con la triste gloria de ser tomado como la figura musical por excelencia del nazismo y de esa aberrante página de la historia. Woody Allen lo ironizó así: «No puedo escuchar tanto a Wagner, ¿sabes? Me entran ganas de invadir Polonia».

Y todo por una desafinada retaliación. Wagner, en sus inicios, escogió como su mentor a un compositor judío, Giacomo Meyerbeer, niño prodigio que ya era pianista a los nueve años. No me pregunten cómo, pero este judío, un buen, o mal, día, según el partido que usted tome, se cansó del alemán, a quien mantenía con una dadivosidad que quizá ni él mismo se explicaba. Y Wagner, histérico, la cargó desde entonces contra los sefarditas todos, pero en particular contra el mecenas que había decidido no serlo más. Hasta le dio por escribir un ensayo, «La judería en la música», en que deslizó su tesis según la cual la misión de un germano de sangre pura, superior, era asegurarse de la extinción de los judíos y, junto con ellos, de su música «decadente», «subhumana».

Pero la nota más desgarradora tuvo como escenario los propios campos de concentración. En uno de ellos, el de Terezin, al noroeste de Praga, se organizó una «oficina para el disfrute del tiempo libre». Con la aprobación nazi, que veía en todas estas expresiones culturales una poderosa herramienta de propaganda, se presentaron obras de teatro, óperas, conciertos musicales. Allí un coro de 150 personas cantó el Réquiem de Verdi, privilegio que pagarían con ser enviados a las cámaras de gas de Auschwitz, al día siguiente. Otra coral que se atrevió a la hazaña de interpretar el célebre Réquiem corrió con la misma suerte. La tercera agrupación se agenció el récord de cantar la obra quince veces, sin que pueda dejarse de anotar que con frecuencia los prisioneros eran obligados a hacer sonar sus instrumentos, mientras otros, más allá de las alambradas, eran torturados, o ejecutados.

Por Terezin pasaron muchos músicos luminosos, siendo la figura más descollante el checo Viktor Ullmann, quien en sus 25 meses en ese campo de concentración compuso 25 obras, entre ellas un esbozo de ópera sobre Juana de Arco. Y una, la más difundida, que tituló El Emperador de la Atlántida, o La muerte abdica, y no llegó a estrenarse. En esta pieza Ullmann describe un combate entre el Führer y la Muerte. Y justo cuando diera la impresión de que el Emperador va a triunfar en sus sueños de aniquilación, de maldad, Ullmann pone en boca de la Música que la Muerte tendrá la última palabra. Y el canto coral con el cual cierra es una turbadora imploración: «Enséñanos a guardar la más sagrada de las leyes: no usen el gran nombre de la Muerte en vano, nunca más».

Repiques

Se están cumpliendo cinco años del cierre de RCTV en señal abierta. Sacada después del cable, también, su ausencia dejó un vacío que aún no ha sido llenado y que ese bodrio gubernamental que pretendió sustituirla (TVES) ha evidenciado más. Tengo la sensación de que pronto volveremos a ver este canal, renovado, en una Venezuela que aguarda por un nuevo y esplendente amanecer de progreso y libertad.

Leído en Twitter:

@RicardoBulmez: «Toda persona con un arma en el cinto, civil o militar, está llena de miedos. Valientes somos los que andamos por todas partes sin armas».

@prodavinci: «La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor». Winston Churchill

@iFrasesGeniales: «Te tengo en: Facebook, Twitter, MSN, pero… no te tengo a mi lado».

@ejrl: «Schemel también alcanza 100% de popularidad en su propia encuesta».

@mipequenasuiza: «Si alguien no te trata con amor y respeto, que se aleje de ti es un regalo».

Tomándonos un café en La Nova, el padre Ricardo Bulmez me comentó: «El país está cansado de lo serio. Todos nos hemos intoxicados de realidad». Otra frase memorable que me soltó allí, y anoté, es ésta: «Yo sé para qué sirven los militares, lo que no sé es para qué hacen falta».

«El corazón es un niño: espera lo que desea». Proverbio ruso

En el bautizo de su libro El llanero solidario, sobre Luis Herrera Campins, en la librería El Clip, a casa llena, Ramón Guillermo Aveledo comentó que un periodista de Caracas al entrevistar al ex presidente dijo de él que tenía la rara virtud de que al abandonar Miraflores vivía en la misma casa, militaba en el mismo partido y vivía con la misma mujer.

Me informan que el próximo martes el pueblo de Quíbor saldrá a la calle en protesta por dos serios problemas: la inseguridad y los apagones.

«Consulta el ojo de tu enemigo, porque es el primero que ve tus defectos». Antistenes

La candidatura presidencial de Hugo Chávez sí será inscrita ante el CNE, en el lapso previsto: entre el 1º y 11 de junio. La idea del oficialismo es empapelar el tarjetón electoral con su rostro y luego, si se decide sustituirlo por razones de salud (con Maduro o Cabello), cosa que por ley pudiera ocurrir hasta un día antes de las elecciones, será, literalmente, el líder único quien dará la cara. Poderosas razones para el desconcierto.

«Después de que el barco se ha hundido, todo el mundo dice que sabía cómo se habría podido salvar». Proverbio italiano

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