En su ensayo sobre Juan Vicente Gómez, José Pareja calificó al viejo dictador de «fenómeno telúrico». El caso tiende a repetir en tierras altamente sísmicas.
Puede uno maldecir un devastador terremoto, pero lo racional es tratar de sobrevivir, reconstruir, y tomar precauciones antisísmicas a futuro.
Hay que entenderlo como fenómeno aislado, sin sesudas explicaciones económicas y sociales – como esa de hablar de dos países enfrentados – cuando en realidad pobreza es actitud y espíritu, en todo el mundo cuecen habas, y en Venezuela no votan 6.5 millones de oligarcas.
Esos votos representan un mundo de más de 12 millones de almas – más que la población total de Cuba, Bélgica, Grecia, Portugal, Bolivia y 160 países mas.
Por ahora persiste una coalición cívico-militar – como la de 1945 – donde una extrema izquierda, desubicada y revanchista, suministra «teque-teque» y camuflaje ideológico para lo que sin ella sería una tradicional hegemonía castrense: estilo egipcio.
El vértice de la coalición es la figura solitaria – el fenómeno telúrico – que genera entusiasmo en grandes sectores identificados con un mero mortal de carne y hueso, que lo endiosan, y que depositan en él sus esperanzas.
Pero no olvidemos que japoneses y alemanes ciegamente se postraban ante la deidad Hirohito y el Führer, y fueron exactamente los mismos que luego reconstruyeron importantes naciones, situándolas entre las más avanzadas del mundo.
Pero no solo la guerra trae cambio. Lo de hoy en Venezuela evoca un poco lo que dijo Georgi Arbatov a los norteamericanos mientras la Unión Soviética se desintegraba: «A Ustedes les vamos a hacer algo terrible: Les vamos a privar de un enemigo».
Al entrar a un juego político con casi todas las cartas marcadas por la trampa, el ventajismo y el abuso, una oposición responsable deja al régimen desnudo frente al espejo de su patética realidad: Compromete el calificativo «dictadura» – tan poco efectivo ante una comunidad internacional parapléjica – y a cambio erradica el dañino letrerito de «golpistas».
Existe ahora una oposición legítima, gigantesca y unida como referencia universal. Enfrente hay un señor aislado y probablemente enfermo, esperando los tiempos perfectos de Dios mientras cosecha sus propias tempestades junto a los mismos ineptos que llevan tres lustros aplaudiendo desvaríos. Y que Dios les coja confesados si el fenómeno telúrico desaparece tan abruptamente como surgió.
Quizás el vil despotismo de nuevo triunfó: Por ahora. Pero recordemos la vieja frase beisbolera de Buck Canel: «No se vayan, que esto se pone bueno».
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#opinión: Por ahora. por: Antonio Herrera-Vaillant
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