La Sala Alternativa de la Fundación Juan Carmona se colmó rápidamente de espectadores.
El público llenó el recinto en instantes. La audiencia no solo disfrutó de la obra, también se deleitó con música de fondo y mensajes que invitaban a prestarle atención al montaje protagonizado por Romer Peña, quien interpretó al niño, Rupe, la señora gorda, el brujo loco, la muchacha más linda, el malvado conserje, la mamá y Rosalinda, bajo la dirección de Valentina Castellanos.
La adaptación del cuento de Mireya Tabuas comenzó cuando el niño se da cuenta que perdió a su mascota secreta, emprendiendo una aventura por el edificio en el que vive, recabando pistas tal cual un detective e investigando a todos los vecinos que habitan el inmueble.
F16 se llama el gato extraviado. Un experto en vuelos y caídas, las nubes son su paisaje. Cuando el niño descubre que ha perdido a su minino, crea un plan para encontrarlo. Mientras se las ingenia, su hermano Rupe, un chico de cinco años, lo interrumpe con preguntas bobas que lo ponen de mal humor. El niño sólo pensaba en tres posibilidades. El gato se murió, lo abandonó o lo raptaron.
«No puede haber muerto, los gatos tienen siete vidas. No pudo haberme abandonado, los amigos no nos abandonan… ¡lo raptaron!», reflexionaba el jovencito. La situación lo llevó a utilizar su manual de detective privado.
Dudaba de la señora gorda, del brujo loco, la muchacha más linda, el malvado conserje, la mamá más ocupada y la hermanita ridícula. Ruperto no entró en su lista por ser un bebé.
De tal manera que visita cada apartamento. Y en cada uno descubre lo inesperado. Cuando habla con la señora gorda, se da cuenta que también perdió a su gato llamado Hamburguesa. También se percató que aunque gorda, cantaba ópera maravillosamente.
Inmediatamente, el niño se dirige con temor hasta la residencia del brujo más loco, quien también buscaba a su gato perdido llamado hechicero. El brujo tampoco era malo, era un grandioso mago.
«Ya son tres los gatos desaparecidos, F16, Hamburguesa y Hechicero», decía el niño. Solo los podía tener el sospechoso número tres, la muchacha más linda del edificio; rubia, alta, parecida a una artista.
Resultó que no era tan linda, que también había perdido a su minino Bombonamur. La chica no era bella, pero si tenía una mirada muy dulce.
Aunque dudaba de sus vecinos, el niño les prometió encontrar a sus mascotas desaparecidas. Así que toca la puerta del malvado conserje, quien lloraba porque su canario no cantaba, esto porque su gato llamado Diablo no lo visitó más.
«No es tan malo el conserje, ¡llora!», dijo sorprendido el niño. Tras descartarlo, se fue al apartamento de la mamá más ocupada, es decir, su mamá, quien es ama de casa, profesora, secretaria y madre del niño, Ruperto y Rosalinda.
Resulta que la madre también estaba triste. El gato que la visitaba, llamado Santo, desapareció al igual que F16, Hamburguesa, Hechicero, Diablo y Bombonamur.
Sólo quedaba una sospechosa, la hermanita Rosalinda, envidiosa y caprichosa, quien no encontraba a su gato Muñeco. Rosalinda, ayudó a su hermano a pensar y a deducir que no se trataba de siete gatos desaparecidos, sino de uno solo que se paseaba por todo el edificio.
F16 lo visitaba los lunes para pintar entre las nubes, los martes comía donde la señora gorda, los miércoles hacía trucos con el mago, los jueves lo bañaba la muchacha más linda, los viernes hacia cantar al canario del conserje, los sábados dormía en su casa con la mamá más ocupada y los domingos compartía con Rosalinda.
El niño triste se dio cuenta que no era su único dueño, ni amigo, solo un dueño más. Por lo que prefirió que lo buscaran los demás. Pero la tristeza fue mayor y continuó la búsqueda.
Gracias a Ruperto, el hermanito fastidioso y preguntón, descubrió que tampoco era gato, sino gata y que había desaparecido por parir a sus mininos. Maravillado con lo acontecido, el niño decidió que sería aviador, pintor, detective entrenador, mago, fotógrafo, payaso, cuentacuentos y veterinario, pero más aún, el hijo de su ocupada mamá.
Al final, todos los concurrentes estallaron en aplausos. Los niños se mostraron atentos y curiosos. Todos se sumergieron en la fascinante historia, el genuino edificio hecho de cartón, los personajes, la música de Fernando Colmenárez y el fabuloso video arte de Ricardo Marapacuto, el cual acompañó el montaje teatral.
Esta historia enseñó que con poco puede hacerse mucho, que ir tras un amigo querido vale la pena, que los prejuicios sobre el entorno son obstáculos que no permiten ver o ir más allá.
