Para la MUD va mi voto

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Dispersar recursos de variada naturaleza en un evento electoral con el marco de país que tenemos, más que un disparate es un crimen. Esta Venezuela, desde hace catorce años, no se parece en mucho a la que teníamos atrás. Y en lo que pudiese parecerse es más para mal que para bien. Sabido es que la de ahora se la debemos a los inmensos errores de la de ayer, sólo que en el presente sí se han acumulado los vicios y corruptelas de inmensas magnitudes. En la de ayer en todo caso contábamos con el apego a las normas constitucionales que consagraban la separación de los poderes, que impedían a las fuerzas armadas y a sus integrantes opinar sobre política y mucho menos hacer proselitismo, que el Estado solía perder casos en los tribunales, que a pesar de las crisis cíclicas de nuestra economía no había desabastecimiento del grado actual. Desde luego no era el país deseado, pero mal que bien se sobrevivía. Sin embargo, la intermediación entre pueblo y gobierno se fue perdiendo. Los partidos políticos se fueron aislando de su natural contexto. Y así lo que tenemos.
Toda la conducta y sus pasos los destina el gobierno a demoler las estructuras políticas del pasado. Bien sea las de las instituciones supra partidistas con el cuento del poder popular o más directamente los partidos políticos. El gobierno sabe que con las élites económicas se puede conversar y lo ha hecho. Aunque no con las organizaciones que las agrupan, como el caso de Fedecámaras o Fedenaga, pero sí con los representantes de conglomerados industriales, financieros, agropecuarios. La guerra a muerte del gobierno es con los partidos políticos, pero ojo, que es por ahora. Cuando termine de doblegarlos, de eliminarlos, va por lo suyo: por aquellos que dificulten la implantación de su delirio castrocomunista militarista con ropaje de nueva época.
En su lucha contra los partidos, el gobierno se vale del inmenso poder que tiene. Recursos financieros, jurídicos, políticos. De todo cuanto tenga en la mano y vaya que sí lo tiene. Ya por boca de los dos prominentes “hijos” de Chávez lo han hecho saber a propósito de las elecciones del 8 de diciembre. Tratar de erosionar la unidad que tanto le ha costado a la oposición construir y que tan buenos resultados arrojó el pasado abril.
Tienen poder para comprar conciencia. Para comprar medios. Para comprar liderazgos. Hasta para comprar columnistas ocasionales. Tienen poder para sembrar cizaña, para echarnos a pelear y aquí en Carora como que lo están haciendo.
El 8 de diciembre no es que vamos a elegir un alcalde. No es que vamos a elegir nueve concejales en el caso de Torres. Es que vamos a sentar las bases para elegir el país democrático, plural, libre, decente al cual aspiramos quienes profesamos la fe en las instituciones republicanas.
Aquí no hay nada que inventar. De un lado están los candidatos del régimen y del otro los de la oposición democrática que se expresan únicamente en la Unidad, en los propuestos por la Mesa de la Unidad Democrática que a todo evento son superiores a los ofrecidos por el oficialismo. Y una sola razón priva para esa prevalencia. Es que los de la MUD comparten, todos y cada uno de ellos, una voluntad férrea para la integración social mientras que los del PSUV para su disolución. De allí pues, la opinión que escribimos al comienza del artículo: hacerle el juego al gobierno montando candidaturas sin bríos, sin organizaciones de vocación histórica para gobernar, no tiene sentido, a menos que la idea sea llenar de beneplácito al gobierno por tal crimen.
Para rematar. Todas las encuestas apuntan que si en los actuales momentos se realizaran elecciones, la mayoría se inclinaría por los candidatos de la MUD. No hay que ser demasiado perspicaz para saber a lo que está apostando el gobierno. Y precisamente, y lo sentimos por quienes cedieron paso a su infantil orgullo que a la realidad, ya son muchos los que están pensando en quiénes han ensamblado esas candidaturas y de dónde provendrán los recursos que supone hacer una campaña electoral. Algunos hasta hablan de candidatos coronados. Quienes siempre me leen, aunque esporádicamente, sabrán entenderme.

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