Sebastiana Barráez en su columna de Quinto Día – del 14 al 21 de noviembre de 2014 – escribe, sobre exguerrilleros. Reseña que la reunión anual de estos heroicos ex combatientes se produjo en Maturín, donde unos tipos desconocidos, hoy diputados como Orángel López, Asdrúbal Guzmán y Vicente Carvajal, se encontraron con otros anónimos héroes de la guerrilla, que todavía deambulan por los andurriales de esta destartalada colonia castrista. Como si estuvieran activos, Sebastiana nos recuerda que estos parlamentarios forman parte del frente Américo Silva, como si la membresía fuese de por vida en esas facciosa organizaciones.
El temario de ese conciliábulo fue reiterativo, y Barráez lo sintetiza así: “Hablaron de que las revoluciones se hacen con revolucionarios. Consideran que no los han tomado en cuenta y que no se está construyendo el socialismo…proponen considerar que se está ante una economía rentista y que en el gobierno hay corruptos disfrazados de revolucionarios”.
Esto último me retumba en la cabeza, pues en el imaginario de mucha gente subyace la premisa que un revolucionario es en esencia un ser probo, honesto, idealista, intachable. ¡Nada que ver con Diosdado, por Dios! Mutatatis mutandis querubines y serafines, espíritus de luz que en vez de alas tren en una mano El Manifiesto Comunista y El Capital – sin leerlos, por supuesto – y en la otra carga un kaláshnikov o una Smith and wetson del especial: el modelo que lleva Pedro Navaja en su gabán.
Pero si los que no son revolucionarios piensan de esta manera, solo imagínense las convicciones de los revolucionarios sobre ellos mismos. Son – sin un ápice de duda – seres superiores que ven a l resto de los mortales como minusválidos físicos y mentales. Son redentores cuya misión es salvar a la humanidad de todos los peligros y amenazas que solo ellos pueden percibir. Su sensibilidad los dota de capacidades especiales para llevar adelante la tarea superlativa de darle sentido a la vida de los otros. Su poderosa ideología la imponen como la única forma de ver, entender, interpretar y comprender la realidad. Exégetas de los megarrelatos de sus grandes ductores, no admiten la posibilidad de la duda o el error, dos situaciones en la que solo incurren quienes comenten el pecado de pensar diferente. Siempre tienen la primera y la última palabra en cualquier materia, porque lo saben todo.
Para estos sempiternos combatientes Marx sigue siendo la luz de la salvación. Lenin no está embalsamado en la Plaza Roja de Moscú sino que está vivo en cada pensamiento, en cada acción y en cada frase de todo revolucionario. Stalin es el paradigma de cómo se lleva adelante un proceso revolucionario, sin importar cuántos mató, fusiló o dejó morir de hambre. Esto es poca cosa frente a su gesta y legado inmarcesibles.
Mao es su deidad oriental, que con su libro rojo llena de contenido la mente y el corazón de seres naturalmente superdotados, auto colocados en el pináculo de la pirámide humana. El Che y Fidel son todo lo anterior, pero van más allá en su tropical supremacía y perfección, tal como lo demuestra la maravillosa vida de la que ha disfrutado el pueblo cubano – y ahora el venezolano – en casi sesenta años de revolución.
A estos camaradas, sentirse en la cúspide, arropados con la bandera revolucionaria, y apertrechados con una ideología que no admite la duda los hace ver sólo de frente, como los hombres que dibujo el realismo socialista: Sonrientes y felices porque representan al revolucionario en estricto sentido. No ver hacia los lados les ha impedido apreciar que la Unión Soviética no existe aunque Vladimir Putin crea lo contrario, que el Muro de Berlín desapareció hace 25 años, que China es el imperialismo capitalista más salvaje y esclavista que existe, y que Cuba es una ergástula con once millones de presos muriéndose de hambre, que han sobrevivido de la caridad internacional: Primero de la soviética y ahora de su colonia venezolana.
