Regresaron los indígenas al cementerio viejo de la 42

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Nuevamente en calles y avenidas de Barquisimeto se pueden observar indígenas, sobre todo mujeres, acompañadas por niños, ejerciendo la mendicidad o vendiendo artículos artesanales por ellas elaborados.

Como se recordará, el año pasado era rutinario observar a grupos de nativos de determi-nadas regiones montañosas de Venezuela, en su mayoría de la Sierra de Perijá, pidiendo colaboraciones económicas en las vías.

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En un principio se trataba de grupos pequeños pero, ante la indiferencia de las autoridades, incluyendo al Consejo de Protección del Niño, Niña y Adolescente, fueron incorporándose otros hasta constituir toda una población.

Y gracias a esa misma indiferencia oficial, un considerable número de ellos se posesionó del área externa este del cementerio Bella Vista donde establecieron una especie de campamento con ranchos a base de plásticos al que nadie extraño podía ingresar.

A fines del año desde la alcaldía de Iribarren se decidieron a limpiar el lugar y, pese a la férrea oposición de los yukpas, éstos fueron trasladados a su lugar de origen mientras se anunciaba la construcción allí de un parque para la colectividad.

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Pero apenas han transcurrido unos pocos meses y, nuevamente, al viejo camposanto barquisimetano están regresando los indígenas, presumiblemente, algunos de los que en diciembre fueron llevados a la Sierra de Perijá.

Esta semana, entre las tumbas se pudo ver personas de razas autóctonas elaborando objetos típicos de sus regiones que luego venderían en calles y avenidas de la ciudad.

De acuerdo a algunos trabajadores del lugar, ante la imposibilidad de volver a levantar ranchos en el área de la que fueron retirados el año pasado, han tomado algunos panteones como sitio de residencia, incluso con niños.

Allí, en las partes inferiores, al lado de urnas, se protegen del frío de la noche o del sol durante el día, además de tratar de pasar inadvertidos a quienes se movilizan por el lugar.

Temen quienes poseen panteones o mausoleos en el viejo camposanto, que, poco a poco, a ese pequeño grupo vayan agregándose otros, mujeres, hombres y niños, dañando sus propiedades y acabando con la paz y la seguridad que debe imperar en el lugar.

Y también en Cabudare se han visto familias de razas autóctonas, con niños, pidiendo dinero en los semáforos.

 

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