Casi que le agradezco a Maduro el haber obligado a todos los que somos lectores de buenos textos a sumergirnos en las librerías de viejo, buscando buenas lecturas pues las recién editadas o no llegan al país o no se pueden adquirir por el precio. Lo bueno es que, de vez en cuando, en medio de tanta herrumbre, se descubre el oro puro.
En este caso se trata de una obra del escritor colombiano Germán Arciniegas, de quien nunca había leído nada: es su Biografía del Caribe, publicada en 1947. El libro me sorprendió pues es un texto de historia escrito como una novela, lo que hace su lectura mucho más apacible.
El libro de Arciniegas hace referencia al arco de tiempo en que Europa traslada su atención vital desde el mare nostrum hacia el mar de los Caribes, proceso que la afecta del peor de los modos: como una locura por la búsqueda de El Dorado y como un baño de sangre que duró más allá de las guerras de independencia.
Nuestras maneras de fantasear son caribeñas. Tal vez sea el aire salado que nos mantiene bajo una pegajosa capa de realismo mágico haciéndonos creer en cualquier ilusión de riqueza fácil. El esfuerzo creativo, productivo, llegó a América cuando ya era evidente que el dorado no existía y obligó a todo el mundo a empezar a trabajar.
Por desgracia, cuando ya en Venezuela estábamos acostumbrándonos a la idea del trabajo,nos acontece el descubrimiento del petróleo y el inevitable rentismo mató lo que apenas estábamos aprendiendo a hacer: entender al trabajo no como el miserable esfuerzo improductivo de sembrar una aún más miserable matica de cebollín en un jarrito, como quiere la ministra aquella, sino la organización de empresas capaces de generar y procesar la materia prima, terminarla y colocarla en los mercados nacionales e internacionales con elevados estándares de calidad. Esto no lo entienden los bobos feroces de esta generación pues su nivel intelectual no parece pasar del conuco.
El enfrentamiento entre el esfuerzo civilizador de Lorenzo Mendoza y el primitivismo de Nicolás Maduro, es la repetición del enfrentamiento entre el bárbaro conquistador, cuya visión económica se basaba en la rapiña, y el colonizador civilizador que procuraba levantar una economía basada en el uso de la técnica, en la aplicación de los saberes, de la organización y la cooperación entre todos los factores de la producción, no su enfrentamiento y destrucción.
Lo que Arciniegas relata no es, en lo esencial, diferente a lo que Rómulo Gallegos describió en Doña Bárbara ni a lo que mas tarde Herrera Luque estudió en Los Viajeros de Indias. Solo que Arciniegas lo dice con una seductora erudición.
