Patrimonios exiliados

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El escándalo global –con fuertes visos sensacionalistas– en torno a los mal llamados “Papeles de Panamá”, ilumina ciertas tristes realidades del drama político, económico y social del subdesarrollo.
De entrada, es justo subrayar que no es igual eludir impuestos, de manera legal y lícita, que ocultar operaciones delictivas al amparo de estas cuentas. Salvo en casos puntuales, no se justifica tanta alharaca.
Y aún menos criticable es proteger capitales legítimos, blindándolos de seguridad económica y jurídica, frente a la barbarie de algunos gobiernos y la inflación que generan.

En sociedades avanzadas, es de común aceptación entender que para obtener progreso se requiere generar capital y reinvertirlo, antes que siquiera pensar en repartir a unos lo poco o mucho que es de otros.
El concepto es tan arraigado como la fábula del griego Esopo, sobre la hormiga previsiva que guarda para el invierno, y el irresponsable saltamontes que pasa el verano indolentemente cantando.
Pero esa milenaria sabiduría brilla por su ausencia en algunas naciones, condenándolas al permanente atraso en medio de una opresiva marginalidad.

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Lo que algunos fustigan como “fuga de capitales”, lejos de tener connotaciones moral o legalmente negativas no es más que síntoma y consecuencia de otros males mayores.
Ante regímenes que habitualmente irrespetan las leyes y la propiedad mientras arrasan con la economía del país lo más inteligente –de elemental sentido común– es enviar capital y patrimonio al exilio.
Preservar capitales afuera de esos países es una reacción lógica y justificada: Es proteger un acervo bien ganado frente a devaluaciones y saqueos sistemáticos de parte de esas bandas delictivas que en algunos países llegan a apoderarse del poder, despojando a quienes producen y tienen para dilapidarlo en piñatas suma-cero.

Peor, cuando se despoja a los generadores de riqueza para entregar sus bienes a parásitos improductivos, en medio de un vulgar “quítate tú para ponerme yo”.

La catástrofe resultante es que se disipa prácticamente todo el patrimonio nacional entre borracheras de ignorantes rastacueros, derroche, mala gerencia e inflación galopante.
El patrimonio colectivo que los ciudadanos y empresas del país logran mandar al exilio, lejos de la vorágine, se vuelve luego el mejor potencial para reconstruir economías totalmente desmanteladas.
Lejos de censurar el acto de preservar activos y colocar patrimonios a buen resguardo, lo razonable sería considerar que así se preserva la mejor esperanza para el futuro rescate de una economía en ruinas.

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