Diálogo color oliva

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La mayor certeza hoy en Venezuela es que nadie sabe ni cómo ni cuándo terminará este bache histórico en el que ha caído el país.

Los intereses son muchos y multimillonarios, ningún grupo puede imponerse sobre el otro, y la tan temida explosión social ya está mostrando sus puños. La economía anda por su cuenta, mientras un Gobierno paralizado solo atina a dar tumbos tratando de aparentar una fuerza que todos saben que no tiene. El caos se ha instalado en una sociedad huérfana de institucionalidad.

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En ese contexto los grupos políticos se han sentado a dialogar, más movidos por presión internacional que por convencimiento. Lo que no parecen percatarse es que esas conversaciones llegan un poco tarde, pues el verdadero protagonista no sabe de negociaciones ni de tiempos históricos. El pueblo (con hambre) quiere soluciones concretas y, además, culpables. El país está entrando en un espiral de descontrol que será difícil frenar con palabras y compromisos firmados en un papel.

Venezuela está al borde de un conflicto social que solo podrá ser contenido por la fuerza, y es ahí donde aparece la gran incógnita. En teoría las Fuerzas Armadas tienen la capacidad de contener cualquier situación de caos que se genere, aunque es sabido que existen grupos delictivos armados y dispuestos a enfrentarse, no por la revolución sino por intereses muy particulares. Esto genera la duda de si realmente a estas alturas las Fuerzas Armadas tiene la capacidad real de restablecer el orden de manera efectiva.

Una segunda interrogante, también en torno a las Fuerzas Armadas como garante del orden, es que suponiendo que tenga la capacidad no se sabe si haría uso de sus atribuciones para favorecer a alguno de los actores políticos hoy sentados en una mesa de negociación, o lo haría para promover a algún otro actor que hasta el momento no se encuentra en la escena pública. La historia en Venezuela ha mostrado que los militares suelen ser bastante pragmáticos y fieles a sus intereses.

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El desenlace en Venezuela, aún sin fecha ni forma, sin duda tendrá sentados en la mesa a los uniformados. Bien como árbitros o como protagonistas, la historia de destrucción institucional a la que se ha expuesto al país no puede terminar de otra manera sino con una sociedad caótica. Y ante esa realidad el orden pasará a ser una aclamación nacional, casi tanto como la que hay hoy por comida. Es en estas situaciones de desespero cuando las personas, por instinto de supervivencia, entregan ideas abstractas por realidades que les permitan vivir.

De esta manera las viejas teorías del gendarme necesario vuelven a aparecer, regresando al país a sus primeros años del Siglo XX. Lo más cruel de todo esto es que tal vez esta estrategia haya sido pensada por algunos grupos, de tal manera que pudieran encontrar la justificación para asaltar el poder. Y es cruel, aunque algunos lo llamen pragmatismo político, pues hay personas muriendo en una batalla sin sentido. Tal vez este desierto era necesario atravesarlo para que Venezuela pudiera tomar un impulso definitivo y por fin entrar a la modernidad.

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