Las voces de Penélope – De emigrantes y xenofobias

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Pues mire usted que las cosas no son tan fáciles ni para los que emigran ni para los venezolanos que se quedan. Unos y otros han de pasar circunstancias socio históricas, cuyas razones no siempre están claras para quien las padece y que en caso de estar claras, tampoco ayudan mucho a resolver los avatares cotidianos. Tampoco lo es escribir reflexionando sobre el asunto desde la comodidad de la casa sobre este tema, salvo en trabajos de investigación periodística de largo aliento.

Muchísimo menos en un artículo de opinión, pero igual podemos intentarlo, guiados por los rostros de familiares, amigos, conocidos y desconocidos, cuyas experiencias bien vale tomarlas en consideración a la hora de pensar sobre la emigración, asunto que requiere tomar en cuenta que todo lo humano, cuando se alía a la experiencia vital, es por esencia complejo.

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No es lo mismo comerse una manzana, que trabajar en Florida tres meses como obrero agrícola con visa H2B o tener varios postgrados y trabajar como mesero por un año, sin esperanza alguna de que el país donde vives te ofrezca la oportunidad legal de trabajar en tu especialidad. Ni lidiar en Miami con la “cubanidad”; descubrir que no siempre los puertorriqueños son “mi gente”, en las calles de N.Y ,o acostumbrarse a vivir con sueldo de ingeniero en el lujoso Dubai, con su idioma ni la mentalidad oriental. O aguantar los prejuicios de quienes ven la migración como una versión de una invasión o la actitud clasista de venezolanos pudientes en el exterior, cuyas fortunas de paso, no siempre tienen orígenes relacionados con el trabajo.

O padecer de la tendencia generalizadora que nos alcanza a todos, cuando ignoramos mucho de los otros países. Esa misma que nos hace llamar árabes a todo el que coma cuscús aunque sea judío, por ejemplo y que en Panamá les hizo pensar a ciertos sectores de la población, que todos los venezolanos pensamos como cierta sifrina que además de racista e ignorante es bruta, quien tildó a los panameños de “monos”. En fin, que se comprueba una vez más que pasar por la universidad no significa que ésta pase por nosotros o que tener un título no sinónimo de conocimiento.

Buena idea es irse después de planificar la partida, hecho los ahorros e investigado lo suficiente sobre el país elegido, lo cual incluye no sólo aspectos legal ni socio económicos sino su imaginario cultural. Este es fundamental, pues permite entender códigos y formas de relación que nos resultan en diversos grados, diferentes o bastante familiares.Conocerlos nos permite aprender que aunque en “todas partes se cuecen habas”, puede cambiar bastante la manera de prepararlas.Comprender al “otro”, le permite a ese “otro” comprendernos.Quien se prepara, se adelanta a prever ciertos sinsabores que podrían evitarse con sentido común.

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Sin embargo, valdría la pena indagar desde la sociología, porqué miles de jóvenes nuestros, profesionales casi todos, emigran con la idea de que El Dorado profesional les espera al bajar la escalerilla del avión y que podrán subsistir con 500 dólares mensuales, trabajando sin permiso en el sector servicios, con visa de turistas. De la misma manera, qué ha pasado con nuestros valores familiares, cuando se estimula a chicos apenas salidos de bachillerato a irse por su cuenta a “probar fortuna” o se les recibe los primeros días en casa de los familiares que prometen la ceca y la meca y luego les dan la espalda echándolos a la calle. Investigar incluso si es cierta la creencia de la tan citada “solidaridad” e “igualitarismo” venezolano, que parece desaparecer en algunos de los que logrado un status en el nuevo país, miran por encima del hombro a quienes no lo tienen. Hay historias que bien merecen formar parte de los “mitos” urbanos, aunque sean rigurosamente ciertas.
Nada de lo anterior deja por fuera que subsiste en todas las sociedades desarrolladas o no, la tendencia de quienes detentan el poder económico y político, a estimular la xenofobia atribuyendo a los que forman las minorías, raciales, religiosas, étnicas, sexuales, etc., las causas del “mal”, de los asuntos no resueltos por quienes deberían resolverlos. De esto dan fe no sólo totalitarismos y dictaduras sino gobiernos elegidos democráticamente. Asunto éste que bien merece otro artículo.

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