Capitalismo Lunar – Volver a movernos

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Lo sencillo se vuelve extraordinario, y lo extraordinario se hace a veces invisible. He allí uno de los efectos de esta devastación en forma de empeño autoritario que intenta gobernarnos. Que ha trastocado la realidad de toda una sociedad, para pretender convertirla en su “normalidad”. Y la movilidad, o mejor dicho, las restricciones a la movilidad, es uno de sus más nefastos y recientes “logros”.
La libertad, en la profunda y extensa vastedad de sus acepciones, contempla una que por estos días se ha recordado con profusión, y con mucha nostalgia. Libre tránsito, la llaman. Cuentan los entendidos y también los desentendidos que les escuchan y repiten, que nuestra Carta Magna habla del derecho constitucional al libre tránsito por todo el territorio nacional. Y al ser derecho, es también posibilidad, viabilidad, garantía deseada, condición factible de alcanzar. Pero la robolución, en su incansable necesidad de perturbar y hacer más dolorosa la vida de los venezolanos, ha hecho que ese derecho sea cada día más difícil de disfrutar y hacer realidad.

Hay dificultades para sacar o renovar la cédula de identidad. Cédula que eventualmente algún funcionario podrá exigirte como señal de identidad. Hay serias y graves limitaciones en la expedición y renovación de pasaporte. Entre el precio de un pasaje aéreo, la sequía de divisas para viajeros, y el creciente rechazo y sospecha que los viajeros venezolanos despiertan en algunos aeropuertos y autoridades migratorias por todo el mundo, viajar fuera de Venezuela parece una odisea rayana en lo imposible.

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No hay repuestos para carros o vehículos. Y los pocos que se consiguen son prácticamente incomprables. Es ya un riesgo movilizarte en tu vehículo, bien sea por los huecos y mal estado de las vías, calles, carreteras y autopistas, deficiente o inexistente iluminación, inseguridad y desolación reinante. Situación que afecta a quien aún trata de mantener y tener su carro particular, y obviamente a todo el sector del transporte público, taxis, busetas, autobuses entre otros, incluyendo al transporte de carga y a quienes viven de hacer fletes y traslados de mercancías y encomiendas.

Moverse, se ha convertido de tal suerte, no en un reflejo de nuestra decisión o voluntad, o en el más completo y absoluto impulso humano, sino en una circunstancia relativa, en una eventualidad programada y pensada. Buena parte de los venezolanos deben hoy hacer alguna cola si quieren o aspiran adquirir algo para comer, para sanarse, para sobrevivir. Y esa cola, como una clara manifestación de la imposibilidad de movernos, no es culpa del panadero, o del señor del abasto o bodega, o del comerciante asiático, o del dependiente de la farmacia, o del que atiende en la venta de repuestos, o del chofer de la unidad de transporte público, o del médico en la emergencia de un hospital, o del cajero del banco, o del empleado de la tienda o local. No. Esa cola es la más clara expresión de una escasez y miseria con sello y olor a fracaso socialista.
Incorpore Ud. ese deseo en la agenda del cambio y reconstrucción esperados. Además de la libertad. Además de la democracia. Uno sencillo. Volver a movernos.

@alexeiguerra

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