Notas Pastorales: “El Sacerdote, Buen Pastor en Cristo”

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“…Pero el que entra por la puerta, es Pastor de las ovejas. A ese le abre el guardia y las ovejas atienden su voz. Y él, va llamando por el nombre a sus ovejas… Camina delante de ellas y las ovejas lo siguen porque conocen su voz.

En este día celebramos la festividad del buen pastor: Cristo. Por lo tanto hoy es día también del Sacerdote o Padre, como lo llama nuestro pueblo. Y además de Cristo, ¿Quién es ese pastor bueno? No es otro que el Obispo, pero también sus colaboradores más inmediatos, los Sacerdotes o Presbíteros. Por lo tanto nos referimos al Padre, educador, investigador, como también el Vicario Cooperador, pero sobre todo al Sacerdote Párroco.

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¿Quiénes son estos hombres?

Los Presbíteros tomados de entre los hombres y constituidos a favor de los hombres, en lo que a Dios se refiere, para que ofrezcan dones y sacrificios por los pecados.

Y conviven como hermanos, con los otros hombres. Así como el Señor Jesús… habitó entre nosotros y quiso asemejarse en todos nosotros, a excepción del pecado (hebreos 5, 11; 2, 17).

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Ese Sacerdote buen Pastor, que se desgasta con alegría, desde la ciudad o desde el campo, con los pobres y los ricos, con los ignorantes y los sabios, él ejerce su triple función como Maestro, Santificador y Guía.

Pues bien, ese hombre que vive en el mundo, sin ser del mundo, ese Sacerdote, buen Pastor, entrega su vida a los demás con fe sincera, sabiduría divina y servicio abnegado.

Él es amigo, hermano y pastor, para el niño, el joven, el adulto y el anciano. Él es un buen pastor, porque acompaña al niño desde su nacimiento, derramando el agua bautismal sobre él, purificándolo del pecado original, e incorporándolo en Cristo, Camino, Verdad y Vida: en una palabra, haciéndolo Iglesia pueblo de Dios. Él le dice con su vida, al niñito o niñita, blanco o negro: “te queremos, ven a la vida, estamos contigo”. El Sacerdote, es buen pastor, porque en esa gran plegaria, la Eucaristía, como celebrante y a través de todos los sacramentos alimenta la fe de su pueblo, los acerca a Dios y acerca a Dios a ese pueblo, muy especialmente los domingos, enfervoriza a su comunidad, diciendo: “este es el sacramento de nuestra fe”. Y al concluir, con una sonrisa de amigo les dice: “vayan en paz con Dios, a vivir desde esa fe”.

Él es el buen pastor, porque desde el Confesionario como juez misericordioso absuelve de todas las culpas, devolviendo la paz, la alegría al corazón y al rostro de tantos seres humanos. Ese Sacerdote, todo bondad expresa: “no peques más, tus pecados te son perdonados, vete tranquilo”. El sacerdote, párroco, profesor, comunicador, capellán, vicario, es buen pastor, porque se acerca al enfermo con cariño, a fin de darle ánimo, hacerle compañía en su soledad, suavizar sus penas desde la fe; y por la unción sacramental, hace que se sienta amado por Dios, como su hijo y también recuerde que su paso por el tiempo es fugaz y que la eternidad es vida para siempre.

El sacerdote es el buen pastor, porque bendice, como testigo oficial, la unión de un hombre y una mujer para forjar un hogar cristiano, en donde siempre exista amor, confianza, alegría y santidad.

Él procura desde su oración y palabra que los esposos permanezcan unidos, en el amor, tal cual como Cristo ama su Iglesia. Él es guardián del amor entre padre e hijos. En fin él desde Dios, defiende la estabilidad familiar, su felicidad y hermosura en las malas y en las buenas. Él anhela que cada hogar sea una Iglesia doméstica, un remanso de amor y fe.

El Sacerdote es el buen pastor, porque él ora y enseña a orar. Él habla de la eternidad, pero también del tiempo, porque sin ser político partidista, debe levantar su voz en nombre de la justicia, la verdad y el bien. A veces no sabe como hacer, porque se mueve entre lo humano y lo divino. Porque él escucha el lamento de Cristo: “no tienen que comer”,   pero también el mismo Cristo le dice: “no sólo de pan vive el hombre”.

Él vive, algunas veces en paradojas, entre luces y sombras, pero el Señor le susurra al oído, “no temas yo estoy contigo”.

Querido Sacerdote, admiramos tu entrega, valoramos tu abnegación y servicio. No olvides nunca que fue Cristo, quien te llamó. Recuerda que el pueblo te necesita y te quiere. Sigue siendo bueno y santo, vence las dudas, no te canses nunca, porque el Señor es tu pastor y nada te faltará.

Te felicito hoy y cada día, te acompañamos cuando sufres y cuando estás contento. Te digo con Jean Guitón: “ganaran siempre si se sitúan con alegría, fuerza y sencillez, dentro de su terreno propio e inconfundible: el Sacerdocio. Les pedimos ante todo, que nos den a Dios, especialmente por los poderes que solo ustedes tienen: absolver y consagrar; les pedimos que sean  hombres de Dios, portadores de la palabra, distribuidores del pan de vida, representantes del eterno, entre nosotros”

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