Proceso en extinción

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El finado mandatario llamaba “proceso” a la nueva incursión de las persistentes camarillas castrenses de toda nuestra historia. Bien colocada estuvo la palabra, porque el efecto de la nueva oleada “cívico-militar” ha sido un intenso proceso de destrucción, pauperización, envilecimiento y degradación a nivel del terremoto de 1812, la embestida de Boves y Morales, o la Guerra Federal.

El consabido grupo civil que esta vez vino de lastre salió regurgitado de las izquierdas más fracasadas y trasnochadas. Aun así, es inexacto calificar de “revolución” o “comunismo” al vulgar quítate-tú-para-ponerme-yo aquí entronizado, así reconozcamos a la gran estafa “comunista” como el peor flagelo de la humanidad del último siglo, y sepamos que las “revoluciones” han sido más dañinas que positivas a lo largo de nuestra historia.

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Es también trapo rojo buscar excusas externas, responsabilizando a Cuba, Moscú, o Beijing: Por mucha malevolencia importada que se haya infiltrado aquí, todo país tiene su propia cuota de mal nacidos, dispuestos a sacrificar a sus compatriotas por una rebatiña y aquí los hay de sobra. Los responsables del desastre son las mismas fuerzas que lo trajeron.

Este “proceso” es autóctono, y quizás su aspecto más amargo para la Venezuela civilizada es descubrir que la antigua barbarie que alguna vez creyó superada jamás desapareció y aún persiste, siempre lista para anotarse al mejor postor.

Esta vez el “proceso” se prolongó en tiempo por la presencia de algo que en esas épocas no existía: Los hoy disipados petrodólares que tanto sirvieron para alquilar conciencias, comprar alianzas, y oxigenar un disparate histórico. Pero esa cobija ya no da para más.
La pregunta más frecuente que se hace sobre Venezuela es: ¿Hasta cuándo? La respuesta está a la vista de todos: Hasta que decidan las mismas fuerzas que impusieron y sostienen la tragedia.

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La extinción de un torcido árbol nacido traidor, turbio y ambiguo vendrá tal como apareció: De manera inesperada, sorpresiva e imperfecta.
Otros factores concurrirán, pero el antídoto al actual veneno tendrá que salir y saldrá de las mismas entrañas que lo parieron: Cuando les convenga culpar a los termocéfalos rojos de todos los males que hoy nos aquejan.

El final lo vio el propio Libertador en carta al general Flores el 9 de noviembre de 1830: “Desgraciadamente, entre nosotros no pueden nada las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia sin examinar la justicia o el crimen de los caudillos- mas los abandonan luego, al punto que otros más aleves los sorprenden”.

Antonio A. Herrera-Vaillant
[email protected]

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