#OPINIÓN Sainete en cápsulas: Las puertas de seguridad “Bachelet» #12Ago

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Quizá son de una gran resistencia, herméticas, laminadas, dotadas con una cerradura de múltiples pestillos y con un cilindro inviolable. Sombrías y solitarias, con su simbología de miedo y su solidez silenciosa, resguardan la estrechez de unas habitaciones hechas para el delirio. La catadura perfecta para el terror de la soledad y la incertidumbre. Protegen a unos cuartuchos donde se olvidan los crepúsculos y rebota en las paredes, el recuerdo diario de vivir en una tiranía sin demoras, capaz de llevar su intransigente talento para la tortura con la mayor desfachatez.

No existe ventilación natural. Solo se agotan las metáforas y fallecen los conceptos precisos para definir la angustia. Las han instalado perfectas, con una ranura pequeña para introducir la comida y tan aseadas por fuera, que parecen adornos fríos de un cementerio de hojalata.

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Con una ironía insaciable han bautizado como “Bachelet”, a las puertas de seguridad de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim), uno de los centros de reclusión del régimen, donde tienen a varios presos políticos. Amargamente, ellos solo ven oscuridad y sombras rumorosas. Permanecen esposados todo el día, en unas celdas diminutas, al lado de un pozo séptico y azotados por sus propios tormentos de no saber si saldrán vivos.

El informe último de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, no solo ha dejado en evidencia la carencia de entrañas y el desorden espiritual de unos desalmados para la tortura, sino la capacidad asombrosa de éstos para burlarse de las instituciones y sus representantes.

Lo han explicado recientemente la diputada Delsa Solórzano, así como la especialista en derechos humanos, Tamara Suju, cuyos detalles insólitos dejan boquiabierto al más avezado. Sin solapar ni un solo párrafo, han escrito en sus redes sociales, tanto sobre el sarcasmo deplorable como sobre las maneras indecorosas, en que estos funcionarios les tuercen la vida a quienes desean un país distinto:

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“Han instalado unas puertas a las que llaman Bachelet”, ha redactado Solórzano con pie de plomo y sorprendida por esta paradoja. “Al grito de: ¿querías a Bachelet? Ahí la tienes”, ilustra la legisladora, el sometimiento y la represión que ha aumentado en los últimos días, además de enumerar una serie de presos políticos con más de un mes sin saber de ellos, sus familiares y abogados.

Siguiéndole el rastro al derroche de infortunios de la tiranía, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, anunció que el comandante del Faes, Rafael Bastardo Mendoza, e Iván Hernández Dala, director de la Dgcim, fueron sancionados financieramente y revocadas sus visas -así como para sus esposas e hijos-, por su participación en “violaciones graves de los derechos humanos”.

Como curtidos cazadores y sin jugársela a lo tonto, el gobierno de Donald Trump también ha realizado una apuesta interesante la última semana. Han incluido a Tarek El Aissami en la lista de los diez prófugos de la justicia más buscados de los Estados Unidos, con la excusa ineludible de tener un papel preponderante en el narcotráfico, el lavado de dinero y el terrorismo.

Fue acusado de cinco cargos que podrían acarrearle una pena de 30 años de prisión. Pero solo es un ejemplo fiel de que no existe una mota de polvo en los planes gringos para el cese de la dictadura. Las razones justificables para una irrupción militar en nuestro país, parecen ir acumulando y dándole sentido, pues buscarían a los prófugos hasta debajo de las piedras.

Todos los personeros de esta tiranía deben pasar noches apremiantes, estremecidos, escarbando en sus ánimos revueltos para no salir despavoridos. Escucharán en su imaginación desbocada, aviones militares norteamericanos sobrevolando sobre sus cabezas; se sentirán espiados hasta en la sopa y, con temor, estarán atrincherados en sus refugios subterráneos.

Posiblemente, a Maduro, Cabello, El Aissami, Bastardo, Dala, Rodríguez y a tantos otros, ya les estarán confeccionando sus emblemáticas vestimentas naranja, sus placenteras suites abarrotadas o, tal vez, sus puertas de acero carbonadas con un membrete de marca con el nombre de Bachelet.

José Luis Zambrano Padauy

[email protected]

@Joseluis5571

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