#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Majestad abatida #5Feb

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En mi artículo de hace 15 días en este espacio, hablé del paso de Charles Lindbergh por Venezuela, a comienzos de 1928. Pero no hablé de la noche del 27 de enero, cuando fuimos a buscar a Prisca, la enfermera quien, junto al Dr. Ruiz, atendía a mamá en los partos y después se quedaba un tiempo a cargo de la madre y del niño. Extraño, me acuerdo de esto pero no del nacimiento de la bebé al día siguiente; supongo que me cerré psíquicamente a la verdad porque venía a quitarme el puesto de benjamina.

En aquella época nacíamos en casas, no en clínicas. Prisca vivía en el centro, por los lados de la Plaza España y encontramos ésta llena de gente: eran curiosos que se habían acercado allí para ver a Lindbergh, alojado en la Casa España, especie de club de los peninsulares y quizás el único lugar donde había habitaciones presentables. No existía aún el Hotel Majestic, de efímera vida.

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Todavía para la década de los 20 del siglo pasado, Caracas carecía de hoteles buenos, más bien tenía pensiones, me imagino que regulares. La gran actriz española María Guerrero -la tía, porque tenía una sobrina con el mismo nombre, también actriz, a la cual sí tuve la oportunidad de ver- hizo una temporada en nuestra capital, no sé si poco antes de morir, pero lo curioso es que en su lecho de muerte deliraba y decía: ¡Qué malos son los hoteles de Caracas!. No tan delirio, tal vez…

Un excelente artículo de la amiga Paulina Gamus, La bola mecánica, me vino a recordar mis vivencias del Hotel Majestic, obra del arquitecto Mujica Mlllán. Paulina no lo conoció, era muy niña cuando lo echaron por tierra. En mi afán de ir entregando a mis lectores mis experiencias del pasado como distracción y distensión de los problemas que nos abruman, extraigo de mi baúl de los recuerdos, trozos de vida relacionados al hotel que nos dejó tanta nostalgia. Fue inaugurado el 30 de diciembre de 1930, imagino como parte de las obras para conmemorar el centenario de la muerte del Libertador. Mi recuerdo primero, al menos anotado en mi memoria, es cuando me llevaron temprano, junto con mis hermanos, a ver el lugar y el arreglo de una cena que daba papá esa noche: La comida X, rezaban las invitaciones. Era el 11 de enero de 1932. En el gran y bello salón del hotel, las mesas estaban dispuestas conformando una enorme X. La incógnita la despejó el Dr. Antonio Álamo con sus palabras de esa noche: celebraba el décimo aniversario de su matrimonio con Iginia Bartolomé.

El Hotel Majestic, frente a la plaza donde también daba la fachada, en el lado opuesto, al sur, del Teatro Municipal, era un paso obligado de los caraqueños que iban al centro de compras y diligencias gubernamentales o administrativas. ¡Cuántas veces pasé por allí y admiré su estampa europea, con la elegante entrada en el ángulo de la esquina! ¡Cuantos famosos se alojaron allí, como Carlos Gardel en 1935, al que vi y oí en el Teatro Principal! Y mi momento más emocionante: en la terraza, sobre la plaza, en el cafetín al aire libre, estaba sentado en una mesita Manuel Rodríguez “Manolete“, a quien había visto torear en la Maestranza de Maracay. Me le acerqué con una amiga, la foto de su inmortal media verónica de Caraballo Gramcko en la mano y le pedí que me la firmara. Escribió: Para Alician y la firma, luego exclamó: ¡Ay, me equivocao! Y tachó la n. Era mayo de 1946.

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Poco más tarde quizás estuve por última vez. Papá fue elegido Presidente de la Academia Nacional de la Historia. Después de la ceremonia de incorporación, dio un coctel en el Majestic. Mucha gente fue a felicitarlo y a manifestarle que la Academia lo desagraviaba, pues estaba incluido en la Lista de Peculado de la Junta Revolucionaria de Gobierno de 1945.

En 1949 decretaron la demolición del bello edificio. Bastante que salté sobre sus terrones, siendo entonces estudiante de arquitectura. El hecho se debió al Plan Rotival que hirió a la ciudad en su corazón con la Avenida Bolívar. Me tocó trabajar en la Dirección de Urbanismo del Ministerio de Obras Públicas (MOP), como estudiante y después como profesional, con Maurice Rotival, francés, se llenaba la boca con su Plano Regulador de Madagascar, n´est pas? Su estatura era inversamente proporcional a su pedantería. Descansen en paz él y el hotel que hizo fulminar.

Alicia Álamo Bartolomé

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