#OPINIÓN Aguas de borrajas #2Jul

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La enorme mayoría de venezolanos que rechaza a la dictadura abarca un amplísimo espectro de visiones desde cuyos extremos se presentan falsos dilemas entre las estrategias a seguir, aún, cuando el sentido común llama a no descartar opción alguna.

Un sentido de urgencia ante la terrible dimensión humana de la tragedia lleva a algunos a rechazar toda política que no ofrezca resultados inmediatos, y sus propuestas tienden a plasmarse en solo dos alternativas: Una sostiene que no hay modo de poner fin al régimen sin intervención foránea directa; y la otra postula elecciones como único recurso, con cualquier condición que imponga la satrapía.

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Al presentar ambas opciones como totalmente contrapuestas se generan posiciones muy encontradas, que a su vez alimentan desánimo y escepticismo dentro y fuera de Venezuela. Desde ambos bandos algunos escupen diatribas y difamación contra quienes no están de acuerdo con sus posturas, haciendo así labor de zapa para los tiranos y proyectando una pésima imagen ante los aliados democráticos.

El propio inmediatismo lleva a otros – incluso ciertos sesudos analistas criollos y foráneos – a concluir que ya ha fracasado un conjunto de sanciones internacionales que forman apenas una parte de una estrategia que aún se encuentra en pleno desarrollo. A la dictadura le viene de perlas esa percepción de fracaso de un proceso que aún no ha concluido.

Pero la comunidad internacional no comparte un enfoque inmediatista y se ha fijado una paciente estrategia de asfixia, erosión y desgaste hacia el cogollo de esa banda criminal que ocupa la cúpula de los poderes en Venezuela, buscando reducir su apoyo popular a un mínimo y generar crecientes divisiones dentro de sus filas.

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Nuestros eventuales aliados ni desean intervenir militarmente, ni aceptarán farsas electorales armadas por la pandilla delictiva. Conocen las enormes diferencias entre el caso venezolano y las circunstancias de Corea del Norte, Cuba, Chile y Polonia, que superan con creces toda similitud aparente. Y comparten el criterio de que los militares – parte fundamental de la ecuación – son siempre leales hasta que dejan de serlo.

Una situación tan peculiar como la venezolana no debe ser sometida a dilemas maniqueos que descartan cualquier opción. El músculo político, económico y militar de la comunidad democrática, las fuerzas internas, las negociaciones y contactos, y la generación de condiciones para un proceso electoral libre, transparente y creíble, son todos elementos del tablero en que se conjuga el futuro de Venezuela. Lo demás son aguas de borrajas.

Antonio A. Herrera-Vaillant

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