#OPINIÓN Cronicario: Ángel “Catirito” Rivero encontraba una noticia en cualquier parte #7Ago

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Muchos de mis alumnos en la universidad creían que ese reportero irreverente, creativo y audaz citado por mí era una invención como recurso didáctico para motivarlos a ser exhaustivos en sus investigaciones y hasta un día me retaron llevarlo al aula, mostrarlo de carne y huesos.

Guionista de cine, fabulador, humorista y fino redactor, Ángel “Catirito” Rivero existió y sus vivencias y anécdotas forman parte de la historia cotidiana del diarismo entre quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y saber de sus acciones en el ejercicio del periodismo. Hace años, El Impulso editó un tabloide vespertino en competencia con otro de empresa similar y encomendaron a Riverito –como lo llamaron también– cubrir los sucesos menores donde cumplió una singular tarea.

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En el boletín policial se encontró una riña en un patio de bolas en El Valle donde un jugador llamado Luis Herrera, homónimo del presidente, perdió el juego y la jugosa apuesta al errar un “boche” y sus compañeros lo agredieron y tituló:

Herido Luis Herrera por pelar bola.

La bella Desiree Rolando, ex miss Venezuela 1973, ex modelo y animadora de televisión se aficionó al tiro al blanco y una vez los ladrones aprovecharon un viaje suyo, entraron a su casa y cargaron con sus pistolas. Ella acudió a la policía a la denuncia respectiva, agregando que de nuevo compraría unas armas para seguir en su deporte favorito, a lo cual el agudo reportero tituló:

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Desiree Rolando seguirá tirando.

En otra ocasión cubría El Impulso en Miraflores, cuando había oficina de prensa en el palacio de gobierno. Muy contento salió el ministro de la Defensa para anunciar al país el final de la odiosa recluta para cubrir los cupos en las filas de alistamiento militar. Eso es falso ministro, le dijo categórico. Anoche por mi casa, en El Valle, estaba la camioneta de la prefectura recogiendo jóvenes por la fuerza para llevarlos obligados a la filas del ejército. Mayúscula sorpresa se llevó el general quien con su mayor desagrado se disculpó y aunque ofreció investigar el asunto, le pidieron al periódico el cambio del atrevido periodista.

Reportero de Ciudad en El Diario de Caracas se fue a una gallera ubicada a pocas cuadras de El Nacional y tras una interesante investigación con apostadores y vecinos publicó un tremendo trabajo de un lugar tradicional que sobrevivió a la construcción de El Silencio al cual acudían personalidades de la ciudad, gente “acomodada”, políticos y parlamentarios quienes fueron entrevistados por el travieso periodista para disgusto del periódico vecino, quienes nunca hicieron una crónica del concurrido y vecino centro de apuestas.

En El Diario de Caracas se destacó una bella periodista novicia de excelentes y frescas cualidades de redacción que llamó la atención y de ella se enamoró el veterano colega recién fallecido Pablo Antillano y entablaron una hermosa relación. Al cabo de una temporada –como suele ocurrir– el romance pasó a la historia y cada uno tomó rumbo propio. Al cabo de un tiempo encontraron nuevas parejas y casualmente se casaban en la misma fecha y por supuesto en lugares diferentes. El jefe de redacción solicitó a Catirito una nota sobre la boda de los connotados periodistas y esta no se hizo esperar:

Este sábado se casan Jessie Caballero y Pablo Antillano

El presidente Luis Herrera Campíns salió de gira por una semana y al regreso le pidió el jefe de redacción pautó al reportero de guardia aquel sábado Ángel Rivero cubrir en Guarenas la inauguración por el Jefe del Estado de un cuartel de policía a las once de la mañana “y sacarle una buena declaración”. En formación estaban los funcionarios mientras a cada instante anunciaban la llegada del presidente. Y llegaron las tres de la tarde bajo un inclemente sol y un macondiano calor de 39 grados que sofocaba a la expectante concurrencia.

Impuntual como era el mandatario, llegó apurado a cumplir a los vecinos de Las Clavellinas el ansiado local policial. El intrépido Catirito se atravesó grabador y libreta en mano y le lanzó las primeras preguntas sobre un balance de la gira internacional recién concluida y el presidente le respondió que daría una rueda de prensa el lunes, cuando hiciera la evaluación de los resultados del viaje.

A las insistencias del reportero Luis Herrera siguió en sus evasivas. “Mejor presta atención y toma nota del discurso que voy a dar para que ocupes el espacio que me reservó el periódico”.

Rivero escuchó con atención las palabras del mandatario, con tan mala suerte que siete policías se desmayaron del hambre y el calor, circunstancia que el agudo reportero fue recogiendo y así lo narró para sus lectores: “El policía debe ser fuerte”, decía el presidente. Pum se desmayó el primer policía. “Tiene que estar preparado con gran fortaleza para enfrentar al delincuente”. Pum, se desmayó una mujer policía. Así sucesivamente, como una narración cinematográfica, a cada párrafo del discurso se desmayaba un funcionario y “Catirito” escribió una sensacional crónica periodística que provocó una llamada del palacio presidencial al diario y al reportero. “Nada de lo escrito es mentira, lo tengo grabado. Cuando llegué al periódico tenia media página para llenar”.

Aquella mañana del 23 de febrero de 1982, cuando bajaba de su residencia en la urbanización San Antonio en El Valle, el ascensor se detuvo en el piso cuatro y entró una pareja con un bebe en brazos de la madre. El saludo de los buenos días fue suficiente cordialidad, con una sobria sonrisa. Nunca antes se habían visto.

Rivero no tenía noticias, era martes de carnaval sin mayores actividades, aparte de los disfraces de los niños, que para ellos quedó esta fiesta en Venezuela. Un día “calichoso”, como decimos los periodistas venezolanos. Cuando bajaba a la avenida avistó a sus compañeros del ascensor, se detuvo y les ofreció el aventón a la avenida. La señora se sentó en los asientos de atrás en la camioneta, ayudada por el señor quien luego de acomodar la pañalera se sentó adelante y agradeció el gesto. Cuando Catirito lo miró le dijo “usted se parece a Gabriel García Márquez”.

Es mi hermano. El mayor. Mucho gusto, soy Gustavo García Márquez. Vivo aquí hace poco, en el cuarto piso. Mi esposa Lilia Esther y el niño, mi primer hijo venezolano. Daniel. Nació aquí. Llegamos a Caracas el año pasado. Los médicos le recomendaron a Lilia para su salud un clima como el de esta ciudad. Le ha sentado muy bien. A todos.

Encantado, respondió Catirito en su sorpresa. No lo podía creer ¡Tenía una noticia! Mucho gusto, Ángel Rivero. Soy periodista, reportero de “El Diario de Caracas”. Cuénteme, qué hace en Caracas. ¿También escribe?

Soy empresario, tengo una fábrica de tejidos elásticos.

Qué sorpresa. Ahí vino el primer cuestionario y la oferta de hacerle una entrevista para el periódico, si no tenía problema. ¿También escribe? Volvió a preguntar.

Me gusta, pero no he tenido la disciplina y dedicación de mi hermano. Él es un trabajador insigne. Escribo de aficionado, me arrimo a los cuentos, género rápido para un flojo como yo. Sólo para distracción y de lecturas para los amigos.

Convinieron la entrevista al mediodía en la casa de García Márquez. De inmediato estacionó en la esquina y de un teléfono público llamó a la redacción para pedir le mandaran al fotógrafo. No eran tiempos de celular o del correo electrónico.

Tenemos la foto de primera, gritó a la redacción el catire Rodolfo Schmidt, el director. Catirito tiene un “tubazo”. A mí me tocó hacer las páginas enfrentadas de nuestro tabloide. Yo era secretario de redacción diagramador, también trabajaba en “El Diario de Caracas”.

Conseguí una exclusiva”, me dijo en la tarde, al llegar al periódico lo contó todo. “El hermano del Gabo vive en mi edificio. Lo acabo de entrevistar. Y él también escribe. Vamos a publicarle un cuento. Me dieron dos páginas. Ya entregué. A Manuel Felipe le encantó la nota”.

Lo invitaron a celebrar la publicación en la casa de García Márquez. Tenían las páginas enfrentadas del periódico pegadas en la pared como una cartelera. El sábado tenemos fiesta con los vecinos, en casa del hermano del Gabo, dijo Catirito. Después de las cuatro. Estás invitado. Pidieron que venga el fotógrafo también, pero no puede.

Y así Catirito tuvo siempre a la mano todas las noticias del autor de “Cien años de soledad” y fue el primero en enterarse que se había ganado ese año el Premio Nobel porque al recibir la noticia Gustavo lo llamó de inmediato con la novedad.

Juan José Peralta

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