Estos personajes junto con Dolores Vizcaya completan la gente del pueblo que vivieron al margen del común de la población. Sobre todo sufrieron la miseria. Jupa-jupa era un viejecito muy humilde que recorría, con mucho sacrificio, las calles del poblado en procura de limosnas. Sus pasos eran lentos como lentos eran todos sus movimientos. Tardo para la movilidad. Como guía un palo como bastón. Vestimenta percudida y vieja. Nunca se conoció su nombre. Los muchachos perversos lo llamaban Jupa-jupa y se divertían gritándole desde diferentes lugares: -Jupa-jupa. Y el desdichado señor carecía de la necesaria fuerza para enfrentar aquella situación. Desamparado de todos, el paciente pordiosero, cargaba con su cruz las veces que salía a la calle a mendigar.
Agapito, por el contrario, era un hombre joven, que también mendigaba. Siempre vestía pantalón y camisa de color caqui. Un recipiente o envase que nunca reposó en sus manos porque tenía la costumbre ya automatizada de dispararlo de manera seguida y continuada hacia arriba, y cada vez que con el descenso tocaba sus manos lo volvía a impulsar. Con ese movimiento de su recipiente o envase, recorría el poblado. Era inofensivo, pero tenía la costumbre cuando cualquiera le nombraba: -¡Agapito…! Contestaba:- ¡Y tambores!. – ¡Agapito…! Respondía: -¡saca…¿..? Como es de suponer, el lector debe interpretar lo que se traen las interrogaciones, y debe entender que en ese recipiente o envase que siempre andaba por el aire volando, estaba destinado a recibir lo que le daban.
Dolores Vizcaya, Jupa-jupa (no se conoció su nombre) y Agapito fueron los indigentes que en la década del año treinta, del siglo XX,
contemporáneamente nos acompañaron en la entonces población de Yaritagua. La Columna, con todo respeto, en honor a sus humildes humanidades, expresa su reconocimiento en su tránsito vital por la Yaritagua de ayer. La humanidad ni en el tiempo somos perennes.
Carlos Mujica
@carlosmujica928