#OPINIÓN Historia de amor en La Miel #6Jun

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Las referencias que tenemos los hombres sobre el amor ocupan una gran franja de proposiciones sentimentales que  van desde lo épico hasta lo melancólico. En nuestra cabeza tenemos marcado como emblema del  romance imposible los personajes sheispirianos de Romeo y Julieta, símbolos del amor juvenil truncado por las barreras de los convencionalismos sociales. Junto a ellos esta el celoso Otelo y su amada Desdémona, simulando un espejismo donde la pasión y el arrebato se abren paso hacia insondables pulsiones del alma.

Uno de los libros que generó múltiples suicidios en su época fueron Las Cuitas del Joven Werther, escrito por ese genio inmortal de la literatura que fue Goethe. En su lectura se siente el drama de un enamorado que en solitario recorre laberintos de dudas y esperanzas fracasadas hasta llegar a una muerte patética pero liberadora. Allí está el amor que cual escorpión se expande y multiplica en las cavernas del ser para luego consumirse angustiado por la ponzoña de la unilateralidad romántica, o mejor dicho eso que conocen muy bien los escolares  y los feos que es enamorarse solo.

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Por una mujer de mítica belleza griegos y troyanos libraron una guerra que todavía no acaba porque siempre el  caballo  gigante de madera trota por las calles de la política, detrás de una mujer, persiguiendo el  Poder, siempre lo tenemos por allí como una posible emboscada en mitad de la noche. Por no tener más el amor de María Teresa,  Bolívar se convirtió en Libertador. Por tener el amor de Doña Jimena Rodrigo Díaz se hizo El CID para arrojar a los moros de su patria.

Y así entretejiendo nombres y episodios románticos pudiéramos pasar meses y escribir crónicas interminables, siempre imaginando el amor como instrumento del corazón por poseer la prenda de sus deseos más íntimos. De ese amor que lucha y empuja con fuerza para abrirse un espacio propio en el mundo tenemos muchos ejemplos y sobre ellos construimos nuestro esquema mental de lo que es un romance.

Es el amor que se expresa como una aspiración de dominio  sobre la realidad, es el amor que dice estoy aquí, déjenme espacio. Pero existen  amores en silencio. Miles y millones de bellas historias de amor que solamente tienen como orgullo y bandera el compartir, el estar juntos  para enfrentar un bullicioso universo de combates movidos por el incentivo del triunfo social.

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Y es que uno de los componentes más hermosos de cualquier romance y el fundamental para la estabilidad de la pareja, es el poder derrotar la rutina mediante el  embrujo cotidiano de la compañía que es tolerancia y aventura al mismo tiempo.

Un gran ejemplo de ese amor fueron Victoria y Tello. Un amor entre dos seres necesitados de todo lo material pero acaudalados y generosos para dar testimonio de bella relación a todo un pueblo, a  La Miel.

Nadie recuerda como se conocieron, solamente saben que  Victoria era algunos años mayor que Tello y que este ultimo la hizo compañera mediante un lazo de humildad compartida que impregnó de ternura a toda la comunidad de La Miel.

Ellos vivían en un rancho de un solo ambiente, endeble y miserable como todos los ranchos de todas partes. Ambos indigentes, ambos con el sentimiento de habitar el mundo paralelo donde comer es una aventura cotidiana sometida al azar de una salvífica oportunidad.

En un principio caminaban juntos. Tello con su pequeño machete metido en un saco, Victoria con paso menudo e inseguro.Tello era eficiente para desmalezar y con esa actividad como oficio generaba un menguado sustento para la pareja. Tello cortaba el monte y Victoria lo esperaba en la sombra, Tello terminaba el trabajo, le daba un beso en los labios y juntos regresaban a su precaria vivienda.

De pronto se comenzó a notar que Victoria prácticamente caminaba recostada sobre Tello, que él la sostenía por la cintura y la cargaba a trechos suspendida con la fuerza de un abrazo. Pero podía ser únicamente imaginación de la gente,  porque lo que registraba en todo momento la mirada eran dos seres, siempre juntos, triunfantes sobre la pobreza, sumisos ante el destino, felices por tener lo mas importante.

A todas partes iban juntos Tello y Victoria, al trabajo en la calle, a la iglesia, a la bodega. Nadie, en ninguna oportunidad los vio separados. Ellos eran  una sola presencia, no existían individualmente, cuando  se miraba a uno la vista sabía que cerca estaba el otro y así era, nunca a más diez metros de distancia.

Un día Victoria casi no podía caminar, los años le emboscaron las piernas y se le hizo imposible la rutina de andar y desandar las rutas nuevas del mismo trayecto. En esa oportunidad se veía salir solamente  a Tello, por horas, en solitario. Luego se encerraron como una semana y se escuchaban martilleos dentro del rancho. Algo estaba haciendo Tello en secreto,  eso causó una gran expectativa y hasta algo de miedo se apoderó de la mente de todos los vecinos.

Hasta que una mañana se abrió la puerta del rancho y se pudo ver a Tello, erguido, con una mirada de triunfo y plenitud. Los espectadores buscaron la cara de Victoria junto a la de su enamorado y encontraron el vacío. Fue  el brazo derecho de Tello el que anunció la reaparición de Victoria,  porque el brazo tiraba de una plataforma de madera rodante sobre ruedas de patines y sobre ella, también sonriente y pretenciosa estaba montada Victoria.

Por muchos años Tello y Victoria pasearon su amor por las calles de La Miel, siempre juntos, sonrientes, victoriosos porque a cada instante podían saborear el placer de su compañía. Tello continuó con su oficio de machete bajo el sol y Victoria bajo la sombra de un árbol lo esperaba. Hoy Tello y Victoria están inmortalizados en un  mural, realizado por las manos de artistas jóvenes. Ellos ganaron hace algunos años  un  premio otorgado por la Dirección de Cultura de la Alcaldía, pero su mayor recompensa es que  rescataron este amor de las ruinas del olvido y con ello han endulzado el panal más rico que tienen los mieleños, su alma pura de gente que mantiene vivos los ciclos del sol y de la luna. Dios en todas partes. Dios con nosotros.

Jorge Euclides Ramírez

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