#OPINIÓN Sor Juana y Goethe: Del Barroco al Romanticismo (Parte V) #9Ago

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Obra literaria

La religiosa mexicana del siglo XVII nos deja una obra literaria única en su género en la cultura de habla castellana: un largo poema filosófico que es una búsqueda nocturna del saber que es Primero sueño, y la notable Respuesta a sor Filotea. El germano es el autor de un grandioso poema que es de igual manera la búsqueda infatigable del conocimiento y que es su móvil primero: Fausto, y también la novela de forma epistolar Werther, la novela pedagógica Wilhelm Meister. Sor Juana vive en la época barroca, en una sociedad estamental que camina contra la modernidad que vislumbraban los mejores talentos europeos, Descartes y Galileo a la cabeza de ellos. El tudesco pertenece al movimiento literario del Romanticismo alemán, una reacción contra la fría racionalidad del pensamiento de la Ilustración del siglo XVIII y que tiene como enseña el movimiento literario germano Sturmunddrang (Tempestad e impulso), de 1770.

Amistades

Sor Juana, que era muy hermosa, fue en un principio dama de la corte virreinal novohispana desde los dieciséis a los veinte años de edad, para luego ingresar la vida monjil. Fue, a diferencia de Goethe, casi completamente autodidacta, y de esta condición se vanagloriaba: “leer y más leer, estudiar y más estudiar, sin más maestros que los mismos libros”. Goza de la protección de todos los virreyes novohispanos, amiga y confidente de dos virreinas: Leonor Carreto y María Luisa Manrique de Lara. La marquesa Leonor tenía treinta años al llegar a Nueva España en 1664. Amaba las letras y gozaba de sensibilidad y finura.

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Sintió por la joven Juana un afecto compuesto de simpatía y piedad, se asombra ante el prodigio de inteligencia y saber de la joven criolla, que era bella, agradable, servicial y discreta. Esta amistad, de exaltado neoplatonismo, contribuyó a que la joven diera sus primeros pasos en la poesía por los consejos de la joven virreina. Su marido, el virrey Don Antonio, sintió la misma fascinación por la muchacha. Fue una relación teñida de mutua admiración, tal como la que sintió Goethe por el poeta Schiller hasta su prematura muerte en 1805, que se prolongará hasta el fallecimiento del propio Goethe en 1832. Es una de las amistades más fructíferas para Alemania en toda su historia, nación que se caracteriza por su afán de darle cultura al resto de la humanidad, como decía el filósofo Fichte.

En 1680 fue designado virrey de Nueva España el marqués de La Laguna, esposo de María Luisa, condesa de Paredes, una mujer de gran energía y decisión. Era muy hermosa, sensible e inteligente, pues de otra manera sería inexplicable su admiración por sor Juana. Es que lo semejante comprende lo semejante. Mostró apasionado interés por sus escritos e Inspiró muchos de sus poemas. La incita escribir una de sus mejores obras El divino narciso y también se debe a la condesa la publicación en Madrid en 1689 del primer volumen de sor Juana: Inundación castálida. Es una lástima que no se conozca más de esta ilustre pareja virreinal- se lamenta Paz- lo que se debe a la escasez de memorias, una falla de la literatura hispánica.

Esas amistades la protegieron durante años de sus persecutores agazapados en la jerarquía eclesiástica, una “conspiración misógina”, argumenta Octavio Paz, de su confesor Antonio Núñez de Miranda, Manuel Fernández de Santa Cruz y Francisco Aguiar y Seijas, que al final lograron la abjuración a las letras de la poetisa, su desmedida pasión por el saber profano, con el descuido y olvido de las letras sagradas, lo que no fue solo una derrota personal de sor Juana, sino una derrota de la cultura, asienta Octavio Paz.

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El poeta alemán asiste a las universidades de Estrasburgo, donde conoce a Herder, y Leipzig, obteniendo el título de abogado, profesión que muy poco ejerce. La poetisa fue protegida de los virreyes novohispanos Fray Payo, el marqués de la Laguna y su esposa María Luisa, y fue muy amiga del sabio astrólogo, matemático y poeta Carlos de Sigüenza y Góngora, un “estrellero”, como se decía entonces a los conocedores de los cometas. Fue un verdadero polígrafo: matemático profesor de astrología en la Universidad de México desde 1764, cosmógrafo real, poeta, historiador, cronista, elaborador de almanaques.

A la llegada de los marqueses de la Laguna a ciudad de México se encarga a Sigüenza y sor Juana elaborar sendos Arcos Triunfales. En 1683 publica Triunfo parténico, obra expresión poética culta de la época en donde aparece, claro está, sor Juana. Se le considera uno de los precursores de la patria mexicana, y junto a la monja sanjerónima, la máxima figura del barroco hispanoamericano e iniciadora del giro anticolonial, como advierte mi amigo Pascual Mora García.

El sabio alemán fue protegido durante casi toda su vida, unos cincuenta años, por su gran amigo, el duque de Weimar Carlos Augusto, un joven de 18 años permeable a las ideas enciclopedistas y que hizo de su minúsculo reino una como evocación de los Médicis. Parecía un déspota ilustrado que deseaba por sobre todo el bien de su país, una monarquía moderada y en cierto modo democrática. Tuvo una intensa relación con el escritor Johann Herder (1744-1803) quien le introduce en el conocimiento de Homero, Rousseau, Shakespeare y le trasmite la aún vaga noción de pueblo, dice Octavio Paz. Lo conoce en Estrasburgo, una encrucijada latino-germánica, mundos antitéticos.

Herder le había mostrado aquella Alemania que no había logrado su unidad política, las leyes profundas de su ser y de su devenir, enseñando un sentido nuevo de la historia, una concepción nueva de lo divino, la había obligado a volver a sus orígenes, a reconocer el genio de su lengua, a resucitar los primeros e importantes testimonios de la literatura, los monumentos de la poesía popular antigua, Herder era el maestro que necesitaba Goethe en este periodo de su vida; otra fue una amistad profunda con el eminente poeta Friedich von Schiller, quien moriría muy joven, y para desconsuelo mayor de Goethe, en 1805. Goethe, según sus propias palabras, se hallaba “privado de la mitad de sí mismo” ante la muerte de su amigo poeta. Esa amistad impide que Goethe se encierre en sí mismo y le estimula escribir sus grandes baladas: La novia de Corinto, El Paria, El Dios y la bayadera, la “epopeya rústica” Hermann y Dorotea. Cuando Goethe publica Wilhelm Meister en 1796, envía a Schiller un ejemplar, quien al leerlo responde con una extraordinaria carta de seis páginas que contiene el enjuiciamiento más profundo sobre el libro y su autor, como veremos más adelante. Fue esa amistad una lucha común por la poesía y el arte. Una intimidad de corazón y de mente, dice Marcel Brion. Alemania celebra esta amistad fecunda como triunfo de la nación germana. Augusto Schlegel (1767-1845), fundador de la moderna historiografía literaria, considera la historia literaria de su país como índice de la paulatina maduración de la conciencia nacional alemana. Sociedad y literatura se condicionan recíprocamente. La literatura es de tal manera síntoma de la plenitud a la que ha llegado la Nación.

Amoríos

La vida sentimental de Goethe era muy intensa, una desmesura que aun hoy en el siglo XXI nos asombra, amó con pasión a múltiples mujeres, las que eran su numen e inspiración a lo largo de su vida longeva. Eran muchachas muy jóvenes y agraciadas por su belleza. Ellas son la Gretchen de su adolescencia, Federica Brión, Carlota Buff, inspiradora de Werther, Lili Schonemann, Carlota von Stein, Magdalena Riggi, la innominada de Roma, Cristina Vulpius, madre de su único hijo Augusto, Mina Herzlieb, Mariana von Willemer y Ulrica von Levetzow, una muchachita a la que pide la mano cuando el poeta tiene 72 años.
Sin embargo, ya en su vejez, reconoce que apenas en su larga vida había llegado a conocer ocho días de felicidad.

Octavio Paz dice que sor Juana Inés de la Cruz seguramente no pudo tener relaciones amorosas cuando era dama de la corte virreinal y que bien pudo tener experiencias eróticas solitarias (no me atrevo a escribir la horrible palabra masturbación). Carlos Fuentes afirma que fue compañera sexual de la virreina María Luisa. Octavio Paz escribe que fue éste un amor mutuo inspirado en el neoplatonismo renacentista de Marsilio Ficino, filósofo al que poco se le recuerda, y que es autor de la frase “amor platónico”. La poetisa siempre recordaba en sus poemas eróticos que las almas no tienen sexo. “Padezco en querer y en ser querida.” Sus poemas son de un intenso erotismo y a la postre fueron los que determinaron su abjuración a las letras profanas que instigaron sus perseguidores eclesiásticos masculinos.

Luis Cortés

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