#OPINIÓN La existencia extravagante de Jimmy Moraña (Parte I) #9May

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A Jim donde sea que estés…

 “Mi patria son los amigos”

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 “Así como la arquitectura corrige las incomodidades de la naturaleza, 

…la literatura corrige las incomodidades de la realidad”

 “Es curioso, normalmente el tiempo recorta el tamaño de los recuerdos

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… y los hace menos impresionantes en su alegría o en su tristeza.”

Alfredo Bryce Echenique

  1. Introito

Para ser honesto, recordar al amigo Jim Mora es como memorizar la anatomía viva de lo inverosímil y a ratos de lo incompatible ¿Puede la locura o la insensatez ser un rasgo hereditario (¿o un escape del autismo sin túnel al final de la luz?) de un individuo con la imaginación de un profeta pero con la diligencia de un afectado mental? Describir a Jim en su propia naturaleza sería como explicar el agujero negro; no nos gusta llamarle “hoyo del negro”. Su fuerza de gravedad era tan grande en una masa diminuta que ni un haz de luz podía escapar de su ley de atracción universal. No amparaba hoy una explicación razonable siquiera disparatada. Jimmy y el agujero negro alias hoyo del negro compartían un factor en común: la disquisición de lo impenetrable.

  1. Motivo de su aurora

No se sabe a ciencia cierta de donde salió este ser más ET que otra cosa. Como es lo correcto, (y ya le hemos hecho justicia en cortos adelantos en distintos artículos publicados por el impulso dónde damos un acercamiento breve de su indiscutible y asombrosa huella) hay que decirlo era la encarnación vivaz de un actor caricaturesco anti Marvel. Uno que lo veía por vez primera no sabía si arrecharse o carcajear o quizá arrecharse mientras reías. La verdad daba igual. La sensación de extravío al verlo, era como si uno poseyera estrabismo y mirara dos Jim en una única entidad. No es que trate de hacerme el gracioso. Todo en Jim siempre lo fue pero al mismo tiempo era triste, trágico. Entendí al conocerlo el porqué del estigma afligido del payaso circense, o del bufón en la tramoya o arenas de la existencia. 

 Jim en su estilo comic tenía un aire de personaje Tribilin el célebre can humanizado de Disney, Goofy. Dos bultos de pelo crespo (chicha) aparecían caóticos y cerrados a los lados del cráneo ocultando las orejuelas de cobaya de laboratorio. A lo mejor sí oía, pero él escuchaba algo más. Uno no podía guiarse por sus comentarios desconcertantes, menos por lo que afirmaba pues la mitad la ideaba y la otra mitad era falsa. O sea era un auto timador, era un mortificador de sí mismo. Una empresa universal en el hombre y potenciada a la n+1 en la increíble tarea de llamarse Jim Mora; un remedo de Jim West a la inversa.     

La otra particularidad cuasi mística del fresco Jim (ahora que hablamos de payasos, circos y afines), era su manera de andar. Hasta avanzado el tiempo fue que descubrimos el misterio del llamado caminar peo. El joven Jim literalmente era un equilibrista al marchar sobre botines transformes negros que igualaban los de Chaplin en su personaje Charlotte. Aquella vez mientras huían despavoridos por unos canes callejeros que los persiguieron en vía al parque donde pasaban a veces la tarde hablando. 

El loco Jimmy brincó sobre la verja de entrada del parquecito con tan pésima crema que los pies no pasaron el salto que dio a lo Yulimar para salvarse de la jauría. Los zapatos que no tenían forma o la habían perdido en el maltrato bruto, abatieron como animálculos al asfalto al tiempo que los bojotes de calcetas a rayas multicolores, como bolas de estambre para tejer, emergieron de los zapatos. Los de Moraña parecían calzados de astronauta con plataforma de Herman Monster y calcetín multicolor después del escozor solar. Reímos por años aun recordando su expresión de chiflado tan espontánea y natural acompañada de una risita entrecortada y fingida que dejaba un cuadro de insania para quedar en una pieza al ver la expresión muy normal para un inaudito de profesión.

  1. El extravagante del amor

Desde que supimos de Jim no le conocimos compañera, al menos no la mencionó. Quizás tocamos su talón de Aquiles, pero en su condición de obviarlo todo, el enigma de su intenciones de empate o amorío no recogían ilustración a la mano. Por nuestro lado, jamás dejamos de preguntarnos y a decir verdad, estuvimos al acecho para descubrir de qué lado del regato jugaba sus cartas instintivas. Un día, no recuerdo cómo se me ocurrió preguntar al respecto de las damitas. Moraña se puso gorila, enarcó las cejas y echó un relato, nunca supimos si se trataba de él o si lo estaba inventando sobre la marcha. Como se mencionó antes, Jim coexistía en un cosmos entre el ensueño y la realidad, entre el tonal y el nagual pero sin tener la más mínima idea que tal lugar existía.

Alguna vez mientras tomaba el autobús para venirse de Plaza las Américas a Santa Marta, se sentó a un lado de una joven que definió como rara. No habló de si era bonita o fea, si tenía el pelo de un color o de otro o el color de los ojos. Nada de eso. Jim hablaba de otros aspectos que los lugareños de este planeta desconocíamos. Contó que la joven hablaba un idioma que según Moraña era Galaico. ¿Qué demonios era Galaico? Empecé a pensar en que nos estaba tomando el pelo. Pero no era así. Sus ojos se ponían fijos, oscuros y parecía estar en trance hipnótico auto inducido.  

La joven tenía edad indefinida. A ratos era muy joven, a ratos era madura. Como no se entendían empezaron a conversar en inglés. Jim había aprendido a hablarlo gracias a esa condición cuasi mágica de instruirse en tiempo record y autodidacta. Al final se fueron a un viaje a las montañas de Sorte donde fueron abducidos por extraterrestres. La joven se hizo llamar Mª Lionza y él se apodó  Moraña por eso de Martín Romaña. La cosa se fue de tono cuando aparentemente la besó.       

El hombre Goofy, de estatura superior al 1.70 gracias a las medias multicolores en ovillo y políglota, jamás había salido del Cafetal y al parecer era un tipo virgen que casi era un ciudadano asexuado pero de inclinación hermafrodita. Todo un contrasentido. Angustiados decidimos dejar el cuento para otro día y mientras Jim se devolvía a su casa en Plaza Las Américas de Narnia, nosotros nos volábamos los sesos en tierra de humanos a pie.La guagua se detuvo, Jim se apeó y de lejos saludaba a quien sabe quién demonios. En ese momento empezamos a preocuparnos más por nosotros que por Jim al que dimos perdido y sin remedio en sí mismo. Las horas pasaron y el tiempo también. El mundo Jim al fin fue inventado y en los cines todos los Jim del mundo aparecían en la pantalla a color y en cinemascope. El comics en persona en el que se basó Stan Lee nos saludaba desde la calzada sin saber si era a nosotros o a un hombre araña que se trepaba por el mundo con su tela particular para atrapar la imaginación e ir y venir del infinito multiverso de donde llegó.

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