#OPINIÓN El caleidoscópico mundo del raspao #11Mar

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A principios de la década de los ochenta del siglo pasado la popular agrupación zuliana Guaco le cantó a uno de los helados más memorables para varias generaciones de venezolanos que crecimos en los tiempos en donde las salidas a los parques los fines de semana, los juegos callejeros con los vecinos y las caminatas de regreso a casa al salir de la escuela eran complementadas, habitualmente, con un refrescante raspao. En 1983 buena parte de los venezolanos tarareaba el pegadizo tema titulado Cepillao (compuesto por Ricardo Hernández, quien por cierto también es el autor de otros éxitos con temática gastronómica como Pastelero, Cepillao y Un cigarrito y un café) el cual documenta la jornada de trabajo de uno de estos vendedores ambulantes que distribuían por las calles de Maracaibo su colorida creación.

Emparentados con los sorbetes europeos, la historia de este helado puede rastrearse hasta las antiguas civilizaciones china, persa y griega, quienes tenían la costumbre de consumir nieve o trozos de hielo mezclados con jugo de frutas y endulzado con miel.  A tierras americanas llega con los conquistadores españoles quienes a su vez lo habían heredado de los musulmanes que controlaron la península ibérica durante buena parte del medioevo. Gracias al azúcar de caña que introdujeron los moros al continente europeo, esta preparación cobró nuevas dimensiones, llegándose a elaborar sofisticados sorbetes de agua de jazmín y otros más comunes hechos con zumo de limón o naranja. De hecho, la palabra sorbete deriva del árabe sherbet que se puede traducir como nieve dulce.

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¡Raspao! yo vendo raspao, de qué color lo prefieres

naranja, rojo, amarillo o de sabores variados,

lo llevo de tamarindo, parchita, ron o de fresa

y si tú no estás a gusto te lo ligo con cereza.

El  raspao se elaboraba al particular gusto de cada cliente. La fila de  botellas de sabores variados, coronadas con largos, curvos y puntiagudos dispensadores que administraban el fino hilo del viscoso líquido con el que se coloreaba la bola de hielo granizado que sobresalía del vaso que lo contenía. El remate se lo daba la leche condensada que rodaba generosamente por los bordes del vaso y, en ocasiones, el vendedor podía ofrecer algún topping extra como maní triturado o una lluvia de chispitas dulces de colores. Podemos revivir ese momento a través del hermoso merengue caraqueño compuesto por Manuel Yánez titulado Raspao

¿Qué sabor te gusta a ti, cuál sabor prefieres?

Lo llevo de piña, menta o limonada.

¿Quieres que lo bañe con maní rallao?

Yo complazco al cliente que está acalorao

Le adorno la bola e’ nieve con sus sabores distintos

si le pongo condensada es más rico y exquisito

porque el raspao que yo vendo dicen que es el más famoso

y los niños de la escuela lo compran por lo sabroso

Me paro de madrugada a preparar los sabores

y mi carrito lo pinto con frascos multicolores

silbando me voy alegre a la puerta del mercado

y en la tarde yo regreso contento por mi trabajo 

En las décadas de los 60, 70 y 80, abundaban los puestos de raspaos a todo lo largo y ancho de las principales ciudades del país, siendo las cercanías de los colegios, iglesias y parques de diversiones en donde se concentraban principalmente. En ocasiones sus dueños hacían de sus carritos verdaderas obras de arte, decorándolos de las maneras más creativas y variadas. Además de la profusa policromía con que eran adornados también llamaba la atención por otras dos razones: el sonido que producía la afilada hoja de la cuchilla al deslizarse por el bloque de hielo y la gran cantidad de abejas que se arremolinaban sobre las botellas que contenían los lustrosos jarabes.

El compositor maracayero Henry Martínez también le dedicó un tema a El Raspao recreando también la negociación con el exigente cliente que va a pagar un fuerte, es decir cinco bolívares de los de antes, equivalente poco más de un dólar al cambio de la época. 

Dame acá, a ve’ acá muchacho el raspao,

no te tardes más confiscao, no le eches tanto melao

porque vas a hacer que me llene todas las manos.

Mira bien lo que estás haciendo mejor

despacha primero al señor que llegó mucho antes que yo

y dale su vuelto antes que se vaya para otro lado

Cómo no, ponle tamarindo y también

lígale con rojo el sabor que así queda mucho mejor

y no se te olvide ponerle condensada.

Toma pues este fuerte y cóbrate ya

que la gente está alborotá porque tiene que trabajar

y toditos quieren comerse un buen raspao.

Los sabores más recurrentes en los carritos de los vendedores de raspao o raspaeros eran cola, piña, tamarindo, parchita, coco, guanábana, limón y fresa, pudiendo combinar varios sabores a solicitud del cliente. En algunas regiones incorporaron sabores propios de cada localidad como menta, coco, jobito, cereza, melón, papelón y hasta ron, según reseña la agrupación Venezuela cuerdas y cantos grabó en 2015 un tema de Manuel Lezama titulado El raspaero.

En todos los pueblos de mi tierra hermosa hay un raspaero que alegra la cosa

y cuando el verano comienza a arreciar siempre hay un raspao para refrescar

El calor me mata dijo una doñita, prepáreme varios que tengo visita

No quiero de coco ni de papelón, yo tan solo quiero que sean de melón

Tradición de pueblo con su carretica

 llegó el raspaero y su campanita toca con esmero

“Llevo de jobito, de coco rallado, papelón frambuesa si está enamorado

Llevo el tamarindo, solo o combinado, ponga un limoncito si está acalorado.

Esnobor lo llaman en tierras de oriente, o si no raspao ténganlo presente

Por el occidente es un cepillao que refresca al pueblo si está acalorao.

Así se despide nuestro raspaero, se acabó la barra de hielo ligero

Un digno trabajo para mantener toda una familia que espera por él

Con el mismo título del tema anterior, Shalo Rosalino García y Los Casanovas grabaron una gaita de Gregorio Lecuna quien nos presenta la versión marabina de este popular helado. El Raspaero 

De que lo quiere señora, de menta, cola o limón,

o piña pal calorón rapidito y sin demora.

Y es que ya llega la hora de irme pal malecón

con gaita, parranda y ron, al son de furro y tambora

Salgo con la luz del sol a vender por mi barriada

ya viene la muchachada para comprar lo mejor

Dame uno de limón ¡Ay primito, rapidito!

que ayer me eché unos palitos y no aguanto este ratón

Yo sé que te va a gustar el de cola maracuchita

Pone tu boca rojita, si quieres, podéis probar

Vais muchacho, te apuráis y me das mis dos realitos

que vale mi raspadito, pues más barato no hay

También en ritmo de gaita, el Grupo Tierra Nueva  le canta a Pedro el raspadero, uno de los tantos vendedores de raspaos, cepillados o esnobols de nuestras poblaciones del interior del país.   

Parado en la esquina está el carrito multicolor

llevando la bola de nieve, sabrosa, pa matá el calor

Bajo el sombrero su frente en sudor y raspando hielo entona su tararear

Viejo Pedro, profesor bolenievero, veterano raspaero, Don Quijote callejero,

Pasa una de tamarindo que yo a mi amor le brindo.

Que venga la de frambuesa que tengo pereza.

Véndeme una de colita de esas que llevas ahí.

Y con leche condensada, en vaso grande, de a mil.

La bola e’nieve es hielo picao

con un sabor endulzao como tú lo quieres.

De menta es muy buena en medio e’ la rasca.

También la de piña para la resaca.

Al viejo Pedro yo le doy la mano por ser venezolano y un gran bregador

Dios guarde a tus hijos y también a tu mujer

pero, que broma Pedro, cansado te ves.

Si al leer estas líneas y escuchar los temas musicales que las acompañan logramos recordar al raspaero de la plaza más cercana o el que estaba a la salida de nuestro colegio, parado junto a su carrito multicolor, haciendo girar la sonora rueda con la que convertía el inmenso bloque de hielo en esféricas bolas de nieve que, gracias a su habilidad para combinar los sabores y colores contenidos en su colección de botellas, se convertían en apetitosos conos de pura y genuina felicidad. Quizás su recuerdo nos resulte un tanto lejano en el tiempo pero muy cercano a ese sentimiento nacional que cada día demanda mayor reconocimiento y apego a nuestras tradiciones.

Miguel Peña Samuel

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