#OPINIÓN Gaveta azul: Tchaikowsky, el dolor de vivir #3Abr

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(Sinfonía N° 6 / Patética)

Los graves y dolientes sonidos del fagot abrazado al oscuro susurro de violines, el lamento de  chelos junto a las  otras cuerdas, seguido del sobrio lirismo del corno, abren la partitura de la 6ta Sinfonía Opus 74 de Tchaikowsky, mostrando al unísono el profundo  patetismo de la biografía emotiva del gran melodista ruso. Esta confesión musical es la más dura y acabada expresión del sufrimiento transcrita a un  pentagrama. Las líneas melódicas de este monumento sinfónico, vuelcan en alud desde íntimos lugares del corazón, la tortura sentimental de una contradictoria indefinición erótico-amorosa que atenazó de manera irreversible el existir de su autor.  

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El primer movimiento, un adagio, revela el desasosiego ético que insistente confunde  sus conductas de convivencia. Sin embargo, gracias a su genial dominio y manejo del melos, logra dar en algunos pasajes y luego, en el segundo movimiento (allegro non troppo) un fluente río de tiernas lágrimas a título de resignado consuelo, frente a las amarguras que implacables devoran sus pobres y escasas alegrías.

El discurso musical de los dos movimientos es de limpia diafanidad. Tono, ritmo y tempos no dejan lugar a la menor duda en cuanto a definir líneas interpretativas. No se observan diferencias notables de lectura entre directores de distintas épocas, diferentes escuelas musicales, estilos, o formas  de abordar la  compleja tarea de tocar su instrumento, la masa sonora de una orquesta sinfónica. Las versiones modernas ofrecen fragmentos de mayor brillo, gracias al avance tecnológico o debido a la calidad  interpretativa cuyo nivel técnico de ejecución es hoy más homogéneo. Tampoco es determinante la gestualidad del conductor o su forma de dirigir. Una mayoría usa la batuta. Stokovsky dirigía sin partitura –herejía que nadie más se ha permitido— y usaba solo sus manos, estilizadas y hermosas. Algunos despliegan su intensidad hasta el borde del colapso, como a veces se vió a Leonard Bernstein. Ozawa y Sir George Solti son ampulosos. Haitink y Celibidace, de grácil sobriedad. En procura del equilibrio gestual, Barenboin,  Valery Gerguiev, Saglimbeni y Dudamel, que ganando cada vez experiencia, y madura calidez interpretativa, ha moderado su primaria fogosidad. 

Algunos directores destacan pasajes  que otros valoran en más o menor grado, etc. considerando cada quien  según la comprensión que tenga del discurso del compositor… Y llegamos al allegro con grazia; tercer movimiento de la “Patética“.

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Antes de proseguir diré unas palabras acerca de mi vocación musical, que sólo  alcanzó a una educación teórica muy breve y elemental. Habla entonces un melómano ecléctico en sus gustos. Disfruto a Tío Simón, Bach o Vivaldi; amo a Brahms y a Dvorak; soy fanático del jazz y adoro las grandes bandas, a Stravinsky, Winton Marsalis, Rubén Blades y Bob Marley. Me divierte analizar el significado e intención de algunas obras y la vida de sus autores, con el solo propósito de darle trote a las neuronas.  

 Creo que la lectura del allegro gracioso es clave para juzgar calidad y fidelidad a la razón conceptual que el autor plasmó en su obra. El compositor resuelve con un vals, forma   a cuyo uso apelaba con frecuencia;  lo que según  críticos y detractores era rasgo evidente de sus limitaciones para crear un molde musical de estructura apropiada al tema y su desarrollo. Es obligado citar que aunque Tchaikovsky era consciente de sus carencias formales, confiaba plenamente en el éxito de su sexta sinfonía. La pieza  nunca  se resiente del modelo dado. Sin importar la mala crítica al compositor por sus limitaciones de estructura, al estudiar la obra y la intención programática tan  evidente y palpable en  su totalidad, surge sin mácula la perfecta belleza armónica de esta biografía sentimental del dolor de vivir.

Con su tercer movimiento el autor quiere dar testimonio de alegrías, logros y triunfos, que también los hubo en su atormentada existencia. Preguntemos ahora, qué forma musical puede ser más alegre o reflejar las satisfacciones de un logro, el orgullo de triunfar y ser reconocido…Sin duda, el vals, aunque en este caso, si no fuera por… 

Ahh, esos escasos momentos de alegría, las gracias del logro,  la plenitud  de saberse  reconocido, siempre oscurecidos y empañados por los demonios de su angustiosa “particularidad” como lo confesó a una casi enloquecida joven pretendiente, que ante la firme negativa del compositor, lo amenazó con su decisión de suicidarse si persistía en no desposarla. La unión superó los límites del fracaso, agregando penas y sinsabores a un espíritu de por si abrumado por la constante tortura del dilema en que se debatían sus apetencias amorosas.

La premisa fundamental para una lectura más apropiada de La Patética y en especial del allegro con  grazia es tener presente  la intención de reflejar la vida anímica de su autor, el impacto emocional causado por sus problemas de convivencia.  De esta circunstancia surgen condenas adicionales  y  críticas  al valor de su obra.  Se le tacha de  intrascendente y falta de universalidad: “girando siempre incansable en torno a si mismo”…

 ¿Habrá algo más universal que el sufrimiento, o el desamor? 

Siempre he creído y he visto confirmado hasta la saciedad que en la historia de la civilización nada es más constante que las miserias humanas.  Sin embargo los poetas, más de un loco, utopistas y toda la filosofía que inalterable surge de las necesidades comunes, las justifica como resultado de la frustración ante la tortura del Sísifo interior, persiguiendo los tres logros imprescindibles como cimientos de la felicidad: “Pan, amor y fantasía.“   

De las versiones escuchadas, tanto reproducciones como en vivo, no pasan de tres los directores que logran mostrar  los matices de  insatisfacción con que el autor recibe sus logros, triunfos y breves alegrías. El famoso y celebrado director checo Václac Talich con la Orquesta Filarmónica Checoeslovaca, nos ofrecen una muy noble y acabada versión de la sexta sinfonía de  Tchaikovsky.  Las lecturas de Celibidache y Baremboin son notables.  No he tenido ocasión de escucharla dirigida por Monteux, Ormandy, Charles Munch, o Koussewitky.

En una versión más moderna de La Patética, dirigida por Valery Gerguiev,  durante  un tutti orquestal  afianzado en los trombones, se oye muy breve un matiz de rechazo al gozo de la satisfacción. Del resto, las interpretaciones,  se dejan superar por los aires gozosos del triunfo; lo que a mi modesto entender  desvirtúa el propósito del fragmento. Seguro habrá quien considere error o tal vez inusual, narrar dolores, tristezas o sufrimientos mediante la naturaleza casi exclusiva de fiesta y jolgorio de un vals.  Olvidan la múltiple versatilidad de la que puede hacer gala. Citaré  dos ejemplos íconos; El “Valse triste”/Jean Sibelius; y el genio de Ravel mostrando la grosera decadencia de una época en “La Valse”.

Ahora  aparece ante nuestros sentidos el “Adagio lamentosomagistral e incomparable cierre de la obra y premonición del final del autor. Tchaikowsky dirigió el estreno de su sexta sinfonía en San Petersburgo, el 10 de octubre de 1893. Modesto, su hermano dice que pese a los aplausos del público, casi generosos, fueron  solo un cumplido.  El autor se guardó pronto  y desconsolado en el camerino, gris y entristecida la mirada. Días después cayó enfermo víctima del cólera, contraído al beber agua del vaso de su hermano, enfermo del mal. Murió el 25 de Octubre.

Es necesario inventar un nuevo lenguaje cuya sintaxis pueda dar cuenta del alud emocional que avasalla al oyente al concluir la sexta sinfonía. Escuchar las cuerdas bajas de cellos y violones apuñalarte el corazón, nota a nota, es una experiencia trascendente de cómo sufrir el dolor de la extinción. Los compases finales se  desvanecen lentamente en un  largo pianissimo conduciendo el último hálito al silencio infinito.

Pedro J. Lozada

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