José A. Ramírez (Sanabria) descubre sus cualidades innatas para la pintura en la escuela cuando realiza el mejor dibujo que la maestra había asignado como tarea. Si se quiere, ha obtenido su primer lauro como artista plástico.
Aquel chamo, de menos de diez años de edad, seguiría avanzando lentamente en ese proceso empujado por las adversas condiciones de una atribulada existencia callejera. Ello tras huir de los castigos de un padre machista en Nirgua, estado Yaracuy, donde nació el 24 de abril de 1944. Es lo que explica el uso del apellido materno en lugar del paterno.
Su historia es la de un hombre en lucha contra las adversidades de la vida en lo personal y artístico. A partir de entonces se dedica a diversos oficios para sobrevivir y recibir unas pocas clases individuales de pintura de dos hermanos pintores en Puerto Cabello, Carabobo. El resto es pura práctica de la plástica de manera autodidacta y deambular sin un hogar en la vida.
Con todo, Sanabria es un exponente de la plástica figurativa adscrita al academicismo que en Venezuela imperó hasta mediados del siglo XX cuando arribó el abstraccionismo.
En la esquina de la avenida Críspulo Benítez con avenida Concordia al este de Barquisimeto instala su improvisado estudio artístico. Allí se le observa diariamente, desde muy temprano del día, removiendo telas, óleos, pinceles y paleta como muestra de su pasión por este arte y modus vivendi. De forma espontánea, hace de esa área, de unos diez metros, un espacio de las bellas artes en vivo, único en la ciudad en apego a la naturaleza y la libertad de la calle.
Sanabria posee la singular característica de ser un pintor de versiones en que se batalla por ser también original aunque esté distante. Pero el yaracuyano tiene el mérito de desplegar en sus cuadros un apreciable talento.
Por supuesto, que dedicarse a las versiones tiene su riesgo: el de repetir lo hecho por otros. Pero era su manera de asumir esta forma de las artes visuales. No es el primero y único en hacerlo, pues el colombiano Fernando Botero revela que se dedica a realizar versiones antes de encontrar su estilo definitivo.
Hombre de fe religiosa se dedica plasma la imagen de la patrona de los larenses la Divina Pastora. Son numerosos y variados los abordajes que hace del tema con marcado misticismo y devoción. Hecho que le vale ser llamado “el pintor de la Divina Pastora”. Al tiempo que, en marzo de 2014, gana el VIII Salón de Artes Visuales Divina Pastora con la obra La fe mueve montañas, cuyo contexto es el Valle del Turbio en muestra de imaginación y creatividad. Una obra que le tomó largo tiempo su materialización.
Es un consumado oficiante del paisaje, retrato, bodegones y temas religiosos como la Divina Pastora y otros santos. Por lo que pertenece a la escuela del paisajismo tradicional larense no por falta de evolución sino por apego y respeto a una manera de levantar imágenes.
Conoce y domina los valores del color y el dibujo que manejaba diestramente. Y eso es mucho para alguien sin teoría y estudios académicos. Es quizá uno de sus mayores méritos como pintor.
En Sanabria también encontramos el otro lado oculto de las historias humanas: la de un marginal social cuyo hogar es la calle desde niño, pero a quien lo salva el arte. Entra y sale una y otra vez de centros de rescate de niños abandonados al igual que ancianatos.
Un ser humano sufrido y solitario que escapa a la neurosis que a otros atrapa. Un hombre que se valora y esfuerza por realizarse mediante su incorporación al aparato productivo y la realidad social desde la instancia de las artes plásticas.
En Barquisimeto tiene, en una ocasión, como dormitorio los bancos del Hospital Central Universitario Antonio María Pineda. Sus acompañantes, en esas peligrosas horas nocturnas, son: mendigos, locos, malvivientes, desadaptados, borrachos y vagos. “Los condenados de la Tierra” como los llama el psiquiatra argelino-francés Frantz Fanon. Seres humanos en pena mal vistos por una aplastante maquinaria sociopolítica que los rechaza.
Pero nunca deja de pintar para llamarse orgulloso “artista”. Ahí está la clave de su liberación y éxito. Aferrarse al arte con fe y fuerza. No darse nunca por vencido para superar así la alienación que impide ser libre al hombre.
Revela además los avatares porque pasa en vida el artista en un mundo que no entiende la sublimante labor de un ser sensible. Sanabria es pasto de esa adversa situación que lo conduce a vivir en soledad sin perder la sociabilidad. Un marginal social pero con la excepción y ventaja de ser un artista.
Es consciente de la relación entre arte y mercado. Sobrevive gracias a su arte que vendía, entre estos retratos que hacía por encargo. Más las versiones por la misma causa.
Al periodista José Arévalo de El Impulso.com le manifiesta en una oportunidad su visión del arte: «El arte para mí es algo que no tiene fronteras, no tiene distancias ni sitio específico, el arte está regado totalmente en el alma de cualquier persona».
En Alida Rodríguez, estudiante de Comunicación Social de la UNICA, tiene su biógrafa. Ella le escribe un interesante y documentado contenido en la página “la vida de nos”. Más la admiración, respeto y solidaridad que llega a sentir por su persona, propio de la buena gente de este convulsionado mundo. Recientemente, se ha despedido, silenciosamente con su arte, al otro mundo que a todos los mortales espera. José Sanabria, un artista humilde y solitario como las piedras.
