Cuidadoras por excelencia: el elefante blanco de la violencia de género #26Nov

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Por: Sofía Rodríguez Araña, coordinadora de proyectos de la Iniciativa de la Investigación de Envejecimiento en Panamá del INDICASAT-AIP

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La autora es psicóloga egresada de la Florida State University, investigadora y coordinadora de proyectos de la Iniciativa de Investigación de Envejecimiento en Panamá (PARI), del INDICASAT-AIP

La desigualdad de género en Latinoamérica es un rasgo prominente que nos persigue constantemente sin importar que posición se ocupe en la comunidad, clase social, etnia o nacionalidad. Además de ser inescapable, la desigualdad de género es un modelo de desarrollo que resulta ser insostenible.

Según un artículo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de 2022, para trabajar hacia una igualdad sustantiva y desarrollo sostenible habría que solventar los constructos sociales de la desigualdad de género.

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Estos obstáculos se resumen en: 1) la desigualdad socioeconómica y persistencia de la pobreza dentro de un crecimiento excluyente, 2) los patrones culturales patriarcales, discriminatorios y violentos que predominan en la cultura del privilegio, 3) concentración del poder y relaciones de jerarquía en el ámbito público, 4) la división inflexible por género del trabajo e injusta organización social de los cuidados.

Este último punto es el elefante blanco dentro de los constructos sociales de la desigualdad de género. Los cuidados se definen como las actividades diarias que proporcionan un beneficio de salud física y emocional. Estas actividades van desde la gestión diaria del hogar, planificación familiar, cuidado de los miembros de la familia y allegados, educación de los hijos, incluyendo (muchas veces por último o de forma insuficiente) el autocuidado de la cuidadora.

La injusta organización social sobre la gestión de los cuidados en sí se podría ver como una forma de violencia de género pasiva– de la que no moretea o ultraja, ni grita o abusa visiblemente a la mujer y las niñas, pero que envuelve en una melaza a las mujeres, dificultando sus pasos por la vida.

Se encuentra en nuestro inconsciente colectivo ayudándose de la incompetencia consciente de los hombres que no comparten las tareas de mantenimiento del hogar que ellos mismos habitan, del cuidado de hijos que engendraron y que escasamente se han encargado de hacerse una comida por sí solos.

De esta manera ni las mujeres ni los hombres llegan a tener un autocuidado óptimo; a las mujeres las atiborra de tareas al punto que no tienen tiempo suficiente para cuidar de su bienestar físico o emocional, y a los hombres se les hace poco intuitivo cuidar de su salud porque alguien en sus vidas ya se encarga de eso.

Según la Clasificación Nacional de Ocupaciones, basada en los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC), existen 10 subgrupos laborales, que van desde directores y gerentes del sector público, trabajadores no calificados de servicios, hasta miembros de las fuerzas armadas y trabajadores en ocupaciones no identificables o declaradas. En ninguno de los subgrupos ocupacionales que existen en el país se encuentra el apartado de “ama de casa”, ya que es un trabajo no remunerado y por lo tanto no se le considera una ocupación, aunque sí se observa el de “empleada doméstica”.

Las personas que en su mayoría proveen los cuidados no remunerados son mujeres en situaciones económicas precarias (de pobreza, sí, pero también en situación de abuso económico). Esta desigualdad es “un piso pegajoso” del cual es difícil salir, ya que retrasa o para a secas el proyecto de vida de las mujeres que se encuentran en esta situación.

Si pudiéramos adjudicarle un monto o valor al trabajo de ama de casa, por año debería de ganar 65,284.00 dólares, según un artículo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En comparación al de una empleada doméstica que al año ganaría aproximadamente la mitad de ese monto.

Este 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer, está a dos semanas del Día de la madre. Este año cuando celebremos a nuestras madres, cabe hacernos la pregunta de: ¿Cuánto vale el tiempo de mi madre? ¿Mi esposa? ¿Cuánto vale mi tiempo? Y aún más importante, ¿Qué hago yo para compartir los cuidados?

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